Estudiantes de Caño del Loro aprendiendo sobre audiovisuales.

Caño del Loro busca su propia historia


Si algo caracteriza a los corregimientos de la bahía de Cartagena es el aspecto de abandono que duerme en sus calles y se refleja en los rostros de los habitantes, como una traza imborrable, a pesar de todos los progresos que están atravesando al mundo.

Caño del Loro es uno de los más agobiados por el eco maldito de siglos anteriores: el viernes 21 de noviembre, cuando los estudiantes de la Institución Educativa San José de Caño del Loro” se disponían a recibir a los invitados al “Primer foro estudiantil investiguemos a Cartagena insular y costera”, un aguacero se derrumbó desde las primeras horas de la mañana y se hizo acompañar de la marea, que no se conformó con asustar a los pasajeros de las lanchas que viajan a Cartagena y a los corregimiento vecinos, sino que también inundó las calles; y sólo se retiró de ellas cuando le dio la gana.

Mientras tanto, estudiantes y profesores de los colegios invitados descendían de las lanchas, se despojaban de los zapatos y se lanzaban al agua hasta encontrar tierra seca únicamente en la entrada al colegio en donde se estaba desarrollando el evento.

Pese a todas las molestias que produjo el aguacero, los estudiantes no perdieron el ánimo y, respaldados por sus profesores, comenzaron a describir los inicios, el desarrollo y los resultados del semillero de investigación que vienen defendiendo desde hace dos años.

Relata el profesor José Escorcia Barros, responsable del área de Sociales, específicamente en Historia, que a su llegada al corregimiento, los jóvenes padecían problemas de identidad, tales como no tener en claro el nombre de su etnia y el no sentirse orgullosos de descender de los africanos esclavizados que prestaron sus brazos para construir al pueblo y a las fortificaciones guerreras de Cartagena.

Los resultados de un sondeo diseñado por los docentes de Sociales llevó a determinar que otra de las falencias de las nuevas generaciones era el flaco conocimiento que tenían de la historia de su propio pueblo, salvo algunas alusiones al leprocomio que funcionó en esa zona hasta los años cincuenta, referencias que manejaban gracias a los relatos un poco dispersos de los ancianos que vivieron aquella época.

Como complemento de esa deficiencia, los docentes establecieron que el limbo en el que se movían los jóvenes tenía que ver con la falta de una rigurosa documentación que, por supuesto, no existía en el pueblo y mucho menos en las bibliotecas de Cartagena, en donde sólo había algunas referencias en libros no especializados; al igual que una tesis archivada en la Universidad de Cartagena, respecto al ya legendario leprocomio.

Así las cosas, también era natural que al desconocer su procedencia afro y tener vagas referencias del auge del pueblo respecto al funcionamiento del leprocomio, los jóvenes también estuvieran ignorantes de la existencia de la Ley 70 de comunidades negras y de todas las bondades y oportunidades que ésta encierra, pero que no se podrían aprovechar con esos niveles de ignorancia y de desorientación.

La referencia más reciente que manejaban era el auge del pueblo a partir las posibilidades turísticas que presentan los corregimientos de la bahía de Cartagena, renglón que se explota desde el llamado “pilotaje”, o administración de las lanchas que transportan turistas desde la Ciudad Heroica y entre una localidad y otra.

De manera que el profesor José Escorcia ideó, como primer paso, una convocatoria con el fin de reunir a un grupo de estudiantes que se interesara en la aventura de investigar la historia de su propio corregimiento, llamado al que primeramente acudieron diez muchachos de diferentes grados, con quienes se inició una cátedra de Metodología de la Investigación, enfocada en aspectos como búsqueda, recolección y archivo de información, creación de fichas, análisis de la información y el proceso escritural de la misma.

Dentro del proceso de investigación se programaron visitas a las bibliotecas de Cartagena, pero especialmente al Archivo Histórico, para posteriormente organizar un trabajo de recuperación de la tradición oral del pueblo, mediante el programa “Abuelo, cuéntame un cuento”, desarrollado en las instalaciones del colegio, que no dieron abasto para la cantidad de jóvenes estudiantes —y no estudiantes—, quienes hacían preguntas a las personas de la tercera edad y recogían aquellos datos históricos que por primera vez llegaban a sus oídos.

La misma experiencia, cuyo objetivo principal era construir un imaginario, fue presentada en el “Primer foro de investigación del Colegio Comfenalco”, de Cartagena; y en la Institución Técnica de Pasacaballos, siendo elogiada por docentes y estudiantes de esos planteles, lo que obligó a que se prosiguieran las investigaciones en el corregimiento, al lado del estudio profundo del significado de palabras como “leyenda” e “imaginario”, dando como resultado la construcción de dos historias: “La troja de otro mundo” y “El hombre de las polainas”, que también recibieron elogios de otras instituciones educativas.

El año pasado, animados por las tres primeras experiencias, los estudiantes, mediante una segunda convocatoria, empezaron a trabajar de lleno una monografía histórica de Caño del Loro, repartiéndose en varios grupos encargados de indagar sobre los indígenas, los africanos esclavizados, el leprocomio, la actividad económica, la vida social, lo cultural y lo educativo, temas sustentados en visitas al Archivo Histórico de Cartagena, la Biblioteca Bartolomé Calvo, la Universidad Jorge Tadeo Lozano y el Archivo General de la Nación, en Bogotá.

Los ancianos volvieron a ser fuente documental, pues aún existen algunos de 70 y 80 años de edad, quienes recuerdan nítidamente la existencia del Leprocomio San Lázaro (o “lazareto”, como le llamaban) en donde se relacionaban con los leprosos y participaban de las fiestas de San José, patrono de Caño del Loro, cuyos habitantes jamás sintieron repulsión ni miedo al contagio cuando hacían contacto con los enfermos.

“Ñopos” era el remoquete que recibían los internos del leprocomio y es la palabra que más recordaban las nuevas generaciones del corregimiento cuando se les preguntaba por su propia historia. Pero ahora, aseguran los docentes, saben que en los años 50 el reclusorio de los leprosos fue desmontando y el pueblo quedó en el limbo, hasta 20 años después cuando se reactivó el turismo por toda la zona insular de Cartagena.

Esos mismos datos fueron recopilados en el proyecto de monografía histórica de la localidad, que se nutrió de cuatro mesas de trabajo en las que participó un buen número de jóvenes, y cuyos resultados fueron presentados a las Unidades administrativas locales de educación del Distrito (Unaldes), que aprobaron la calidad de la propuesta y terminaron por financiarla. Así mismo, un grupo de profesores de la universidad inglesa de Leicester conoció el plan y también aportó financiación para lo que será la edición de un libro, cuyo lanzamiento está programado para febrero de 2009, con la presencia de los docentes extranjeros.

Terminada la investigación, actualmente los estudiantes se encuentran en la etapa de utilizar esos datos para reconstruir la identidad negroide de Caño de Loro, tarea que gozó de cierto adelanto cuando el colegio logró un convenio con Comfenalco y sus escuelas complementarias, mediante las cuales se desarrollaron varios talleres de cinematografía durante todo el 2008. En ese espacio se presentaron los proyectos “El hombre de las polainas” y “El lazareto de Caño del Oro”, que hoy son dos audiovisuales bajo la realización de los estudiantes isleños.

“Lo que ahora buscamos —afirman los profesores— es proyectar esta experiencia hacia los jóvenes de los demás corregimientos, para que la identidad afro y amerindia deje de estar tan dispersa”.


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