CARTA AL MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES


Como si se tratara de un vallenato, narrado por un libro de García Márquez, o una vívida narración de la Iliada. El diferendo limítrofe con Nicaragua tiene una vetustez de cuarenta y tres lustros, y cientos de procesos litigiosos, a la fecha sin resolver de fondo. Es por eso que me dirijo a usted, con el fin de exhortarlo a tomar las riendas de “su” cartera y las medidas necesarias para resolver este tema.

Comprendo su asombro al leer que esta misiva va con su dirección, teniendo en cuenta que hoy se encuentra en la cartera de defensa, y no a la Ministra en propiedad, la misma que donó $160’000.000 de pesos a la campaña de nuestro actual presidente, para recibir beneficios. Esto se debe a que, en la actualidad, vivimos una época oscura de las relaciones internacionales colombianas, como en otrora lo vivieran los griegos después del colapso del mundo Micénico. En los diez meses de gestión administrativa, en el máximo cargo de este ministerio, quien lo dirige sólo ha tenido unas pálidas apariciones para referirse al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y entregar condecoraciones, cosas que con facilidad puede hacer el Director General del Protocolo de la Cancillería. Su única manifestación destacada fue la solicitud de cuatro infructuosos pedidos de extradición del facineroso paramilitar, Salvatore Mancuso, quien retornará al país no por los buenos oficios del Ministro en “ejercicio”, sino porque a los norteamericanos les tocó subsanar la inoperancia de este Ministerio. Parece que no existeriera, da la impresión de que fuese invisible y que el ministerio haya entrado en una narcosis profunda. Aunque sea compleja su comprensión, nos encontramos frente a una aporía; quien regenta la cartera está frente al patíbulo del devenir internacional con el tiempo como verdugo. Tiempo que hace de las suyas para adueñarse de lo que con acciones estructurales se pudo evitar.

Sé que esto no es su responsabilidad, pero si lo es resolver este asunto, aún más sabiendo de su probidad y diligencia política. No olvide que nosotros tenemos intereses económicos sobre la Biósfera de Seaflower. Sin embargo, ante su exiguo interés, me veo compelido a recordarle que la política exterior, superado el debate de si es o no una política pública, debe responder al Interés Nacional. Éste se construye de acuerdo a la capacidad de los Estados, que en nuestro caso se materializa en la Constitución Política del 91, al margen de la caótica y costosa infraestructura institucional que nos dejó. ¡Hemos debido seguir con la monarquía! Empero, al ser la República un país emergente, o una potencia regional secundaria, se debe apuntar a una Inserción Internacional. Inserción que le permita vincular lo interno con lo externo, es decir, lograr un diálogo incluyente y participativo de todos los actores del Sistema Internacional. Ya lo decía, en otrora, un coterráneo y condiscípulo liceísta nuestro de la Villa de Robledo: La solución del diferendo está en aprovechar las redes sociales y hacer un uso inteligente de ellas. Esto se materializa, en la Diplomacia Digital, tema que desconocen por completo en su Ministerio.

Desde luego, no se podrá desconocer que esto va más allá. El arribo de 50 militares estadounidenses, nuestra relación con el país del norte por la lucha antidrogas y un padrinaje eterno, son factores que no han permitido consolidarnos como potencia regional. Sin embargo, sea benevolente con las verdaderas necesidades y prioridades de la República. La ayuda no es un factor de desarrollo y los Yankies lo saben.

Este es un país, con mayor intensidad en las Relaciones Internacionales, irascible, iracundo y contestatario; siempre apegado al Derecho Internacional. En conclusión, un Estado de leguleyos, característica que nos ha metido en muchos problemas. De todas formas, le recomiendo que se lucre de la situación del país centroamericano; un Estado sin norte político, social y económico claro, y con quienes tenemos el Tratado Esguerra-Bárcenas del 28.

Hoy sabemos para qué sirven los tratados internacionales, lo que no sabemos es para que nos sirve el que tenemos. Será, entonces, proponer un nuevo tratado entre ambas naciones, y con esto solucionar el diferendo, la decisión más sensata o impopular, como decía nuestro amigo en común: Peñalosa. No quiero que nos suceda lo que, con habilidad, pregonaba el cantante vallenato Vives: “vivir las malas horas y llamarlo los buenos tiempos”, cuando la Corte Internacional de Justicia nos quite lo que aún tenemos.


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