Yomaira Pacheco Esalas, la madre de Yorjelis, dice haber intentado que su hija retomara los estudios, pero se impuso la tragedia.

“Yo sabía que mi hija no iba a volver”


Yorjelis del Carmen Escandón Pacheco murió a las 17 años, soñando con ser pedagoga o investigadora criminalística, para lo cual, en diciembre del año pasado, había presentado su documentación en una universidad pública de Cartagena.

Por esos días acababa de graduarse como bachiller de la Institución Educativa Malagana, sede 5, del corregimiento de Gamero, donde nació y vivió hasta que cumplió los 17 años el pasado 16 de enero del presente año. Al mismo tiempo, llevaba dos años sosteniendo relaciones sentimentales con Wilson Martínez Moreno, un ordeñador residente en el barrio El Cementerio, de la misma localidad perteneciente al municipio de Mahates (norte de Bolívar).

Yomaira Pacheco Esalas, la madre de Yorjelis, relata que conoció a Martínez Moreno desde que estaba pequeño, pues, al parecer, entre las dos familias había un acercamiento que le permitía al muchacho hasta pasarse cualquier día en la casa de Yorjelis, donde hacían lo posible por quebrarle un mutismo que no iba acorde con su edad y sus energías.

“Era bastante callado –recuerda Yomaira–. Había que casi sacarle las palabras de la boca. Yo le hacía burlas para que siquiera se riera”.

Martínez Moreno y Yorjelis habían cumplido 20 y 14 años, respectivamente, cuando Yomaira se enteró de que tenían amores y que se reunían con frecuencia en la casa de una pariente de la niña. Enseguida optó por llamarles la atención, pero no impidió que el romance continuara, a pesar de la notable diferencia de edades.

No obstante, Yorjelis seguía siendo una estudiante destacada, a la vez que invertía su tiempo libre como bailarina del grupo ‘Danza Son de Negros Magín Díaz’, que dirige su primo Víctor Manuel Acosta, quien, a la vez, es uno de los fundadores de la Asociación Red Antorcha, cuyo principal objetivo, dice, es evitar que más niñas y niños sigan mirando el compromiso marital como la única opción de desarrollo para sus vidas.

“Aquí en Gamero –afirma Víctor–, y en muchos pueblos cercanos, sigue viéndose como normal el que una niña tenga marido e hijos con apenas 13 o 14 años de edad. Muchas veces se van con hombres que pueden ser sus hermanos mayores o sus padres, y nadie dice nada. Lo ven normal”.

Ese fue el caso de Yorjelis. Quería abrazar una carrera profesional y seguir alimentando sus dotes de artista en el grupo de danzas, pero lo que ella llamaba “enamoramiento” empezó a volverse más fuerte que sus aspiraciones personales.

Víctor, y los demás coordinadores de la asociación, coincidían en que la muchacha podría abrirse un buen camino en el mundo artístico, puesto que fue una de las tantas niñas que el grupo escoge desde que tienen 6 o 7 años de edad y las adiestran en manejo del mapalé, la puya, el bullerengue, la chalupa, el bullerengue sentao, el fandango y casi toda la gama de bailes folclóricos del Caribe colombiano.

“Ya en los pueblos de los Montes de María era conocida, porque asistimos a cuanto festejo folclórico se hace por estos lados”, comenta el primo consternado.

Pero ni pedagoga ni artista. Yorjelis decidió comprometerse con Martínez Moreno en enero de 2017. Su mamá afirma que trató de disuadirla, pero la joven argumentaba que estaba muy enamorada del ordeñador, y resolvieron irse a vivir al barrio El Cementerio.

Se instalaron en una vivienda de propiedad de la madre de Martínez Moreno, de donde Yorjelis salía diariamente para el colegio; y tres tardes a la semana, dedicaba un rato a los ensayos en el Son de Negros. Una vez graduada de bachiller, al tiempo que le comunicó al marido que deseaba seguir estudiando, se le ocurrió que él también podía hacerlo y que ella le ayudaría hasta que juntos coronaran una carrera, pero el hombre se negó.

“Él decía que ya estaba muy viejo para estudiar –recuerda Yomaira–, pero a mi hija no se le quitaba la idea. Al mismo tiempo me decía que estaba un poco preocupada, porque, cuando se iba a practicar las danzas, encontraba a Wilson rabioso o se le presentaba en el salón y pasaban toda la noche discutiendo”.

