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Judith Porto de González, una historia de leyenda

Con su partida viajan más de cien años de historias de Cartagena, sobre su mirada de dramaturga, cuentista y ensayista.

Ella quería celebrar sus cien años. ¿Cuánto falta?, se preguntaba. En verdad, faltó poco. Solo dos años para que cumpliera su deseo. A su edad, aún tenía una memoria que se remontaba a la historia de cinco siglos de vida de su ciudad natal, Cartagena de Indias. (Lea aquí: Falleció Judith Porto de González)

Tocaba el piano bajo la abnegada y dulce presencia de su maestra, la pianista Evaida de la Hoz. Pero no solo tocaba el piano, sino que además evocaba instantes de sus años iniciales, desde que en 1949 irrumpió en el panorama nacional de las letras, con sus cuentos nutridos de la fantasía popular entrelazada con episodios de la historia dramática del Sitio de Morillo, los asaltos piráticos y las casas enduendadas del corazón amurallado de la ciudad. Judith Porto de González era una de las contadísimas escritoras del Caribe que empezaron a crear su obra a mediados del siglo XX, y su voz se integró a la legión de mujeres que en el Caribe consagraron sus vidas a las letras, como Meira Delmar, contemporánea suya; como Maruja Vieira, que le sobrevive a sus 98 años. Son figuras emblemáticas de la literatura regional, que abrieron el camino para que hoy ese cortejo creciera asimilando la tradición y la modernidad, en voces iconoclastas, como la poeta Clemencia Tarifa; irreverentes, como la narradora Marvel Moreno, la narradora Carmen Victoria Muñoz, la poeta Margarita Vélez, la novelista Margarita García, para citar algunas de ellas. Pero mucha agua ha navegado bajo los puentes desde que apareció Judith Porto de González, que, además de narradora, fue dramaturga, pedagoga, historiadora, ensayista, creadora del grupo de teatro La Baranda, también convertido en serie editorial; fundadora de la Sociedad de Amor a Cartagena, directora de la Extensión Cultural de Bolívar y, poco antes de morir, impulsadora de la Casa de la Cultura Judith Porto de González, en la misma casa donde ella nació en 25 de septiembre de 1922, en la calle Baloco. Muchas historias se van con ella al partir en este diciembre incierto de 2020. (Lea también: Judith Porto de González en la terraza de la memoria)

Una trayectoria histórica

Pocas personas tuvieron el privilegio de ser reconocidas y exaltadas en vida como Judith Porto de González: recibió los máximos honores de la región y el país. En 1949 ganó el Premio Nacional de Cuento, que tuvo como uno de los jurados a Clemente Manuel Zabala. Desde ese año, el nombre de Judith se convertiría en una leyenda viva. Sus cuentos eran de lectura obligada en los textos de secundaria y su nombre aparecía en la historia de la literatura colombiana, referenciado por Javier Arango Ferrer. Judith fue reina de belleza en Cartagena y su belleza inspiró a Lucho Bermúdez para componerle una canción. De igual manera, el pintor Enrique Grau le hizo varios retratos e ilustró algunos de sus libros, así como Alejandro Obregón.

En 1956 recibió la Medalla Cívica de la Alcaldía de Cartagena. En 1967 ganó el Premio Nacional de Teatro y, en 1968, el Premio Medalla de Oro al Mérito Literario (Gobernación de Bolívar); en 1983, la Medalla Gran Oficial de la Orden Rafael Núñez, de la Gobernación de Bolívar; Medalla Cívica Francisco de Paula Santander, del Ministerio de Educación, en 1984; Cruz de Gran Oficial de la Orden de la Democracia (Congreso de la República), en 1985; Medalla José Celestino Mutis, del Ministerio de Salud, en 1986. Fue miembro de la Junta Organizadora del Concurso Mundial de Historia en 1961. Premio “Leader Grant” del gobierno de los Estados Unidos en 1961. Fue cofundadora del Centro Colombo Americano y de la Alianza Colombo Francesa. Miembro de la Academia de Historia de Cartagena, Academia Hispanoamericana de Letras, Academia de Historia de Mompox; miembro de la Sociedad de Mejoras Públicas de Cartagena y de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia (Sayco), Hija Predilecta de Cartagena (Concejo de Cartagena, 1956), Cónsul Ad-Hoc de Portugal, catedrática de literatura y arte dramático en institutos de segunda enseñanza y superiores, entre innumerables cargos y reconocimientos. (Lea también: “Mi única obsesión ha sido Cartagena”: Judith Porto de González)

