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Caribes bajo el cielo africano

Cuatro escritores del Caribe viajaron al África y contaron sus experiencias en el continente africano.

“El que no tiene de congo, tiene de carabalí fue una frase que escuché siendo muy niño. Y la volví a escuchar en Cuba, y está a flor de labios en todos los pueblos que tienen a África como cultura ancestral. En Cartagena de Indias, como en el resto del país, se celebra en este mayo de lluvias el mes de la afrocolombianidad. Desde 1580, Cartagena de Indias se convirtió en el puerto principal del comercio negrero. Hace poco, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) hizo visible la ruta del esclavizado en el corazón amurallado de la ciudad y acompañó esta nomenclatura con textos de autores contemporáneos. Le puede interesar: Alfonso Carvajal, milagros de una novela posible

Caribes bajo el cielo africano

Germán Espinosa fue uno de los escritores de Cartagena que viajó al África. En esta pintura de su hijo Adrián Espinosa, rinde homenaje a su padre.

Cuando el escritor cartagenero Germán Espinosa fue nombrado diplomático en Kenya, en África oriental, recorrió las plazas viendo el rostro de sus habitantes, evocando a Cartagena de Indias. Tiempo después, fue al este africano, confrontando los matices.

Y al llegar a su habitación hizo apuntes sobre aquellos rostros y su conclusión fue que los veía tristes, a diferencia de los semblantes sonreídos y felices de los cartageneros pese a todo.

Entonces se preguntó: “¿Por qué es el africano del este tan tozudamente triste? La música es también triste, casi agónica. Tiene procedencia claramente árabe. A ratos, recuerda un poco el cante jondo de los españoles, aunque desde luego, sin el ángel o el duende de Andalucía. En la radio puede oírse, a veces, una música ligeramente parecida a la del Caribe, en especial a la de Cuba y al porro de la Costa colombiana. Pero es música del occidente africano, de Nigeroa o de Angola. Desilusiónese quien espera encontrar en África reminiscencias de la alegría negra en el Caribe. Dionysos no ha frecuentado el Cuerno Africano. Por lo demás, la tradicional alegría del Caribe, así se manifieste en los descendientes de esclavos, es de prosapia andaluza”.

Manuel Zapata Olivella estuvo por aquellos años en África y fue al puerto donde salían los barcos cargados de africanos esclavizados, y le pidió al poeta Leopold Sedar Senghor que lo llevara a una cueva remota para conversar con sus ancestros, y allí lo encontró la madrugada, desnudo, postrado ante la luz de oro de la tierra. Roberto Burgos Cantor estuvo en un congreso en África y aprovechó para recrear instantes de opresión de los capitanes de los barcos negreros, y terminó escribiendo su bello cuento ‘El castillo’, que se publicó de manera póstuma en su libro ‘Orillas’ (Seix Barral, 2019), y en donde narra las tensiones de los esclavizados y el halo de una mujer africana que perturba la respiración el capitán lujurioso. Sin duda, ese viaje al África le sirvió para recrear a Benkos Biohó en su novela ‘La ceiba de la memoria’ (Planeta, 2007).

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África entre nosotros

Poca gente se resiste a creer que toda la humanidad proviene de África y que en Cartagena de Indias no solo sus habitantes provienen de ancestros europeos, sino indígenas y africanos. Hay quienes solo privilegian sus matrices europeas y desdeñan de sus orígenes indígenas y africanos. Pero lo africano, como lo indígena, se expresa no solo en la sangre sino en la vida misma, en la cultura, en la manera de ser. Lo mismo con Europa. África late entre nosotros desde el amanecer con los manjares en el Caribe, desde el cabeza de gato machacada con plátano verde, el mafufo con ajo y cebolla. Cruza la memoria de nuestros sabores y saberes en el ñame, el plátano, en algunos rituales de amor, duelo y despedida. Hace poco nos visitó un músico africano que quedó impactado al ver rostros dobles de Angola en Cartagena de Indias. Le pasó lo mismo a García Márquez cuando aterrizó en 1978 en Angola y su impresión fue tan impactante que la consideró “una de las experiencias más fascinantes” que había tenido, le dijo a Plinio Apuleyo Mendoza. “Creo que partió mi vida por la mitad. Esperaba encontrarme con un mundo extraño, totalmente extraño, y desde el momento en que puse los pies allí, desde el momento mismo en que olí el aire, me encontré de pronto en el muno de mi infancia. Sí, me encontré toda mi infancia, costumbres y cosas que yo había olvidado. Volví a tener, inclusive, las pesadillas que tenía en la niñez”. Lea además: Tatis te cuenta: la historia de Comprimido, el periódico más pequeño del mundo

Así somos
Los caribes amanecemos hablando desde mucho antes de que cante el primer gallo. Bebemos una taza de café, porque si no lo hacemos nos da un dolor de cabeza. Los caribes tocamos el tambor para festejar la vida y espantar la muerte. Jugamos al Gallo Capón, que es un juego interminable y saca de casillas a los contendores. Viejos jugadores de dominó en patios y pretiles a la intemperie, los caribes reinventamos el juego para que durara más e involucrará a más jugadores. Por eso los cubanos inventaron el doble siete, el doble ocho y el doble nueve.

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