La gente del callejón vende a la gente pobre de Cartagena

Una hora en el callejón de los desechos


En los alrededores de la zona de descargue del mercado de Bazurto no sólo hay colmenas o enormes camiones y tractomulas.
También hay más de 20 vendedores de hortalizas que ya suman cualquier cantidad de años en ese oficio, el cual no tendría nada de extraño si no fuera porque los productos que venden no están destinados a las despensas de los hogares de clase media hacia arriba. Sus principales clientes son las amas de casa de los barrios subnormales de Cartagena.
Sus proveedores no son las grandes huertas del interior del país, ni sus puestos de venta se parecen a los abastos o a las colmenas que funcionan en los sitios más congestionados del mercado.
Son un grupo de hombres y mujeres que pasan de los 40 años de edad, quienes desde tiempos pretéritos adquirieron la costumbre de madrugar para estar en la central de abastos desde las 5 de la mañana y esperar a que los camiones cargados con bultos de papa, zanahorias, pepino cohombro y criollo,  tomates, cebollas blancas y moradas, verduras y demás legumbres les aparten la ración que será su eje laboral durante 12 o menos horas.
Son los “rebuscadores”. Así les dicen en el mercado. Entre la zona de descargue y el sector de las carnes, existe un callejón oscuro y estrecho en donde más de la mitad del grupo tiene sus mesas y coteja sus negocios con la clientela “subnormal”. Se llama “El callejón del rebusque”.
El resto del clan, conformado por quienes ya no caben en el callejón, ocupa una parte de la reata en donde las tractomulas depositan su carga.
Su trabajo es recoger las verduras dañadas que los camiones desechan. El paso siguiente es empuñar un cuchillo y retirar lo dañado de esa zanahoria, o de esa papa, y vender el resto a precios módicos para los clientes que vienen de zonas como El Pozón, Ceballos, las faldas de La Popa, Olaya Herrera, Nelson Mandela y La Sierrita, entre otros.
Nuris Ahumada (o “La Nuri”, según la “apodología” del sector), una habitante del barrio Ceballos, quien lleva más de 10 años trabajando en el mercado, asegura que ahora, cuando sus hijos son mayores, su verdadero reposo ha sido la venta de hortalizas desechadas. Anteriormente comerciaba productos varios con los cuales debía caminar por los diferentes sectores de Bazurto, tarea en la que permaneció por tres años, hasta que descubrió el negocio del “rebusque”.
Ahora, todo lo que necesita es una mesa, un peso pequeño, un cuchillo, canastas y sacos para desarrollar su regateo. Me dice que anteriormente era necesario sofocarse durante 10 horas o más, para ganar lo mismo que gana ahora, o menos.
“La venta de legumbres desechadas es un descanso y una ganancia rápida —asegura La Nuri—; pero también es una buena forma de ayudar a la gente que no tiene para hacer un buen mercado, como el que hacen las familias mejor acomodadas”.
Por las palabras de La Nuri nos enteramos de que en las tractomulas, un bulto de zanahorias o de papas, por ejemplo, cuesta entre 60 y 80 mil pesos, “pero los mismos descargadores van apartando las verduras dañadas y cuando ya han recolectado un bulto, uno se los compra hasta por 10 mil pesos. Después, con el cuchillo, vas cortando lo que esté dañado. Eso se llama ‘sanar’ la mercancía. Después que tienes varias montoncitos ‘sanos’ vendes el kilo a 500 o 300 pesos, según el caso. Si el kilo de zanahoria buena está en mil pesos, por ejemplo, tú vendes la desechada en 500.”
Me dice Fidel Mendoza, jefe de cartera de la Administración del Mercado de Bazurto, que entre compradores y vendedores de El callejón del rebusque existe algo que se llama “El acomode”.
“Y eso consiste —explica Mendoza— en que una señora pobre llega con 4 o 5 mil pesos y se lleva su buen mercado de productos desechados, que no es tan malo, aunque alguien poco analista lo vea mal. A la larga, es lo mismo que hacen las amas de casa de estrato 3 hacia arriba: le quitan a las legumbres lo dañado y consumen el resto. Lo que pasa es que ellas las compran más caras y en mejores sitios”.
Las principales compradoras son las amas de casa, pero también existe otra clientela integrada por niños y mujeres que compran pequeñas cantidades de verduras, ya sea en los camiones o en El callejón del rebusque para revenderlas puerta a puerta en los barrios de escasos recursos.
