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Jorge Luis Borges y sus cuentos de infamia

Los cuentos ‘Historia universal de la infamia’, de Borges, retratan criaturas despiadadas, sanguinarias, con un trato cotidiano e íntimo con la muerte.

La historia humana, como la literatura, está llena de inescrutables paradojas y de misterios insondables. La infamia, el horror, la pesadilla, el mal, la inocencia y la crueldad, son presencias tutelares en la literatura de todo los tiempos.

En los años treinta del siglo veinte, el escritor Jorge Luis Borges empezó a escribir una serie de cuentos cuyos protagonistas eran criaturas despiadadas, desalmadas, seres cuyo destino había sido agigantar hasta la monstruosidad la infelicidad de quienes les rodeaban, y en casos extremos, de seres de apariencia angelical convertidos en monstruos, en esa brutal metamorfosis del jardín cuya sombra tiene la rara tentación de acariciar por igual al más inocente y al más malvado de la estirpe. Lea también: Feria Latinoamericana del Libro: los invitados que vendrán a Cartagena

Bajo el influjo de Chesterton, Stevenson y de los filmes de von Sternberg, Borges culminó en 1934 su libro de cuentos ‘Historia universal de la infamia’, que publicó en 1935, y en 1954 reeditó con nuevas historias. En el primer prólogo, Borges se autoflagela buscando otro ángulo de la perfección de estos cuentos magistrales, descubriendo en ellos que están excedidos de “enumeraciones dispares, la brusca continuidad, la reducción de la vida entera de un hombre a dos o tres escenas”.

Borges que era un virtuoso de la síntesis, había proclamado en varias de sus conferencias que hay personajes de cuentos y de novelas que pueden tener una vida perdurable en uno o dos párrafos, y sin embargo, seguir viviendo y perturbando a sus lectores, pese a su intensa y breve existencia en un texto literario.

Jorge Luis Borges y sus cuentos de infamia

En el primer cuento El espantoso redentor Lazarus Morell, rescata un instante de la historia del padre Bartolomé de las Casas, quien en 1517 se compadece al ver a los menudos y frágiles indígenas descender al infierno de las minas de oro antillanas, y se le ocurre escribirle al emperador Carlos V para que importe negros africanos esclavizados a América y reemplacen el trabajo de los indígenas. Esta compasión inicial por los indígenas, pervertida en la horrible condena a los africanos en el continente, fue sin duda una infamia que perturbaría el sueño y la conciencia del padre Bartolomé de las Casas.

Lazarus Morell, el protagonista de este cuento, comandaba mil hombres, era propietario de africanos esclavizados, y recorría las vastas plantaciones del sur de Mississippi eligiendo negros de otros esclavistas y les proponía fugarse para luego atraparlos y revenderlos.

Lazarus era un tipo poderoso que no dejó señal de sus atrocidades. “Los años, luego, le confirieron esa peculiar majestad que tienen los canallas encanecidos, los criminales venturosos e impunes. Era un caballero antiguo del sur, pese a la niñez miserable y a la vida afrentosa. No desconocía las Escrituras y predicaba con singular convicción... Muchos de quienes le oían sabían que era un adúltero, un ladrón de negros y un asesino a la faz del Señor”.

Lazarus Morell murió el 2 de enero de 1835 de una congestión pulmonar en el hospital de Natchez, en donde ingresó con el nombre de Silas Buckley. Los ejércitos negros soñaron con ahorcarlo. Lea también: Juan José Nieto y la abolición de la esclavitud en Cartagena

La infamia suele momificarse en la torpeza de la estadística humana: los quinientos mil muertos de la Guerra de Secesión, recuerda Borges en su cuento, “los tres mil trescientos millones gastados en pensiones militares, el negro que asesinó Martín Fierro, la habanera madre del tango, la cruz y la serpiente de Haití, la culpable y magnífica existencia del atroz redentor Lazarus Morell”.

Un maestro del oxímoron: al redimir a los indígenas condena a los negros, no lo exime de culpa. ¿Cómo puede juntarse lo atroz y lo magnífico?

