Pastor Esteban Acosta

“El diablo le teme a la santidad”


Los miércoles, desde las 6 de la tarde, el templo de la “Comunidad Cristiana Internacional La Unción” se convierte en un teatro que aglomera público tanto en sus instalaciones como en la calle.

Se trata de un edificio de tres pisos en la diagonal 30 del barrio Nuevo Bosque, una de las más transitadas de la zona sur occidental de Cartagena, debido a que por ella se evacúan varias rutas de buses y busetas del transporte urbano, procedentes del Centro de la ciudad.

Se asemeja a un teatro, pero no lo es. Tiene varias cámaras tanto por dentro como por fuera, pero los espectadores no se sientan en el gran salón ni en la acera de la avenida para ver una película dramática o documental, ni nada que se le parezca. En realidad son fervientes admiradores del pastor Esteban Acosta, un predicador febril, quien carga la fama de poseer el poder de la sanación, gracia a lo cual ha curado las enfermedades más complicadas, las que más les han devanado los sesos a los científicos.

Pero no sólo eso: Acosta, con sólo tocar la cabeza de sus feligreses y decir en voz alta las oraciones más encendidas, se da el lujo de desterrar a los demonios más enraizados y a las maldiciones más persistentes, como si se tratara de simples fiebres o un dolorcito de muela.

“Miércoles de milagros” se llaman esas tardes en que una multitud bien nutrida de personas que se hacen llamar cristianos practicantes se apresuran a llegar al templo desde dos horas antes de la convenida, para no quedar sin puesto, de modo que en cuanto el pastor se sube a la tarima que tiene dentro del primer piso, ya el templo está poblado de un mar cabezas cuyos propietarios ocupan sillas plásticas que se riegan hasta la orilla de la avenida y le dan la vuelta al inmueble entre un callejón que hace frente con una bodega de materiales para la construcción urbana.

Este miércoles no ha sido la excepción. Llegamos con media hora de retraso. El grupo musical que, con instrumentos de última tecnología, acompaña la prédica del Pastor Acosta, se hace sentir por todo el área, pues tanto adentro como afuera se instalan bafles de buena marca, mientras uno de los tantos jóvenes que labora con el templo manipula un computador portátil con el que proyecta la imagen del pastor en dos de las paredes de afuera para que los feligreses no se pierdan ni el más mínimo detalle de la velada.

“Se ve que estos manes no son ningunos mondaos”, dice un vendedor de panes en cicloby, quien se detiene un momento a ver y a escuchar lo que brota de la imagen proyectada en la pared. Y no le falta razón: en diferentes esquinas del edificio y en la calle, los hombres que integran el cuerpo de seguridad visten suéteres rojos, en cuyo extremo superior derecho puede leerse “Ejército de Cristo”. Portan scanner con los que se comunican entre sí para efectos de la organización de las personas que van llegando y para ponerse en alerta ante alguna anomalía.

El jefe del grupo es fiel a la imagen de los encargados de seguridad que muestran las películas de espionaje: es posible que mida algo así como un metro con 85 de estatura, además de que exhibe, a pesar de su fina camisa manga larga y su corbata, los signos de los fisiculturistas que aprenden a meterles miedo a los desconocidos.

Enterado de los ataques que algunos vecinos de Nuevo Bosque esgrimen contra el templo “La Unción”, un vendedor de chances dice estar de acuerdo con que los feligreses ocupen la acera mientras escuchan la charla, “porque por aquí todo el mundo se roba el espacio público, pero no para vainas buenas como las que hace el pastor”.

En el momento en que tomamos asiento, en la pantalla se ve al pastor cantando con buena voz, hablando con energía, disparando chistes para adornar sus parábolas, pero la magia de las cámaras le da otra imagen: aparece como un hombre alto y robusto, pero en realidad podría medir un metro con 50, sin que en su cuerpo se perciban las amenazas de la obesidad.

El caso es que cuando llegamos, uno de los hombres del cuerpo de seguridad nos explica que ellos son necesarios para velar por las pertenencias del templo y las de los devotos, ya que hay momentos en los que el pastor ordena cerrar los ojos y alzar las manos, instante que aprovecha uno que otro mano larga para hurtar teléfonos celulares, monederos o cualquier otra cosa que no sea tan difícil de raponear.

Por ejemplo: unos segundos después de la explicación del guardia, los asistentes alzaron los brazos y cerraron los ojos para dar gracias al Señor por haber resuelto los problemas económicos de una señora que encontró dos millones 200 mil pesos en su cuenta de ahorros, que se supone se consignaron por obra divina, “porque yo de dónde iba a sacar esa plata, quién me iba a regalar ese poco de billetes; eso fue obra del Señor. Enseguida corrí para el banco y pagué las primeras cuotas de la casa en donde ahora vivo”.

Diez minutos después se repitió el agradecimiento al tercer cielo —como dice el pastor—, porque el cáncer agresivo que una mujer padecía en el estómago se convirtió en una simple gastritis que podría curarse con un sencillo tratamiento médico y una dieta balanceada y sin tantos rigores científicos.

A la mujer del cáncer convertido en gastritis le siguió un hombre cuarentón que quería agradecer al “‘Rey del universo’, porque, después de tres meses de estar sin trabajo, me llamaron para que fuera el administrador de la empresa en donde ahora trabajo”, y los aplausos, los gritos y la sonoridad de la pequeña orquesta que suena a las espaldas del pastor si hicieron sentir con el estruendo propio de un día de gloria.

