Al momento de publicarse este nuevo libro,  la Red de Universidades de Cartagena decidió rendir homenaje a Iván González por su trayectoria y aportes a la cultura de la Región Caribe y el país.

Napoleón es más que un centro recreacional


Uno de los acontecimientos más anunciados de la pasada Feria del Libro de Bogotá fue el lanzamiento del libro Napo, dale camino, Napo, del dramaturgo y gestor cultural cartagenero Iván González García, quien ya antes había expuesto su nombre en el mundo de las letras con una variedad de obras de teatro, un libro llamado “La pelota caliente” y una novela titulada “El pagadiario”.

González es uno de los gestores culturales más reconocidos de Cartagena y, al mismo tiempo, uno de los buenos lectores de ciudad que se hayan visto en la capital de Bolívar. De ahí, tal vez, su inclinación por hacer llamados a recuperar identidad no sólo mediante las letras sino también a través del deporte, una de las puestas en escena que reunían a los cartageneros a mediados del siglo XX.

Con “Napo...”, González se atrevió a incursionar en la crónica periodística para recrear la vida, tanto profesional como personal, del cartagenero Napoleón Perea Castro, el narrador deportivo, quien terminó convirtiéndose en una especie de audio símbolo de la Cartagena de aquellas épocas, como también en un excelente gestor de causas sociales y culturales, aprovechando la enorme acogida de su voz y la sintonía indiscutible que tenía la radio entre las clases populares.

Al momento de publicarse este nuevo libro, la “Red de Universidades de Cartagena” decidió rendir homenaje a Iván González por su trayectoria y aportes a la cultura de la Región Caribe y el país. Todo eso en la conmemoración del “XV Festival de arte universitario: un mundo de arte y cultura para todos”.

El Universal conversó con él acerca de sus nostalgias y expectativas con esta nueva publicación.

 

...y la pelota, se ha

llevado la cercaaaaaa...”

 

--A lo largo de esta crónica se respira una innegable nostalgia por la Cartagena de los años 60 y 70...

—Yo sí creo, aunque la nostalgia, de alguna manera, es peligrosa, porque es engañosa. Está constituida, en gran parte, por mentiras que uno se dice. Pero es importante, porque la vida está constituida de ambas cosas: una verdad verdadera y una verdad que uno se inventa para poder vivir.

Aún así, esta crónica no parte únicamente de la nostalgia, sino de la necesidad que existe de rescatar unos personajes que fueron constructores de nuestra identidad, que construyeron cartagenidad y que, en ese sentido, fueron una especie de héroes locales, tal vez más importantes que los Heredia, los Blas de Lezo, etc.

Nuestros héroes locales también fundaron ciudad. Fundaron una ciudad beisbolera y boxeril, que es la ciudad donde crecimos; y eso te lleva a la nostalgia y a tener el deseo de perpetuar el espacio histórico donde viviste. Eso no significa que quieras vivir del pasado. Sólo estás diciendo que esos momentos importantes para tu generación debe registrarlos la historia.

--Tenemos, entonces, la crónica en dos segmentos: la ciudad y los héroes locales...

—Por supuesto. Creo que hay un punto de partida para hablar de Cartagena como ciudad caribe. Y creo que personajes como los locutores Napoleón Perea, Carmelo Hernández Palencia, Guillermo Baena Sosa y Melanio Porto, entre otros, contribuyeron a que nos acercáramos al Caribe.

Es decir, la crónica ha podido ser con cualquiera de ellos (y me hubiera encantado que fuera así), pero resulta que Napoleón era el más cercano a mí, porque era mi vecino en el barrio Crespo, lo que de antemano mostraba que aparentemente iba a ser un trabajo fácil.

Pero no. Tuve que inventarme el personaje del cartagenero que se cría en Crespo, pero, en cuanto cumple la mayoría de edad, se va a probar suerte a los Estados Unidos. Años después, regresa y encuentra que la Cartagena de su infancia y adolescencia ya no está; y comienza a rememorar esos instantes, teniendo a Napoleón Perea como centro de la historia.

Para mí, la invención del personaje fue necesaria, porque, te repito, Napo me fue muy cercano. Sus hijos eran mis amigos, y esa cercanía me afectaba. De manera que inventar ese personaje no falsea la historia sino que contribuye a hacerla más verdadera.

--¿Qué cosas destacaría de la labor de esos constructores de ciudad, como usted los llama?