Borges construye estos cuentos a partir de personajes entresacados de relatos históricos, de ficciones que reinventa con nuevos matices, la historia real.

La decisión de un hombre o una suma de hombres ligados al poder pueden derivar una suma monumental de actos nada inocentes ni filantrópicos. Esa conjunción desatinada del poder humano puede derivar en una suma de infamias, azares aparentes de una lógica endemoniada, pero también puede desencadenar en un abismal sufrimiento de secretas perlas de resistencia, en frutos tallados, blues y en narrativas y pinturas de resistencia.

El proveedor de iniquidades

Jorge Luis Borges y sus cuentos de infamia

El cuento ‘El proveedor de iniquidades Monk Eastman’, de Borges, es el retrato de un caudillo electoral que tiene mil doscientos forajidos bajo su comando, y cobra subsidios a los habitantes para hacer sus fechorías. Cuando las autoridades llamaban a juicio a Monk, los primeros en protegerlos eran los políticos parroquiales que estaban a su servicio, y desmentían que él tuviera alguna banda. Decían que se trataba de “meras sociedades recreativas”.

Monk les tenía un prontuario de servicios atroces. Era un proveedor de iniquidades. Los que solicitaban sus servicios sabían que Monk era capaz de todo. Sus tarifas por concepto de atrocidades son las siguientes: 15 dólares por arrancarle la oreja a alguien. 19 dólares por romper una pierna. 25 dólares por un balazo en la pierna. 25 dólares por una puñalada. 100 dólares por el negocio entero. “A veces, para no perder la costumbre, Eastman ejecutaba personalmente una comisión”. Lea también: ¿Te gusta leer? Regresa el club de lectura Los Peregrinos a Cartagena

A este personaje sanguinario se le apareció Paul Kelly, famoso capitán de otra banda, quien lo enfrentó y lo persiguió a tiros. “Con esos brazos vertiginosos de mono y con la cachiporra hizo rodar a tres, pero le metieron dos balas en el abdomen y lo abandonaron por muerto. Eastman se sujetó la herida caliente con el pulgar y el índice y caminó con pasos de borracho hasta el hospital. La vida, la alta fiebre y la muerte se lo disputaron varias semanas, pero sus labios no se rebajaron a delatar a nadie. Cuando salió, la guerra era un hecho y floreció en continuos tiroteos hasta el diecinueve de agosto del novecientos tres”.

En el amanecer del 25 de diciembre de 1920 encontraron el cuerpo de Monk en las calles de Nueva York. Tenía cinco balazos. Borges es genial para rematar su cuento: “Desconocedor feliz de la muerte, un gato de lo más ordinario lo rondaba con cierta perplejidad”.

Otras perplejidades

Tal vez el cuento ‘Hombre de la esquina rosada’, de Borges, sea el texto más conocido y celebrado de ‘Historia universal de la infamia’, del que nos referiremos en otra oportunidad. Este libro de Borges, de 139 páginas, tiene la maestría de quien arma cada escena con la sutileza de quien corta el aire con el filo de una navaja. La primera parte del libro titula el volumen Historia universal de la infamia, contiene siete cuentos El espantoso redentor Lazarus Morell, El impostor inverosímil Tom Castro, La viuda Ching, pirata; El proveedor de iniquidades Monk Eastman, El asesino desinteresado Bill Harrigan, El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké y El tintorero enmascarado Hákim de Merv.

La segunda parte es el cuento Hombre de la esquina rosada. Y la tercera parte: Etcétera, contiene ocho cuentos breves: El teólogo de la muerte, La cámara de las estatuas, Historia de los dos que soñaron, El brujo postergado, El espejo de tinta, Un doble de Mahoma, El enemigo generoso y Del rigor de la ciencia. Borges confiesa que el título de su libro tiene el impacto de aturdirnos en su laberinto barroco. El cuento Hombre de la esquina rosada, lo llevó a recordar palabras e imágenes del corazón de la pampa.

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