El ñame identifica la cultura de esta población

En San Cayetano, de los cerros baja la vida


En cuanto termina de llover, los cerros que rodean a San Cayetano emergen de la neblina como una proyección en tecnicolor. Recién lavados, se ven como promontorios de alfombras puestos a secar en las alturas.
Sin duda alguna, la gran fortaleza de San Cayetano son esas elevaciones que se ven desde cualquier parte, como si la naturaleza se empeñara en recordar a cada instante que ella es el rostro de Dios, de las cosas buenas, de la belleza armónica que el universo maneja con el meñique sin que los mortales nos demos cuenta.
Desde los cerros baja la vida de San Cayetano. Además de constituirse en la pincelada que juega con todos los tonos del verde, el cordón de cerros sirve para el pastoreo del ganado, protege al pueblo contra los embates del invierno, proporciona madera de diferentes nombres y utilidades, pare la palma iraca que sirve para fabricar sombreros, bolsos, pulseras y otras genialidades artesanales; y es el terreno ideal para la siembra del ñame (Dioscorea alata, como le dicen los científicos).
A orillas de la carretera Troncal de Occidente reposa San Cayetano como una maqueta rural extendida sobre un terreno accidentado, en el que actualmente se levantan algunas casas de palma e incontables edificaciones de ladrillos con techos de zinc o de asbesto.
Por el centro del pueblo cruza el arroyo San Cayetano, lento dormilón que, después de la lluvia, muestra su fiereza en forma de corrientes de agua amarilla que, a su vez, son el aporte de otros torrentes cercanos llamados “El Naranjal” y “El Toro”, temibles y saludables, pero que difícilmente inundarían al corregimiento, como sucede en otras localidades de Bolívar. Y los cerros tienen mucho que ver en eso.
Gracias a elevaciones conocidas como “El Espejo”, “El Zorro”, “Casinguí”, “Arroyo Hondo”, “Pela el ojo” y “Zongó” San Cayetano parece bendecido por una fortificación natural que no contrarresta el calor permanente, pero impide que las lluvias hagan más de la cuenta, aun con sus aguaceros más feroces.
Los hilos de la borrasca se precipitan sobre los cerros y el ventarrón que la acompaña estremece los árboles de roble y las matas de plátano que crecen a las orillas de las calles pavimentadas o en los patios de tierra aún no martirizada por el cemento.
Desde esos barrios llamados Casinguí, Angola, San Martín, Cristo Rey, Simón Bolívar, Las Flores, San Pedro, Las Canteras, La Troncal, El Campo, La Virgen y El Centro, las lágrimas del cielo podrían amansarse sobre la arena o fabricar charcos y barriales que aguardarían la presencia del sol, para regresar a su estado de tierra seca semi roja y medio amarilla, nivelada y desnivelada.
Una de las calles pavimentadas se llama San Martín, pero los lugareños le incrustaron el apodo de “La quitaorgullo”, porque es la que conduce hacia el cementerio “Jardines de Paz”, camposanto acogedor y pulcro, como  suelen no serlo la mayoría de sacramentales de los pueblos bolivarenses.
Acaba de llover, y sobre las hojas de las matas de ñame se resbalan gotas que orifican la tierra blanda, mientras un grupo de ancianos, sentados en la terraza de una vivienda de Las Canteras, dialoga sobre las virtudes de los cerros y las incidencias del “Festival del Ñame”, que se realiza en San Cayetano, desde hace más de 20 años, durante el mes de octubre.
“Lo único malo de que el pueblo esté rodeado de cerros es que dificulta la señal de los teléfonos celulares y la de la televisión”, afirma Gregorio Martínez Cañate, un negro alto, de 75 años de edad, robusto y de voz aguardientosa, quien fue cuatro veces inspector de la localidad y a quien todos conocen como “El Parra”.