Un cuento maravilloso

Entre sus cuentos maravillosos de ‘Al filo de la leyenda’, está ‘11 de noviembre fantástico’, en el que un joven conoce a una muchacha en el centro de la ciudad, en plena celebración de la Independencia. En medio del carnaval empieza a llover y el joven le ofrece a la muchacha su capa para que no se moje y la acompaña a su casa, en San Diego. Cruzaron por la Plaza de los Coches, la calle de las Carretas, las calles Primera y Segunda de Badillo, Plaza Fernández de Madrid y llegaron a su casa. La muchacha se despidió y prometieron verse al día siguiente. El muchacho tocó a su puerta y salió una señora. Preguntó por la que podría ser su hija, porque adivina un parecido en sus ojos. La describe alta, blanca, cabellos negros y “unos ojos preciosos”. La señora le señala el retrato que está en la sala.

-¿Ella?

-Si, dijo el muchacho y contó que la noche anterior la había traído a su casa en medio de la lluvia. La mujer, temblando, le respondió: “Ella murió hace años. Un 11 de noviembre. Se le quedó el disfraz listo para bailar en la cumbia”. El muchacho perplejo, helado del miedo, fue a la tumba de la muchacha y, en medio del mármol de la lápida de la muchacha, vio la capa negra que había puesto sobre sus hombros.

Voces sobre su obra

“’Al filo de la leyenda’ es un libro original y legendario”, dice Juan Zapata Olivella en el prólogo al libro en 1961.

“En cada cuento aparece la fantasía prendida de los hilos de la imaginación. Entremos en su universo de imágenes coloniales en la seguridad de que la patria y la libertad se hacen más hondas en el espíritu”.

De su obra, ha expresado Horacio Gómez Aristizábal: “Judith Porto de González es, ante todo y por, sobre todo, una prosista esencialmente original. Aprovecha toda circunstancia en su libro ‘Al filo de la leyenda’ para refrescar la historia y revitalizar leyendas de su bella ciudad”.

“También en la literatura de Judith Porto de González encontramos narraciones bucólicas, cuyos personajes y acciones se recrean en ambientes campestres y donde la autora se cuida de usar con propiedad términos que simbólicamente signan la vida rural”, escribe Joce Daniels, autor de una biografía de la escritora.

La baranda y
otros senderos

Además de los cuentos mencionados, Judith Porto de González escribió ‘A caza de infieles’ (1953), ‘Doce cuentos’ (1960), ‘Al convento’ y ‘Para mí, un pirata’, obras de teatro editadas por La Baranda y estrenadas en la Sala de Orientación Artística por el Grupo de Teatro de la Sociedad Amor a Cartagena, en 1964; ‘La casa de don Benito’, obras de teatro publicadas por ediciones La Idea en 1965 y estrenada por la televisión nacional ese año; ‘Pasan los años de la tierra’, obras de teatro publicadas por La Baranda en 1965 y estrenadas en el Teatro Heredia por el Grupo de Teatro Los 15, el 3 de noviembre de 1965; ‘Jacinto’, cuento infantil con portada de Alejandro Obregón, con ediciones en 1971, 1975 1979 y 1980; ‘El hacedor de milagros y los artistas de mamá’, editado por La Baranda en 1972: ‘Narrativa y Teatro’, compilación hasta 1972, publicadas por el Ministerio de Educación Nacional y el Instituto de Cultura Hispánica en 1972; ‘Mesa de juegos’, publicado por La Baranda en 1979; ‘Breves apuntes de teatro’, La Baranda (1979); ‘Memorias de un médico andariego’, Colgráficas (1983). Quedaron pendientes de ser publicados la novela corta ‘Todo para ser feliz’, la novela ‘Máscara de proa’, ‘Cuentos de Cartagena antigua’ y ‘Cuentos cortos’.

Epílogo

Para celebrar un nuevo aniversario, Judith Porto de González solía vestirse de rojo y dorado. Y en su casa reunía a toda la familia en torno a una mesa larga: ella era la reina que la presidía con su gran sentido del humor, su fortaleza interior y su alegría de haber nacido en una ciudad que no cambiaba por nada en el mundo. Cartagena era para ella la ciudad más bella del planeta, pese a toda su historia de glorias, asaltos y sitios, una historia en la que confluían la tragedia y la epopeya de la libertad. Siempre había música clásica y música tradicional en su casa. Ella sola llevaba sobre sus hombros una historia de más de cien años y una memoria que interpelaba más de cinco centurias, como quien se asoma a una ventana y ve el mar.

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