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La entrañable historia del parque donde cabalga Bolívar

Hace 129 años se construyó el Parque Bolívar en el corazón amurallado de Cartagena. Su estado hoy no es el mejor.

Vamos al parque donde cabalga el general Simón Bolívar. Los belfos del caballo parecen morder el aire brillante, y solo cuando se silencian los tambores y el mundo se queda quieto como estatuas en los escaños bajo el regazo de los árboles, es posible escuchar el relincho del caballo en el temblor de las palmeras.

Solo para recordar al volver allí que hace 132 años se puso la primera piedra en la parte central del parque; se eligió una cajuela con monedas de 1889 y se escogió un pergamino testimonial con la firma serena y certera del presidente Rafael Núñez, con su letra final que dejaba un rastro alargado sobre su huella. Tres años después, en 1892, se inauguró el parque diseñado por el arquitecto cartagenero Luis Felipe Jaspe, con cuatro fuentes que dejaban caer las sílabas de agua delgada sobre la piedra, y todo el que se sentaba en los escaños de madera y metal iba con la ilusión de soñar que llovía en verano. Además de las cuatro fuentes, había una verja perimetral en hierro colado, el piso era de mármol y cemento pulido, bajo la luz del reciente alumbrado público.

La idea de un parque donde sentarse a charlar por las noches era redentora. Había que salir de casa para saber algo nuevo en los escaños del Camellón. Lo verde era tan atrayente para los ojos obligados a no mirar más que piedras”,

Daniel Lemaitre.

Cuatro años después, en 1896, luego de muchos meses de vigilia, el artista venezolano Eloy Palacio, quien vivía en Munich (Alemania), terminó de pulir aquel caballo que relinchaba en sus sueños. Y presentía al general Bolívar, altivo, inagotable, a punto de darle la vuelta al mundo en su caballo, mientras los incrédulos de su tiempo se burlaban diciéndole: “Allá va el culo de hierro en su caballo”.

Y la gente de la plaza compadecía al pobre escudero José Palacio, que se terminaba de beber en las esquinas de las chicherías el último peso de los ocho mil que le dejó el general en su testamento. Y algunos, al verlo borracho entre las sombras de Cartagena de Indias, creían que era un fantasma de los años de la Independencia, que aún llevaba las charreteras descosidas y alucinaba con las mujeres efímeras que aún suspiraban por el general más allá de su muerte. Los honores empezaron por los parques y el bautizo de medallas, calles, colegios y universidades. (Lea aquí: “Al Parque de Bolívar sí se le hizo mantenimiento”: Raimundo Angulo)

Todas las ciudades del país empezaron a llenarse de estatuas de Bolívar a caballo, casi con la misma proporción de lechos pequeños donde todo el mundo decía que había pasado una noche de campamento, había dormido o pasado con alguna mujer del camino que el mismo José Palacio se encargaba de planear en su intensa y delirante agenda de amores y noches de tigre. No tardaron treinta años, en 1925, para que aquel parque erigido en su memoria empezara a deteriorarse, cuando a alguien se le ocurrió retirar la reja metálica perimetral, quitar las puertas de hierro y suplantar los escaños de madera por bancas de cemento. Una noche se apagaron las fuentes y aquel encanto de aguas sonoras fue reemplazado por desproporcionadas maceteras y plantas que no resistieron la impiedad de los veranos. En 1938, el entonces alcalde Napoleón Franco Pareja no solo cercenó dos metros del perímetro del parque, sino que cambió el piso con baldosas de cemento. En 1999 el parque fue restaurado de manera integral por el entonces gobernador Miguel Raad y la Dirección de Restauración, a cargo de Fidiaz Álvarez Marín. (Lea también: Ministerio de Cultura pide detalles sobre obras en el Parque de Bolívar)

Los parques buscan dolientes

En los últimos años el Parque Bolívar ha tenido dolientes como Raimundo Angulo Pizarro, quien, a través del Concurso Nacional de Belleza, ha sido guardián del esplendor del lugar en su mantenimiento y salvaguarda. Es no solo uno de los ámbitos sagrados del Centro amurallado de Cartagena, sino uno de los ámbitos sombreados de la ciudad. Allí confluyen además para una tregua del día, los transeúntes, nativos y visitantes.

El Parque Bolívar, al igual que el Parque del Centenario, el Parque Fernández de Madrid y el Parque de San Diego, el Parque Espíritu del Manglar, el Camellón de los Mártires, requieren de los mismos dolientes amorosos y la voluntad ejemplarizante y constante de Raimundo. Después de la pandemia, los estragos de los sueños aplazados siguen minando a Cartagena. La Gobernación de Bolívar dio señales de sentido de pertenencia para seguir protegiendo los parques de la ciudad, entre ellos, el Parque Bolívar.

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