Las enormes ceibas que crecen a la orilla del río Magdalena, no saben que su sembrador se ha ido. ¿Adónde? Los sembradores de nubes y horizontes no parten, siempre están en las albarradas donde florecen las tarullas flotantes y crecen en las palabras que despiertan en el sosiego de los libros. Es
Antonio Botero Palacio (Mesopotamia, La Unión, Antioquia, 1927- Medellín-diciembre 15, 2019), quien poco antes de partir, estaba planeando otro sueño más allá de la muerte: el sueño imposible de crear una biblioteca de nubes, de seguir amando a las criaturas del agua y la tierra, como las amó en su peregrinaje de 92 años.
Antonio era algo más que un poeta, novelista, historiador y gestor cultural. Vivió desde hace más de medio siglo al pie del puerto de Magangué. A él le debemos tantas hazañas silenciosas y fecundas. Fue el creador de la biblioteca pública de Magangué, la academia de historia, el Centro Cultural Casatabla, soñador de barrios y promotor de centros hospitalarios, ancianatos, entre otros. Miembro fundador del Centro de Historia Villa de Magangué. Miembro de la Academia de Historia de Mompox y Miembro de la Asociación de Escritores de la Costa. Sensitivo, memorioso, humanista, ejerció el magisterio encantador de la poesía, el habla iluminada y el arte olvidado de servir a los demás.
Autor de la novela autobiográfica “Al final de la inocencia”, el poemario “Los lagares del alma”, una monografía de Magangué, un ensayo histórico sobre la ruta de Uribe Uribe y en la Guerra de Los Mil Días, La Batalla de Magangué, la historia de La Unión (Antioquia), el poemario “Canción para una despedida”, y el más reciente ensayo sobre la obra poética de Óscar Delgado (1910-1937): ‘Luna para piano’ que tuvimos el privilegio de prologar y editar. Era un roble moral, un bosque de profundas raíces entre la montaña y el mar, una criatura singular que logró combinar al empresario con el humanista, el poeta con el maestro de escuela. Tenía una colección de barcos que replicaban al vapor ‘David Arango’. Se fue para quedar para siempre entre nosotros.
De paso por el puerto Magangué, en 2018, frente a la albarrada donde el maestro Antonio Botero vio incendiar el legendario buque David Arango en 1961, escarbando en sus baúles, me mostró los originales de un libro sobre su descubrimiento del poeta Óscar Delgado, y yo me apresuré a decirle que asumía el desafío de publicarlo.
¿Cómo ocurrió este milagro de que alguien como Botero, bajara de la montaña, se embrujara con la música del río como una flor púrpura flotante en las aguas de Óscar Delgado, y saliera a perseguir y descifrar un perfume olvidado?