Pandilleros del barrio Boston

Pandillas, la otra cara de Cartagena


El miércoles 2 de julio de 2008, a las 3 de la tarde, el joven Félix Carabalí Cuadro se convirtió en otra víctima de los enfrentamientos entre pandillas de Cartagena.

Carabalí Cuadro, de 18 años y residente en el barrio Los Calamares, aprovechaba las vacaciones escolares para visitar a su abuela en el barrio San Isidro, donde también tenía amigos con los cuales salió a jugar fútbol bajo el aguacero que se precipitaba a esas horas.

Familiares del estudiante aseguran haberle advertido que cuando está lloviendo las pandillas de los barrios Nuevo Bosque y San Isidro salen a la calle a tropezarse con sus enemigos para iniciar guerras campales, similares a las que protagonizan pandilleros de las comunidades asentados en las faldas de La Popa, en Olaya Herrera o en otras zonas subnormales.

Unas horas después, cuando el aguacero finalizó y Carabalí y sus amigos concluyeron el partido de fútbol, una pandilla del Nuevo Bosque pasó por el lugar en busca de sus contrarios de San Isidro. Y en efecto, los grupos se enfrentaron con armas de fuego hechizas, una de las cuales fue accionada contra el estudiante, quien recibió un disparo en el abdomen.

Se cree que alias “El Dager” —el pandillero que disparó el arma y quien fue capturado por la comunidad minutos más tarde— confundió a Félix Carabalí con un miembro de la pandilla antagonista. El estudiante fue trasladado a la sala de urgencias del puesto de salud del barrio Los Cerros donde falleció, convirtiéndose en la séptima víctima de las pandillas juveniles en el transcurso del mes de junio y principios de julio de este año.

Los anteriores casos, cuyos perjudicados en su mayoría eran ajenos a las reyertas, ocurrieron en los barrios Olaya Herrera, Ceballos, 20 de Julio y El Líbano.

 

El pandillismo

 

Aunque en Cartagena existen organizaciones que desde hace cierto tiempo se preocupan por estudiar el fenómeno de las pandillas, ninguna de ellas maneja cifras de cuántas personas —pandilleras o no— han muerto, por lo menos en los últimos diez años, en estos enfrentamientos.

Lo que sí parecen tener en claro organismos como la Policía Nacional, Distriseguridad, el Centro de Observación y Seguimiento del Delito (Cosed), la Secretaría de Participación y Desarrollo Social del Distrito, el Centro de Cultura Afrocaribe y la Fundación Santa Rita para la Educación y la Promoción (Funsarep) es que en los últimos 25 años el pandillismo en la capital del departamento de Bolívar ha venido creciendo de manera palpable y vertiginosa.

Según un informe de la Secretaría de Participación y Desarrollo Social del Distrito, en el cual se intenta un acercamiento a los antecedentes del pandillismo en Cartagena, es posible que éste haya empezado a registrarse a finales de los años 70 y puede definirse “de una manera anecdótica, en el sentido de que en épocas de invierno los jóvenes de los barrios populares iniciaban juegos que consistían en lanzarse, de un grupo a otro, bolas hechas de barro, lo que resultaba divertido y placentero, pero al transcurrir el tiempo fue tomando una forma agresiva, de rivalidad y de defensa, ya no propia de un juego sino de un enfrentamiento con objetivos definidos”.

A mediados de los años 80, en Cartagena se hicieron tristemente célebres pandillas que ostentaban nombres como “Los Kalimanes”, “Los Cerderos”, “Los Poquitos” “Los Lisos”, “Los californianos”, “Los Topacios”, “Los de la Santander”, “Los Candelos”, “Los Burreros”, “Los de las Reinas”, “Los Pecuecas”, “Los Pasionarios” “Las Águilas”, “Los mierdita aguá” y “Los del Hoyo”, entre otras, pertenecientes a barrios localizados en las faldas de La Popa o en la Zona Sur Occidental.

En el transcurso de los años noventa, y llegado el siglo XXI, aquellos pequeños grupos que no revestían una gran peligrosidad, se volvieron temibles.

De acuerdo con datos recopilados por la Policía Nacional, en 1997 existían en Cartagena 27 pandillas; en 2003, 54 con 2.183 integrantes; en 2005, 70 con 2.373 miembros; y en la actualidad existen 87, con 2.643 integrantes.

El informe revela que 52 pandillas, que representan el 60%, se ubican en la Localidad Histórica y del Caribe Norte (Torices, Paseo Bolívar, Petare, Loma Fresca, entre otros).

En la Localidad de la Virgen y Turística (La Esperanza, sector El Hoyo; La María, El Líbano, Boston; Olaya, sectores La Magdalena y El Tancón) actúan 24 pandillas (el 27,5% del total) y el resto de esos grupos violentos está en la Localidad Industrial y de la Bahía (el 12,5%).