Y sigue comentando que por lo demás, “los cerros son una tierra generosa que produce cantidades de ñame para vender en Cartagena y para alimentar a los diez mil habitantes de San Cayetano sin ningún problema. Por eso nació el Festival del Ñame”.
Yaneth María Villarreal, una habitante del barrio La Troncal, sector El Campo, recuerda que de la organización del “Festiñame” hace parte un grupo de señoras, quienes, durante todos estos años, han dado a conocer agudezas de la culinaria local, como el dulce de ñame, el pastel de ñame (el envuelto de bijao con carne de cerdo, de pollo o de res que normalmente se hace con arroz) el pudín de ñame, el mote de ñame, la sopa de ñame, la ensalada de ñame y el machucado de ají picante con ñame mojado en suero.
Argemiro “El Pichi” Romero no se ha destacado por ser un cultivador de ñame ni consumidor ni recolector, pero tiene a su favor el haber esculpido en ñame crudo a San Cayetano, patrono bendito de la población. Así mismo repuja caracoles, rostros, casas, la fauna de su pueblo o la iglesia protectora en la blancura resbaladiza del ñame que crece en los patios de las casas y en pecho de los cerros.
Pero lo que más recuerdan los sancayetaneros son las competencias, las contiendas por premiar al ñame más grande, la mata más alta y al más glotón de los comedores de ñame que se presenten al festival. Hasta el momento, se han alzado con los premios ñames de ochenta y cien kilos, guarismos que nadie ha rebasado hasta la fecha, pues tal parece que, en asuntos de generosidad, los cerros también suelen tener sus límites. 
“El año pasado —apunta ‘El Parra’— el que más comió ñame fue ‘El Ñoño’ Pedroza; y este año ganó su hermano Tony. Pero los que más han acumulado triunfos son los hermanos Roberto y Edil Cassiani. Esos son unos bárbaros comiendo ñame y lo que no es ñame. Siempre que se presentan, ganan. Es que el papá de ellos, cuando estaba joven, fue también un gran comedor. Ahora está un poco quieto por las limitaciones de la edad”.
Los festivales, que hasta el momento se siguen realizando en el barrio El Centro, más exactamente en el parque principal, siempre están respaldados por firmas privadas y entidades públicas, gracias a las cuales los ganadores de cada modalidad logran hacerse acreedores a sumas de dinero, machetes, mulos, vacas, botas, hamacas, sillones, palas, molinos y una estimable cantidad de enceres para las cotidianidades del hogar.
En alguna ocasión, San Cayetano quiso ser municipio, pero le faltaron 15 almas para completar la cifra reglamentaria, aunque sus habitantes opinan que con la cantidad de ñame que allí se produce el Gobierno debería hacer una concesión especial con este corregimiento.
“Todos los días —aseguran— salen de este pueblo 24 mil kilos de ñame espino, baboso, diamante y criollo. Son cuatro camiones que bajan de los cerros con 120 quintales de ñame; y cada quintal son 50 kilos. Es decir, más de la mitad del mercado de Bazurto está inundado por la agricultura de San Cayetano”.
Cuando en San Cayetano se habla de ñame de primera y de segunda, los cultivadores no se están refiriendo a la calidad del producto ni cosa parecida, pues para ellos todo el ñame que nace en el corregimiento es de confiada excelencia. Es sólo que en el mes de julio se recoge la primera cosecha, cuyo quintal está valorado en 80 mil pesos, ya que la demanda es alta y a quien no logre comprar en esa fecha le toca esperar hasta la segunda recolección, que es en octubre. Aquí el monto se reduce a 40 mil pesos. 
La lluvia y los caminos resbaladizos que comunican a los cerros con el pueblo, no son impedimento para que los camioneros y sus ayudantes, así como los compradores, los empacadores y los pesadores interrumpan su actividad diaria.
Al fin y al cabo la lluvia es otra de esas bendiciones que el cerro tiene guardadas para los devotos de San Cayetano.


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