Esos incidentes, que comenzaron a mediados del año pasado, empezaron a agravarse cuando Martínez Moreno le prohibió a la muchacha que siguiera asistiendo a las ensayos, “porque ahí vas a encontrar otro marido”, le expresó, por lo que Yorjelis terminó complaciéndolo, pero empezó a aburrirse cuando el marido pasaba largas horas en la calle, y ella quedaba solitaria en la vivienda.

“Yo le decía que se viniera para la casa –comenta Yomaira–, que dejara esa relación, porque presentía que las cosas terminarían mal. Y no me equivoqué: Wilson comenzó a pegarle. Siempre que discutían terminaba pegándole. Entonces fui a hablar con él y le dije que me devolviera a mi hija, que a mí no me hacía peso. Y me la traje. Después, él comenzó nuevamente a visitarla, hasta que la convenció y se la llevó”.

Yorjelis no volvió por la casa de su madre, en el barrio 7 de octubre, pero recibía a sus amigas y a sus hermanos, lo que también resultó incómodo para Martínez Moreno, aunque la muchacha le sugería que se integrara a las conversaciones, donde siempre se hablaba del grupo de danzas y de las aspiraciones profesionales de cada uno.

La sugerencia no surtió efecto. El ordeñador cerró más el círculo de sus celos y volvió a agredirla físicamente, pero esta vez Yomaira acudió a la Estación de Policía de Mahates, donde le sugirieron que entablara la queja en la comisaría de familia. Una vez interpuesta la denuncia, Yorjelis decidió quedarse en la casa de su madre.

La estadía duró tres meses en los que Yomaira le recordaba sus deseos de estudiar Pedagogía, para seguir colaborando con los niños de Red Antorcha, lo que, al parecer, hizo que Yorjelis retomara sus aspiraciones y decidiera que definitivamente no volvería a reunirse con Martínez Moreno.

El jueves 6 de febrero en la mañana, madre e hija retomaron la misma conversación mientras recogían agua de un abrevadero cercano al 7 de octubre, y Yorjelis resolvió que ese día iría a la casa de El Cementerio a recoger sus pertenencias.

“En la tarde –relata Yomaira– salí a hacer una diligencia, y cuando regresé vi cuando Yorjelis iba saliendo de la casa. Le pregunté que para dónde iba y me respondió que volvía enseguida. Le grité mirándola directo a los ojos: ‘Yo sé que tú ni vienes más’”.

Y en efecto: nunca más volvió. A estas alturas, Yomaira sostiene que no agradece a sus vecinos el que no le hayan comunicado ciertos incidentes en el momento preciso en que ocurrieron. Varios días después del homicidio le contaron que el viernes 7 de febrero en la noche, Martínez Moreno llegó energúmeno al Son de Negros a buscar a Yorjelis, la tomó por el cuello y le susurró ferozmente: “Hoy es tu noche, porque te voy a matar”.

Los vecinos cercanos a la casa de El Cementerio también rememoran que escucharon los ruidos de una discusión, pero nadie intentó averiguar qué pasaba, hasta la mañana del sábado 8 de febrero, cuando el presunto asesino cruzó a la casa de su madre y le comentó que “parece que maté a Yorjelis”.

Por boca de terceros, Yomaira dice haberse enterado de que la madre del ordeñador le ordenó a una niña de 13 años, “ve a la casa de Wilson, para ver si es verdad que mató a Yorjelis”. Al no poder abrir la ventana de vidrió corrediza, la niña pidió ayuda a un vecino, quien logró ingresar al aposento, para descubrir el cuerpo de la bailarina en el piso de la sala, ante las puertas de las dos únicas recámaras, rostro inflamado por un objeto contundente y una herida abierta en el cuello.

Yomaira, sus hijos, su marido y los vecinos del 7 de Octubre se enteraron siendo las 9:30 de la mañana, pero cuando arribaron al lugar del crimen ya el cuerpo estaba cubierto por una sabana, que alguna mano piadosa le arrojó, mientras llegaba la Policía.

Whitney Páez, una activista social de Mahates, fue una de las organizadoras de la marcha que, posteriormente, se movilizó desde ese municipio hasta Gamero, para visibilizar la violencia contra las mujeres y exigir a la nueva Administración municipal una política pública que coadyuve a tal objetivo.

“Estamos aisladas, desprotegidas. El maltrato a las mujeres en estos lados es frecuente, pero ninguna sabe qué hacer. Todo se considera normal, y no puede seguir siendo así”, lamenta la gestora, al igual que los cultores de la Red Antorcha.

“Primera vez que pasa algo así en Gamero”, suspira Eleudis Moreno Miranda, el padrastro de Yorjelis.


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