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Un Iván Márquez acorralado paga con coca y dólares por ayuda en Venezuela

El desertor de la paz sería el siguiente objetivo de los comandos ilegales que dieron de baja a Romaña, el Paisa y Santrich.

Iván Márquez, el sanguinario excomandante de las Farc y desertor del proceso de paz de La Habana, se siente acorralado, incluso perdido, y comenzó en las últimas 72 horas una serie de movidas “desesperadas” por intentar salvar su vida.

La caída de Hernán Darío Velásquez, alias el Paisa, y de Henry Castellanos, conocido como Romaña, sus dos principales socios traquetos en la llamada Segunda Marquetalia, derivaron en que Márquez busque alternativas para evitar el accionar del mismo comando ilegal que los habría matado y que él sabe que está detrás de su cabeza.

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EL COLOMBIANO estableció con fuentes a ambos lados de la frontera colombo-venezolana que, valiéndose de las caletas llenas de dólares que ha logrado acumular desde su regreso a la ilegalidad –en el segundo semestre de 2019– y de la influencia que aún le queda en un sector narcotraficante, está tratando de tejer alianzas para garantizar su seguridad. Su moneda de cambio es dinero y cocaína.

De hecho, se sabe que buscó de nuevo un acercamiento con Gentil Duarte e Iván Mordisco, sus antiguos aliados en las extintas Farc y ahora sus enemigos en la guerra que se libra por el control de las economías ilegales en la frontera con Venezuela.

Lo que aún no es claro es qué respuesta le darán, pues también hay información en torno a que los ataques a los campamentos de el Paisa y Romaña, el domingo pasado en zona rural del estado venezolano de Apure, y al de Santrich –perpetrado en mayo unos kilómetros más arriba al otro lado de la frontera en la Serranía del Perijá–, habrían sido ejecutados por mercenarios que trabajan para la organización ilegal que mejor les pague.

Incluso, fuentes en terreno hablan de que la Guardia Bolivariana –el brazo armado del régimen de Nicolás Maduro– saben de la presencia de estos comandos irregulares y, también a cambio de dinero y coca, los dejan realizar sus operaciones.

Pero, con esa misma lógica transaccional, es que Iván Márquez ha intentado, además, acercarse a los ejércitos bolivarianos para buscar protección. Estos en el pasado ya han sido sus socios.

Inteligencia colombiana y fuentes venezolanas concuerdan, por aparte, en que Márquez se mueve entre los estados de Apure y Táchira, y a veces –para negociar coca y armas– llega hasta Barinas, Mérida y parte de Zulia. Y es en esas zonas, precisamente, donde no solo las disidencias, sino también el ELN, carteles mexicanos como Jalisco Nueva Generación y hasta reductos de Hezbolá (calificado por Estados Unidos como grupo terrorista) se mueven con fuerza para apoderarse del mercado ilegal. Todo, por supuesto, con anuencia del régimen de Maduro.

Ese territorio de nadie, como ya lo califican expertos en temas de conflicto, tiene preocupado a Washington, que siente que desde allí puede gestarse una fuerza ilícita con capacidad de desestabilizar parte de la región. De ahí que, entre otras cosas, le haya donado hace una semana a Colombia 20 vehículos blindados de guerra – tipo ASV M1117– para custodiar la frontera.

Para Iván Márquez hay un hilo conductor entre las bajas de Santrich, el Paisa y Romaña, y sabe que el siguiente en caer puede ser él, por quien además Estados Unidos ofrece una recompensa de hasta 10 millones de dólares, razón por la cual está buscando afanosamente protección. Ya sabe que regresar a territorio colombiano puede ser más complejo que permanecer en Venezuela, aunque aún aguarda respuesta de Duarte y Mordisco.

En todo caso, estos cuatro personajes nefastos –los tres muertos y el sobreviviente– son desertores de un proceso de paz que, en contraste, tiene a sus antiguos compañeros de armas haciendo política y con asiento en el Congreso. Incluso, quien ahora lidera el partido Comunes, derivado del pacto de La Habana, ha evitado referirse a esta narcoguerra por considerarla un tema superado en sus filas.

Y, por otra parte, la Fiscalía investiga la relación que hay entre el accionar violento de las disidencias, incluida la de Márquez, con el asesinato de los más de 300 excombatientes que han matado desde la firma de la paz. Varios de ellos, según el ente investigador, han muerto por su negativa de regresar a las armas y por oponerse a la proliferación de cultivos de uso ilícito, que –según distintas mediciones– tapizan más de 245.000 hectáreas en todo el país.

Lo cierto es que Iván Márquez se siente acorralado, pero su historial sanguinario y traqueto también da cuente de que sabe sobrevivir a la guerra. ¿Lo darán de baja?

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