Hasta el momento ninguna de las entidades estatales o independientes que estudian el pandillismo en Cartagena, han arrojado datos referentes a ese fenómeno en barrios de estratos altos o en los llamados tradicionales como Bocagrande, Pie de la Popa, Manga, El Laguito, Castillogrande, San Diego, Getsemaní y Crespo, aunque en repetidas ocasiones la prensa ha registrado hechos vandálicos protagonizados por jóvenes de esas zonas, especialmente durante festejos públicos como cabalgatas, fiestas novembrinas o navideñas.

 

Las causas

 

Para explicar la existencia, el crecimiento y el accionar de las pandillas en Cartagena, los organismos ya citados señalan a la pobreza como el principal factor que obliga a los jóvenes a integrarlas, por cuanto se estima que alrededor del 70% de quienes habitan a Cartagena conviven en estado de pobreza; y el 40% de esos pobres se halla en estado de indigencia.

Asimismo califican a la violencia intrafamiliar, la deserción escolar, al abuso sexual infantil, la ausencia de espacios de recreación, la vulneración de los derechos de niños y jóvenes, la escasez de valores humanos, las pocas oportunidades laborales, la baja autoestima y el consumo de sustancias psicoactivas como los elementos que refuerzan a la presión económica.

Entrado el siglo XXI esos mismos organismos no dejan de lado que el fenómeno del desplazamiento humano, generado por el conflicto armado colombiano, es otro motor indiscutible del pandillismo en la Cartagena de los últimos 25 años, pues ha provocado que cientos de familias de las zonas rurales del departamento de Bolívar (y de otras regiones de Colombia) vengan, casi siempre, a engrosar los cordones de miseria que crecen en los extramuros.

Inés Valle Ramos, coordinadora de infancia y juventud del despacho de Participación y Desarrollo Social, ratifica que “el desplazamiento ha disparado el pandillismo en Cartagena, toda vez que entre un gobierno y otro no ha habido continuidad en los programas que se llevan a cabo para tratar a los jóvenes y a las familias refugiadas”.

Lesbia Olmos, funcionaria del mismo despacho, expone, además, que un joven se ve forzado a integrar pandillas cuando descubre en ellas la forma más fácil de satisfacer necesidades económicas, de ganarse el respeto de sus iguales y de canalizar los resentimientos que produce la violencia intrafamiliar.

El joven pandillero —agrega— hace de su grupo social un ente cerrado, con reglas que se imponen para conocer al más fuerte. Estas pruebas (hurto, homicidio, lesiones personales, consumo y venta de alucinógenos, violaciones, desafío a la autoridad policial) determinan su jerarquía y su permanencia dentro del grupo”.

 

Las marcas

del pandillero

 

Tanto funcionarios de la Policía Nacional, como de la Administración distrital y de Funsarep describen a los pandilleros localizados en Cartagena de la siguiente forma:

En un buen porcentaje son afrodescendientes.

La mayoría son hombres.

Las mujeres adolescentes, de vez en cuando, participan como informantes o compañeras sentimentales de los líderes.

Sus edades oscilan entre los 12 y los 26 años.

Su grado de escolaridad no pasa de la secundaria; y, en algunos casos, ni de la primaria.

En sus familias no existe la figura de la madre o del padre.

Poseen una cosmovisión bastante reducida del territorio que habitan.

Tienen un pobre lenguaje verbal.

Manejan vocablos soeces en abundancia.

Tienen altos niveles de agresividad.

Consumen drogas alucinógenas.

Se identifican entre sí por su forma de vestir y lucir “adornos”: cortes de cabello, gorras, aretes, piercings, etc.

Son más conocidos por sus alias.

Tienen antecedentes judiciales.

Paternidad temprana.

Liderazgo individual y creatividad.

Pueden ser hijos y nietos de delincuentes.

Desconocen el sentido del derecho a la vida, la territorialidad, la vecindad y el hermanamiento.

Sus armas: piedras, cuchillos, changones (armas de fuego de fabricación casera) o pistolas de fabricación industrial.

Unos cuantos poseen motos con los que cometen fleteos, raponazos y homicidios

Algunos viven de las ventas informales o del llamado “rebusque”.

 

Clasificación

de las pandillas

 

Según la Policía Nacional en Cartagena hay:

—22 pandillas manejables: se trata de grupos que presentan un desacuerdo menor. Tienen un enfrentamiento verbal relativamente tenue.

—32 pandillas agresivas: manejan conflictos definidos y rasgos de manejo no adecuado de los mismos, además de comportamientos desafiantes e impulsivos.

—22 pandillas peligrosas: adquieren, elaboran y/o utilizan elementos para eliminar al oponente.

—7 pandillas muy peligrosas: además de lo anterior, consumen alucinógenos.

—4 pandillas altamente peligrosas: roban a gran escala y trafican con drogas. A esta categoría pertenecen grupos como “Los del Hoyo”, “Los Candelos” y Los Pasionarios”, pertenecientes a la Localidad de la Virgen y Turística. Son las pandillas más antiguas de esa zona.

 

 


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