Luis Miguel Córdoba. Historiador.

Los curas violadores en el siglo XVI


Luis Miguel Córdoba Ochoa fue uno de los conferencistas invitados al “Octavo Seminario de Estudios del Caribe”, que se realizó la semana pasada en la Casa del Marqués del Premio Real de esta ciudad.

Su conferencia, “La memoria indígena de los abusos sexuales de un franciscano en la gobernación de Cartagena. El pueblo de Turbana, 1580”, fue una de las más aplaudidas por los asistentes, dada la vigencia del tema en la Colombia actual.

Córdoba Ochoa, quien accedió a conversar con El Universal, es profesor asociado de la Escuela de Historia de la Universidad Nacional de Colombia–Sede Medellín. Actualmente orienta la cátedra “Historia de Colombia y América en el siglo XVI”.

 

Desde la memoria indígena

 

¿De dónde surgió la inquietud por investigar este tema?

—Nació a raíz de mis investigaciones para un doctorado en Sevilla (España), en la “Universidad Pablo de Olavide”. Consultando fondos del siglo XVI, encontré documentos en el Archivo General de Indias, en donde se denunciaban algunos abusos de los curas en América. El problema es que desde el siglo XVI la Corona Española prohibió que se informara por escrito sobre esos abusos. Por eso creo que no hay más información al respecto.

¿Cuál era la misión que se supone debían cumplir esos curas en América?

—Eran curas doctrineros que debían estar en los pueblos de indígenas doctrinando a los pobladores, pero también eran como pequeños reyes, sin ningún control; y con mucha frecuencia abusaban de la población indígena, sobre todo de las mujeres, obligándolas a tener sexo con ellos; o de los hombres, poniéndolos a trabajar en exceso.

Hablemos del caso de Turbana...

—Ocurrió en 1580. Allí estaba de doctrinero un cura franciscano, a quien llamaban Fray Gaspar. Ese año el obispo de la Gobernación de Cartagena era un dominico y tú sabes que los dominicos y franciscanos nunca se han querido.

Fray Gaspar abusaba de las mujeres indígenas. Primero mandaba a los esposos a cazar venados o a recoger leña. Y cuando ellas estaban solas, tocaba la campana que tenía en la casita del pueblo y las llamaba con el pretexto de hacer oración, pero lo que en realidad ocurría era que empezaba a acariciarlas, a tocarlas, a decirles que las quería mucho.

Les ofrecía vino. En caso de que no aceptaran sus peticiones, sacaba el fuete de los caballos y las azotaba para que se acostaran con él. Esta situación se presentó reiteradamente hasta que las mismas mujeres indígenas les pidieron a sus esposos y hermanos que fueran a Cartagena a denunciar a Fray Gaspar ante el obispo.

¿Qué efectos produjeron las denuncias?

—El obispo recogió las denuncias durante la visita eclesiástica por toda la Gobernación de Cartagena y llegó a Turbana. Como los abusos continuaron, las mujeres indígenas se presentaron con don Juan (su cacique) ante el obispo y reiteraron la denuncia. En el grupo iba una mujer llamada Catalina, acompañada de sus hijas, a las cuales el franciscano había violado.

El obispo comenzó a hacer el interrogatorio para demostrar que las noticias que había recibido el rey Felipe Segundo, acerca de los abusos de los curas franciscanos, no eran infundadas sino reales. En cuestión de unos tres o cuatro días interrogó a unas 18 mujeres indígenas. La menor de ellas tenía 10 años; y la mayor, 40. Entrevistó también a tres hombres.

¿Para ese proceso se utilizó todo el rigor que merecía la causa?

—Realmente es un proceso fascinante, porque muestra el enorme esfuerzo de las mujeres indígenas para hacer esa denuncia, lo cual era complicado en esa época por el enorme poder que tenían los curas.

Sin embargo, ellas dieron los detalles de cómo el cura franciscano abusó de una veintena de mujeres de Turbana. Muchas de las víctimas le mostraron al obispo las señas que tenían en las espaldas por los latigazos que el cura les había dado.

El hecho más atroz fue la violación de la niña de 10 años, hija de Catalina, la mujer indígena de 40 años, quien ejercía oficios domésticos en la casa del cura. Catalina ya había tenido relaciones sexuales con Fray Gaspar; y su hija mayor, de unos 18 años, también.

Por último, el cura puso sus ojos en Leonora, la niña de 10 años. Hizo que la chiquilla entrara a su casa, la sometió por la fuerza, le dio fuetazos y, para violarla, le introdujo los dedos en la vagina. Otra versión asegura que le metió un calabazo. La niña quedó completamente afectada.

¿El obispo escuchó el relato de boca de la víctima?

—Por supuesto. Incluso, cuando el obispo la interrogó, la niña aún derramaba sangre. Es más, después que el cura la accedió violentamente, continuó teniendo relaciones sexuales con ella, pero delante de la mamá y de la hermana.

Lo interesante de la historia es que cuando el obispo estaba adelantando el interrogatorio, se preguntó si esos delitos pudieron haber ocurrido en la época de la cuaresma; y volvió a llamar a los mujeres denunciantes. Ellas declararon ante un escribano, quien recogió sus escritos literalmente.

El obispo les preguntó que si Fray Gaspar las había confesado. Ellas dijeron, “sí nos confesó, pero después de habernos violado”. Si las hubiera confesado antes de violarlas, ese hubiese sido un delito eclesiástico que se llama “solicitación”. Es decir, el cura sabía cómo curarse en salud y quedó intocable.

¿En qué terminaron las investigaciones del obispo y los abusos de Fray Gaspar?

