Carlos Canales Cintrón (Río Piedras, Puerto Rico, 1955) es una inteligencia múltiple y una sensibilidad a prueba de volcanes en erupción y centellas en el mar. De esos relámpagos que atraviesan la oscuridad de los océanos y desnudan el alma humana nacen sus obras de teatro y sus relatos.
Canales Cintrón viene de Connecticut (EE. UU.), donde vive desde 2008, y al llegar por primera vez a Cartagena ha tenido el pálpito sobrenatural de que había recorrido estos lugares y que se había tropezado con tantos amigos dispersos en los arcos abovedados de esta ciudad al pie de mar, y ha tenido la nítida y estremecida sensación de que me había visto alguna vez en Puerto Rico o en Connecticut. Lea: Es taxista y escribe libros del campo y la vida: él es Eusebio Julio
Para su sorpresa, jamás he estado en Puerto Rico ni en Connecticut, pero al verlo cruzar el Claustro de la Merced de la Universidad de Cartagena me ha sonreído, nos hemos saludado como viejos amigos y hemos tenido el sacudimiento común de que ya nos conocíamos desde hacía mucho tiempo y que esta conversación de más de dos horas había ocurrido en tiempos remotos.
Retrato al pie del mar
Carlos Canales es dramaturgo, narrador, educador, con un bachillerato en Ciencias Políticas, Drama y Educación de la Universidad de Puerto Rico, una maestría en Español de University de Connecticut, becado para estudiar dramaturgia avanzada por el grupo Intar de Nueva York. Fue presidente de la Sociedad Nacional de Autores Dramáticos, profesor de actuación y dramaturgia en la Escuela Especializada de Bellas Artes de Arecibo.
Ha estrenado cerca de cuarenta obras teatrales, en diversos escenarios del mundo: Puerto Rico, Estados Unidos, Inglaterra, España, México, Francia, entre otros. Se destacan entre ellas: María del Rosario (1986), Vamos a seguir bailando (1993), Margie (1994), Vórtice (1994), Teatro (2002), Salsa, tango y locura (2003), Bony and Kin (2004), ¡Qué bueno este país! (2004), La casa de los inmortales (2004). Trilogía de los dictadores (2006), Ecuajey (2006), Los intocables (2006), El Generalísimo Brujillo (2008, 2012), ¡Maldita sea el Capitán América! (2013), A la luz de la luna (2015) y Teatro del lado de allá (2016).
Ha publicado el libro de cuentos Los hombres de los rostros tristes (2015), Faustine Azul y otros cuentos (2019) y su novela El pájaro rojo (2018). Su obra fue premiada por el Ateneo Puertorriqueño, Círculo de Críticos, Fundación René Marqués, PEN Club de Puerto Rico y el Instituto de Cultura Puertorriqueño. Lea: Cuando la escopeta acaba con el arte: escritores, depresión y punto final

El drama en casa
Ahora está frente a mí y ha empezado a contarme la dramática historia de su madre María del Rosario en el laberinto de su locura, en cuyos labios salen salmos y plegarias antes de que llegue el Apocalipsis.
Esa experiencia nutre su monólogo María del Rosario, estrenado en 1985, basado en dos momentos de locura de su madre recluida en sanatorios. La locura y las angustias existenciales han sido dos de sus obsesiones en su obra narrativa y teatral. Sus libros gravitan sobre las historias mezcladas de sus dos familias: Canales y Cintrón. Lea: Eduardo Bechara Navratilova, un escritor con una historia prodigiosa
Para él los Canales son soberbios y temperamentales. Los Cintrón han tenido el germen de la locura, que los hace más humanos y artistas. Y sobre esa experiencia ha escrito La familia entrañable de don Piro Noble, una metáfora de los Canales y los Cintrón.


Carlos Canales.
En estos días ardientes y lluviosos de julio en Cartagena, ha sentido el halo misterioso de tres Déjà vu. Uno de ellos fue un sueño con Gabo que le sugería “apretar el lenguaje” en una de sus obras. Me habla del teatro, que ha leído y estudiado de Colombia al maestro Enrique Buenaventura, a Santiago García con Guadalupe Salcedo, a Jairo Aníbal Niño, con Monte Calvo, a la Antología del Teatro Colombiano.
Precisa que el teatro de hoy es más libre en temáticas y en experimentación. Celebra la obra de Tennessee Williams en Un tranvía llamado deseo, que tiene un lenguaje poético insuperable. En el teatro según Canales cabe todo el mundo con sus posibilidades teatrales. Lea: Leonardo Padura, el béisbol lo hizo el escritor que es hoy

Recuerda que una vez le preguntaron a Buenaventura; ¿Es pertinente Bertolt Brecht en estos tiempos? Y Buenaventura respondió: Es pertinente como La Biblia, los griegos, Kant y Sartre. Para este dramaturgo insaciable y perfeccionista, el teatro nunca está terminado. Siempre puede haber varias variaciones sobre una misma obra. Buenaventura hizo siete versiones de A la diestra de Dios padre, basado en el cuento de Tomás Carrasquilla.
Dice que la escritura es el arte de la existencia. En ese acto de escribir encontró el sentido de la vida. Muchas veces hace la versión teatral y la versión de la misma historia en cuento. “Soy personaje, narrador, director, escribo con la cabeza del loco”, me confiesa. “Dejo que el texto sea un fluir de conciencias”.
El drama de verdad empezó en su casa, en donde además tuvo una tía, hermana de su madre, que era mentalista y espiritista, veía seres inexistentes detrás de las paredes. La locura persiguió a Carlos Canales desde que era un niño, con familiares y vecinos delirantes y locos. Los fines de semana se discutía mucho en su casa. Había drama. Los temas estaban allí en la familia, en su madre, en su padre que era fanático del cine, en sus tíos. Lea: Santiago Vargas, el joven paisa que vive de vender poemas en la calle
Su drama ¡Qué bueno está este país! (2003) también se basa en dos tíos, hermanos de su madre. Al principio no le gustaba la literatura. Jugaba mucho béisbol. Ahora siente que escribe para no suicidarse, para afirmar la vida.