Uno de los vendedores más antiguos es Andrés Lozano, “El Muerto”, un cartagenero residente en el barrio San Francisco, quien empezó laborando en el desaparecido mercado de Getsemaní, donde aprendió el oficio del rebusque con las hortalizas.
En sus más de 30 años de labores, Lozano ha aprendido que siempre existe la probabilidad de que los camiones proveedores desechen legumbres, “porque de 600 bultos que transportan, es posible que 100 vengan con mercancía dañada, ya sea porque hubo demoras en la recogida, porque se mojaron en el camino o porque al hacer contacto con el clima caliente de estos lados, la concha de la papa o de la zanahoria sufra un cambio que los mayoristas no quieren que los dueños de colmenas y supermercados noten. Siempre ha sido así”.
El puesto de El Muerto es uno de los más organizados y nutridos de la reata en donde descargan las tractomulas: se asemeja a un paisaje en donde predomina el color verde del apio, la cebolla larga y el repollo, artículos que al bajar del camión tuvieron algún defecto y la magia del cuchillo y la rapidez de las manos le despertaron el esplendor que aún escondía dentro del precedente de su miseria.
Múltiples canastas plásticas de colores amarillo y rojo reposan sobre la reata como exhibidores de las verduras entre las que varios jóvenes se dedican al oficio de “sanar” los elementos que van extrayendo de una montonera de sacos tejidos con hilachas de un plástico transparente.
“Esas canastas —dice El Muerto señalando hacia la reata— son fáciles de conseguir, porque casi todos los días se te presenta un pelao vendiéndolas baratas. Pero también se te puede presentar un dueño de colmena diciéndote que la canasta es suya, porque tiene tal o cual marca en el  borde o en el fondo. Y se la tienes que entregar”. 
Unos metros más allá del puesto de Lozano, otro negocio por el talante del suyo es atendido por una señora silenciosa y entrada en años, pero organizada, a juzgar por la cantidad de cajas de madera que hacen las veces de mostrador en donde reposan heterogéneas pilitas de ají pimentón, berenjenas, cebolla blanca y montones de verdura que intentan brillar al estímulo del naciente sol que penetra por el techo de la reata. La vendedora no se identifica.
Cerca de una de las puertas que rompen la extensión de El callejón del rebusque está la mesa de madera de Eugenio Obaje Payares, “El Cusumbo”, quien dice tener unos 30 años vendiendo legumbres desechadas. En el mismo instante en que una moradora del barrio La Esperanza escoge un rimero de papas “sanadas”, el comerciante asegura que en cuanto los camiones salen del mercado, un grupo de habitantes de las invasiones de Cartagena rebusca entre la basura y recoge los pedazos dañados de las verduras que los rebuscadores desecharon.
“Esos —dice El Cusumbo—, a veces le quitan lo dañado, pero la mayoría de las veces se las comen así, sin limpiarlas. Es como vivir de los desechos del desecho”.
En el segundo piso del mercado, en “El Merendero”, funcionan unos 10  puestos de comida corriente, cuyas propietarias son también clientes de El callejón del rebusque. Es ahí en donde consiguen las papas, las zanahorias, las verduras y el resto del paquete de hortalizas que se necesitan en las labores culinarias del mediodía.
“Aquí —nos dice Saudith Arroyo, la propietaria de una de las fondas y habitante del barrio La Candelaria— vienen a comer los carretilleros, los coteros y los obreros de otros sectores, porque la comida es muy barata.  Podemos venderte un almuerzo desde mil pesos, dependiendo de la cantidad que necesites”.
Minerva Silgado, otra de las cocineras del sector, asegura que en un día normal el número de clientes pasa de los 50, “porque los almuerzos están listos desde las 11 de la mañana. Con ellos, uno puede ganarse más de 200 mil pesos diarios. Lo que invertimos en legumbres desechadas está entre 15 mil y 20 mil pesos. Con lo demás, la inversión se va a unos 120 mil”.
Ramiro Romaña, el director de la Administración del Mercado de Bazurto, dice tener entre sus planes la iluminación de El callejón del rebusque, “pero también la capacitación de los revendedores para que aumenten sus perspectivas comerciales, aunque no es tarea fácil, porque casi todos están habituados a la ganancia rápida y le temen al riesgo”.


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