—No hay información concluyente como para saber si el franciscano fue castigado o no. Lo que ocurría era que un cura cuando volvía al convento de los franciscanos acá en Cartagena, prácticamente ya no podía ser tocado por el obispo de la Gobernación. Y seguramente no pasó de ahí la información.

El caso está en el Archivo de Indias y no tiene conclusión. Es decir, seguramente al cura franciscano nada le hicieron por sus abusos; y su superior pudo haberlo movido para otro pueblo.

Asimismo es posible que el obispo haya enviado esa información para España, pero no se tienen evidencias de que la indagación haya servido para algo.

Pero lo que me parece interesante es cómo se abre una ventana al pasado y muestra, desde el punto de vista de las víctimas, qué era lo que pasaba en los pueblos, seguramente, de manera muy cotidiana.

Esas mujeres, con mucho valor, declararon cómo el cura abusaba de ellas, cómo las sometía, cómo les ofrecía vino, cómo castigaba a sus esposos y muestra bien el tipo de relaciones corrientes que se desarrollaban en los pueblos donde había curas doctrineros. Por eso no es extraño que cuando se daban los levantamientos indígenas, a los primeros que mataban era a los curas.

¿Existen informaciones que digan si esos curas cometían los mismos abusos en España?

—Seguramente acá en América a los curas se les amplió la posibilidad de ejercer esa violencia sexual. Aunque en Europa eran vistos por las mujeres como los únicos hombres con quienes podían tener contacto, ya que se suponía que eran “padres espirituales”.

Las monjas, por ejemplo, tenían contacto únicamente con los curas; y ellos, cuando las estaban confesando, les pedían favores sexuales. Por eso, una figura típica de la literatura picaresca del siglo XVI es el cura que abusa de su poder eclesiástico para tener acceso a las mujeres.

Sin duda, acá en América se amplió esa posibilidad. Hay noticias desde México hasta Chile de cómo los curas abusaban de ese poder.

¿Qué tan leyenda o qué tan real es lo que se dice respecto a que los curas de esa época instauraron como norma que ellos (antes que los esposos) debían ser los primeros en “estrenar” a las jóvenes que acababan de contraer matrimonio?

—Sé de algunos casos recogidos por Jorge Juan y Antonio de Ulloa, en el Perú, en su libro “La noticia de gestas de América”, donde cuentan cómo los curas, en los pueblos peruanos, les decían a las mujeres que ellos se podían casar con ellas, como una estrategia para poder accederlas sexualmente, lo cual era una trampa.

En casos como estos, ¿qué papel jugaba el tribunal de la Inquisición?

—Ese tribunal se creó en España en 1482, pero se instauró en Cartagena, porque justamente llegó a Santa Fe de Bogotá el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero, quien, al entrar por Cartagena, vio el tipo de vida libre y desenvuelta que tenían los esclavos negros, los indígenas, los españoles, los comerciantes portugueses y holandeses.

Bartolomé, quien venía de ser inquisidor en México, le escribió al rey Felipe Tercero, pidiéndole que instaurara un tribunal en Cartagena, pero sobre todo para perseguir a los portugueses, de los que se sospechaba que eran judeo-conversos.

La inquisición llamaba a los curas que eran denunciados por abuso sexual, pero lo máximo que les podían hacer era prohibirles que siguieran ejerciendo los sacramentos, mandarlos para otras regiones o desterrarlos a España.

Para castigarlos fuertemente tenían que incurrir en un delito grave como el de la “solicitación”; o caer en afirmaciones heréticas, como decir que María tenía otros hijos y que Jesús tenía otros hermanos, etc.

¿Estos casos únicamente se dieron en las zonas rurales de la Gobernación de Cartagena?

—Hay noticias de abusos sexuales en zonas urbanas, pero en los conventos en donde sometía a las novicias.

El de Turbana es un caso que está ahí perdido en los “Archivo General de Indias”, en donde hay comentarios de los oidores y los gobernadores hablando de la vida desenvuelta que llevaban los curas franciscanos, agustinos y dominicos, quienes casi no se diferenciaban de los soldados del siglo XVI. Eran hombres dedicados a enriquecerse con el comercio; y las quejas, en este aspecto, eran muy recurrentes.

Cuando llegaron los jesuitas, a comienzos del siglo XVII, hubo una especie de quiebre por el modelo de vida que ellos presentan; y es un caso que se presentó especialmente en las sabanas de Bogotá.

¿Cuánto tiempo duraron los curas católicos ostentando tanto poder?

—Hubo un punto de quiebre importante en el siglo XIX con los liberales radicales, quienes hicieron una crítica muy severa a los curas.

Cuando el presidente Tomás Cipriano de Mosquera expulsó a los jesuitas a mediados de ese siglo, eso sin duda fue muy importante, porque desde el Estado se mandó una señal a la gente del pueblo, mostrándoles cómo los curas habían abusado de su poder. Su fuerza económica era enorme y el gobierno lo primero que hizo fue quitarles las tierras.

Pero en muchas regiones rurales de Colombia, aún la figura del cura es muy respetada. Episodios muy recientes muestran aún el enorme prestigio y poder que tienen los curas en los medios de comunicación, para no hablar del cura Rozo, por ejemplo.

¿Se conocen casos de abusos de curas homosexuales en la Gobernación de Cartagena?

—No conozco ninguno, pero era un delito mucho más grave, porque la sodomía se consideraba un pecado nefando. Tan grave, que ni siquiera se podía mencionar y era condenando, invariablemente, con la pena de muerte.

 

 

 

 


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