Y nuevamente todos los feligreses, tanto los de adentro como los de afuera, alzaron sus brazos, pero esta vez con las tarjetas débito en la mano para que el pastor arrojara una oración cuyos resultados serían que al día siguiente encontrarían en los cajeros electrónicos esos dineros que necesitan para saldar todas sus deudas, “pero únicamente la cantidad exacta, ni menos ni más”, les advirtió el pastor y todos regresaron las tarjetas a sus carteras y bolsillos, esperanzados en el milagro que se materializaría dentro de unas diez horas.

El pastor intenta terminar la misa cuando logra sacar los demonios del cuerpo de una mujer a la que algún brujo maldijo para desquiciarla. El predicador le toca la frente y la mujer cae de espaldas, pero la reciben cuatro brazos que después la llenan de oraciones que ella debe repetir con voz de angustia o de alegría, según la potencia del mal.

Los líderes que rodean al pastor se apresuran a recomendarle a la gente que se agarre de manos para que la bendición sea colectiva, pues el gran guía (cuya actividad comenzó a las 4 de la madrugada de ese miércoles), ya casi no tiene tiempo para atender tantas peticiones y tantas consultas. La última es la de un padre con un hijo sordomudo, de aproximadamente diez años de edad.

El pastor le ora. Le toca la cabeza. La toca las orejas. Le retira los aparatos electrónicos que le ayudan a no ser tan sordo. Le pregunta: “¿me estás oyendo?”. Y el niño, que ha leído los labios del pastor, responde que no con un movimiento de cabeza. El pastor lo bendice nuevamente y aprovecha ese espacio para escaparse a su oficina del tercer piso.

El hombre mira fijamente. Habla rápido, pero en bajo tono. Dice que es de Cartagena y que lleva diez años como pastor de almas y casi la misma cantidad de tiempo administrando el don de sanación, “por medio del cual Dios hace que la gente conozca su poder”.

Explica que los dones se alcanza a través del tiempo, con mucha oración y ayuno.

“Lo mismo hacen los brujos —agrega—: ellos también ayunan y le oran a Satanás, desde el primero hasta 31 de octubre. En esta última fecha roban niños, los sacrifican y se les beben la sangre para mantener sus poderes de maldad. Ellos pueden tomar el vestido de una persona y llenarlo de alfileres, rezarles oraciones malsanas para volverla loca, arruinarla o enfermarla. Cuando usted está enfermo y ningún médico puede detectar su mal, créalo que es la acción de un acto maléfico. Y es ahí cuando nosotros oramos y ordenamos al demonio que suelte su cuerpo. Si usted tiene fe, se cura en el acto. Si es un recién llegado a los actos de la fe, su curación puede durar varios días o semanas, pero se cura”.

Con estas últimas frases deja en claro lo que sucedió con el niño sordo. “Sus padres son nuevos en la fe, pero si siguen creyendo, el niño se curará. Nosotros le llamamos ‘liberación’ a la cura de las maldiciones. En otros ámbitos le dicen ‘exorcismo’, pero es el mismo acto en el que se reconoce a los poseídos por el estado de su mirada, por sus gritos, por sus llantos. Es que el demonio le teme a la santidad. La persona cae al piso; y empieza el proceso de liberación, que podría durar hasta diez minutos, dependiendo del tamaño del demonio”.

El pastor Acosta se apresura a detallar que “en el reino de Satanás hay jerarquías, de mayor a menor, como su fueran generales, coroneles, sargentos, etc. Una vez me tocó un poseído que tenía un demonio mayor. En cuanto empecé la oración, el hombre se retorció en el suelo. Se levantó, cargó sillas y las partió, Mis líderes salieron corriendo asustados y yo le preguntaba a ese demonio por su nombre. Me dijo que se llamaba ‘Belcebú’, un demonio fuerte que me costó mucha oración en voz alta, hasta que cayó rendido boca arriba. Entonces, volvieron los líderes y lo sometieron a punta de rezos, por cinco horas”.

Como casi todos los pastores cristianos, Esteban Acosta asegura que un ser humano se hace presa fácil del demonio cuando abre puertas de pecado; esto es, cuando consulta con brujos, adivinos y hechiceros.

“Pero no cualquiera lo puede curar, porque un demonio no saca a otro demonio. Para tener el don de la sanidad se necesita una santidad perfecta; de lo contrario, el demonio te hace quedar en ridículo. Uno de mis líderes venía al templo, pero a escondidas se tomaba sus cervezas y sus rones. Un día nos trajeron a un poseso y cuando ese líder se le acercó para orarle, el demonio habló a través de la víctima: ‘y tú por qué crees que me vas curar, si tú eres un sinvergüenza, un tomador de ron’. El líder salió corriendo y no volvió nunca más”.

Aunque acosado por la prisa, el pastor Acosta aún tiene tiempo para extendernos invitación, ya que la próxima semana vendrá a Cartagena un pastor que ocupó todas las jerarquías del reino de Satanás.

“Ese señor, con sólo mirar a una persona, la mataba. Tenía sortilegios para que las mujeres cayeran rendidas a sus pies. Pero perdió cuando se enamoró de una cristiana. Ésta lo convirtió a la palabra y la próxima semana estará predicando con nosotros en este templo”.

 


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