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Comisión de la Verdad junta los pedazos de la Colombia rota por el conflicto

La Comisión está integrada por 11 personas que se han dedicado al titánico trabajo de recopilar lo sucedido en el país. Este martes entrega su informe final.

Colombia está herida y aunque se puso la base para empezar a curarla, solo ella misma puede hacerlo. Pero, en los últimos años, un grupo de personas ha estado indagando en las razones de esa llaga para ayudarla a sanar y que no se haga más profunda: los comisionados de la verdad. (Las comisiones de la verdad, entre la esperanza y el desconocimiento)

Entre ellos, que no quieren ser protagonistas, hay profesionales de muchos ámbitos: desde el artístico, como Lucía González, al médico, como Saúl Franco, pasando por las mismas víctimas, en la piel de Leyner Palacios. Por el camino se quedaron el periodista Alfredo Molano y la defensora feminista Ángela Salazar, fallecidos en 2019 y 2020, respectivamente.

La bandera de espiral dorada de la Comisión ondea en un barco que arriba a un municipio en el que, a pesar del acuerdo de paz con las Farc, el Estado nunca llegó. Dos comisionados salen del barco y acuden a la casa comunal, se sientan en sillas de plástico con sus libretas y empiezan a escuchar, a anotar lo que la comunidad les cuenta.

“En muchos lugares a los que llegamos la gente nos dijo: ‘queremos hablar, pero tenemos miedo de hablar’”, relata a Efe uno de los comisionados, Carlos Martín Beristain, un médico y sicólogo español que ha acompañado procesos en otros países.

UNA VERDAD EN CADA RINCÓN

En Colombia repiten que “es un país de regiones”. Por eso, la Comisión de la Verdad “ha tenido presencia en los territorios, porque la paz se hace fundamentalmente en los territorios, no solamente para llegar a las víctimas y tomar los testimonios, sino también para activar procesos de reconstrucción desde los territorios”, resalta Beristain.

Sin embargo, a pesar de la paz firmada con las Farc en 2016, de cuyo acuerdo surgió esta Comisión, Colombia sigue teniendo conflictos abiertos, por lo que “el mantenimiento de esa violencia en muchos territorios no hace fácil estos procesos”, resalta.

Cuando Beristain y Saúl Franco llegaron a finales de octubre pasado a Puerto Lleras y Pesquera, en Arauca, se convirtieron en una de las primeras instituciones estatales en aparecer. Cinco años sin la presencia del Estado y quienes primero llegan lo hacían solo para escuchar.

“QUEREMOS HABLAR”

Y lejos de que la población se enfureciera por la desidia, se agrupaban en círculo y comenzaban a hablar. “La experiencia de la Comisión muestra que es posible (dialogar)”, asegura Beristain, quien lo ve como una paradoja porque “a veces quienes más lo han hecho posible son quienes en peores condiciones están para hacerlo”. (Víctimas y victimarios en busca de la reconciliación)

¿Con qué cara un militar que ha matado a jóvenes inocentes para presentarlos como guerrilleros dados de baja en combate se iba a sentar delante de la madre de una de sus víctimas? ¿Por qué iba esa madre a querer escucharlo? Pero lo han hecho. Muchas de las madres de Soacha, colectivo de madres de víctimas de ejecuciones conocidas como “falsos positivos”, al principio no querían hacerlo.

“No queremos saber nada de los responsables”, decía una, pero después de tres años de trabajos individuales y acompañamiento lo han hecho convencidas de que iban a sacar algo del encuentro.

“Hemos hecho todo un proceso también cuidadoso de, si es posible, ese diálogo entre los puntos de fractura más duros de un país”, afirma Beristain, quien es consciente de que “muchas veces las familias lo que hacen es guardar como una forma de protegerse más”.

La herida causada por el conflicto “no se cura con represión, no se cura con olvido, no se cura con señalamientos al otro, se abre un proceso para la curación trabajando con esas memorias difíciles”, afirma. “El dolor, el sufrimiento, no se pueden reparar; el dolor, el sufrimiento, hay que honrarlo”, y eso es lo que intentan, añade.

LA PECULIARIDAD COLOMBIANA

La Comisión de la Verdad, que entrega su informe final este martes, ha intentado crear “un marco social para el reconocimiento de cientos de miles de experiencias individuales”, ya que “una guerra tiene una causa social y política, pero no tiene espacios sociales de reconstrucción porque hablar es peligroso”, dice Beristain.

No es la primera en el mundo. Ya hubo procesos similares en Sudáfrica, Perú, Guatemala o El Salvador, pero en estas últimas, “la gente tenía mucho más miedo a hablar”, asegura Beristain, quien coordinó el informe de Recuperación de la Memoria Histórica de Guatemala.

“Colombia tiene un enorme potencial porque a pesar de todo lo que ha sufrido hay un tejido social vivo, con energía, con propuestas, con ideas; en otros lugares este tejido social quedó barrido por la guerra porque el nivel de terror fue brutal”, compara el médico.

El informe que presentan el martes traerá aspectos novedosos, como la incorporación de los efectos y consecuencias del exilio en el país que históricamente ha estado en la cumbre de desplazamientos. Y también otros como la violencia sexual y la afectación a poblaciones afrodescendientes e indígenas.

Pero, toda esa verdad solo se va a asimilar y ayudará para empezar a sanar, “si hay voluntad política para empujarla” y también si quienes han sufrido el conflicto -sea cual sea la parte- “consideran que ahí está su historia”.

“No se sale fácil de una guerra de 60 años”, dice el comisionado español, pero “Colombia no puede volver atrás, no puede volver a la guerra, tiene que empujar una salida política al conflicto armado”.

Sudáfrica, en su proceso de reparación tras décadas de apartheid, ideó el concepto del arco iris, de la nación donde todos caben, y esa es la línea que se tiene que adoptar. “Colombia no puede volver atrás, tiene que seguir adelante y creo que tiene la gente y las condiciones para poder hacerlo; se necesita la visión política también para hacerlo y se necesita que quienes durante muchos años se han opuesto a los procesos tengan una visión de país”, piden desde la Comisión.

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