—Que, además de construir ciudad, se convirtieron en una especie de conexión entre nosotros, el país y el mundo.

En este aspecto, me toca mencionar, por ejemplo, a los narradores del ciclismo del interior del país. Ellos nos hacían creer que la vuelta a Colombia era una cosa emocionante, pero cuando llegó la televisión nos dimos cuenta que lo único emocionante eran las llegadas a la meta. Sin embargo, esos narradores tenían el lenguaje y el corazón para hacernos imaginar otros mundos.

En el caso de Cartagena, los narradores del béisbol se inventaban rivalidades entre una ciudad y otra, entre un equipo y otro; y eso creaba barras de fanáticos que se echaban vainas, pero nunca se hacían daño.

--Algo interesante de su crónica es que resalta tres elementos aglutinantes en la Cartagena del siglo XX: la radio, el béisbol y el boxeo...

—Siempre creí que el béisbol y el boxeo eran mi cultura. La primera vez que fui a Bogotá se me dio por creer que a mí nadie me ganaba peleando, porque venía de la tierra del boxeo; y creo que la gente de allá imaginaba que en Cartagena todo el mundo sabía pelear. Y realmente, yo no sabía pelear, pero me creía mi propio cuento.

En cuanto al béisbol, desde que nací fue una cosa muy cercana, porque mi papá, Antonio González, lo jugaba; y, además, fue un hombre de radio, que trabajó con Napoleón Perea. Muchos partidos del Estadio Once de Noviembre me los vi desde la cabina de los narradores radiales.

Por eso, mi primer libro, “La pelota caliente”, lo cuenta un narrador deportivo, porque es un lenguaje cercano a mí. Pero creo, además, que la radio es el medio de comunicación más importante de este país.

--¿Cree que actualmente existe algo en Cartagena que aglutine ciudad, como hace 40 años?

—De pronto, la música. No digo que la radio, porque ya ésta se volvió un espacio individual, lo mismo que el internet. Puede que mucha gente acceda a ellos, pero no son cosas que generan espacios de convivencia como hace 40 o 50 años.

En esa época tú veías a los vecinos sentados en un parque, o en una calle, oyendo una radionovela, un partido de béisbol o un encuentro boxístico. Mientras lo hacían, jugaban dominó, se comían un sancocho, bebían cerveza, etc.

Ahora lo que se ve, con cierta proporción, es la gente escuchando música, pero no en espacios de convivencia. Puede que estén agrupados, pero al mismo tiempo cada cual está en lo suyo. El béisbol y el boxeo fueron desplazados por la fiebre de fútbol a nivel nacional.

--Es esta su primera aventura con la crónica periodística. ¿Qué retos nuevos encontró?

—Básicamente he sido dramaturgo, hasta acumular más de cien obras de teatro. Pero debo decir que secretamente siempre he sido un narrador. Desde que era un niño escribía cuentos, hasta que tuve nalgas para sentarme a escribir una novela, que es el género narrativo que más me gusta; y en tanto me gusta la novela, me gusta la crónica.

Creo que la crónica, de alguna manera, es el punto de partida para llegar a la novela. Pero la crónica, para mí, tenía una dificultad muy grande, que era la objetividad. Mientras en los formatos de ficción uno tiene toda la libertad de crear, en la crónica hay que trabajar con la realidad.

Yo partí de una noticia, que era la muerte de Napoleón, de la cual fui testigo. Recuerdo que esa noticia generó un gran impacto en la comunidad y dentro de mí duró mucho tiempo. Después, leyendo a grandes cronistas colombianos, me impuse el reto de que yo también podía hacerlo. Y espero haber salido bien librado.

--¿Cómo fue el trabajo de campo?

—Muy interesante, y creo que me dio muchos elementos como para que pueda convertirme en mejor novelista y mejor dramaturgo.

Trabajar crónica periodística exige que uno confronte datos, examine los pro y los contra, escuche versiones diferentes, etc. A veces me pasaba que diez personas que presenciaron un hecho de hace 25 años, me contaban la misma historia, pero cada uno a su manera.

Incluso, llegué a reunir a varias de esas personas y las vi discutiendo ferozmente sobre quién estuvo y quién no, quién hizo o no hizo. Reconstruir esa noticia es una cosa de novela y de teatro.

Ahora, creo que para escribir novelas hay que pasar por la noticia, manosearla. Creo, además, que la crónica es la base de la historia. Y también que con esta crónica dejo un aporte a la historia de la ciudad.


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