El caudillo del NO


Anoche vi en las redes un meme de un muchacho que decía: “Las FARC nos entregaron las armas y nosotros se las devolvimos”. Genial y doloroso.

Tanto estamos acostumbrados a vivir en encrucijadas que no percibimos los momentos en que se ponen enfrente las ocasiones para enderezar el camino.

Ayer ganó el deseo de querer la paz sólo en los términos del caudillo Álvaro Uribe. Él no se rindió hasta vincularse (a su manera) en una no segura “renegociación” del acuerdo porque, según sus propias palabras: “Es mejor 20 años más de diálogos que entregarle el país a las FARC”.

La experiencia señala que todo caudillo mantiene el control y ejerce presión en los escenarios políticos, hace acuerdos para evitar pérdidas de poder y lo hace con fuerzas ajenas a su ámbito e ideas. El caudillo logra proyectar una imagen positiva ante los sectores aparentemente desfavorecidos (pasó en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y ha pasado por décadas en nuestro país). El caudillo moderno se disfraza de nueva energía capaz de atraer a sectores alejados de la vida política.

Las votaciones indican que, contrario a lo que muchos pensaron, el Uribismo es una facción viva que irá a las próximas elecciones con más fuerzas y acaso con un candidato más combativo, mesiánico y beligerante.

En la mañana de hoy lunes, Uribe dijo a los colombianos que el Centro Democrático no estará en la cumbre de partidos convocada de urgencia por el Presidente Santos en la Casa de Nariño, porque primero tiene que hacer una reunión de bancada. Así se demuestra que no aspiran a una salida hacia la paz sino a una mayor polarización del país, ya que ese ha sido siempre el teatro de acciones que les conviene.

Este caudillo dice hoy: "Pedimos que no haya violencia, protección para las FRAC y que cesen todos los delitos", pero durante todo el proceso no hizo sino alzar la voz ante las mínimas concesiones del Gobierno (como si hubieran sido traición a la patria) y callar ante las de la guerrilla (como si no tuvieran la más mínima importancia histórica).

Sin duda, los argumentos subjetivos tuvieron muchísimo más peso que los argumentos reales. Hoy 3 de octubre, no sin razón, los países garantes se declaran decepcionados. Por su parte Amnistía Internacional (que en ocasiones criticó con fuerza algunas instancias del proceso a lo largo de estos años de negociación) anoche dijo que esta votación pone en riesgo de sufrir violaciones de los derechos humanos a millones de colombianos pertenecientes a grupos vulnerables, indígenas, afrodescendientes y comunidades campesinas.

Pareciera que de nada sirvió el apoyo internacional para blindar el acuerdo de paz, pese a que especialistas internacionales aseguraron hace unas semanas que dicho acuerdo era, de por sí, una obra de arte y el mejor del mundo.

Hoy los promotores del NO hablan de reconciliación, de esperanza y de una “renegociación” de los acuerdos que está lejos de darse: lo que quieren es sacar rendimiento político a este momento crucial de la Nación. Pero de ello no se dieron cuenta los sectores que aglutinó.

Los ganadores no permitirán una salida política a los acuerdos ya que han demostrado que quieren volver a la vieja política de “Mano firme, corazón grande”. Hoy, al mediodía, le dan un viraje a todo el cauce y hablan de un pacto por la paz, lo que denuncia que no tenían previsto qué hacer si ganaban.

Ahora, siendo sensatos la victoria no fue de Álvaro Uribe y sus compañeros de ideas, la verdadera victoria fue para las iglesias de todos los ámbitos (protestantes o no) cuyos pastores furibundos atisbaron al Diablo en cualquier ofrecimiento de paz. Iglesias con miles y miles de adeptos con el miedo a una realidad que no han conocido nunca: la concordia con los diferentes.

El peligro radica en que ese caudillismo del que hablo se traslade del escenario político a los atrios. Y ya pasó: horas antes del plebiscito un pastor iracundo aseguró que Dios castigó a Colombia con el huracán Matthew porque unos descendientes de esclavos habían bailado una danza demoníaca en la Plaza de la Aduana de Cartagena.

Me resisto a creer que en mi país pocos lean y que sean esos pocos quienes expliquen a muchos los textos de un acuerdo ejemplar. Lo cual indica que nos han hecho una ablación intelectual.

Me resisto a que este país le diga al mundo hoy que no le ha dicho NO a la paz, sino que le ha dicho NO a las FARC. Nada más falso, porque de la noche a la mañana no se puede borrar al actor que mayor daño le ha hecho a todos.

Me resisto a creer que las iglesias, basadas en el miedo a la diferencia, se hermanen con las ideas de los victimarios que hoy no quieren devolver la tierra que quitaron a inocentes campesinos a punta de plomo, motosierra y sangre. Horas antes del plebiscito estos asesinos habían asomado sus rostros feroces en las redes diciendo que iban a dejar la Biblia para tomar las armas como ejército de anti-restitución. No obstante, los líderes religiosos callaron ante semejante amenaza similar a la de aquellos paramilitares que en tiempos de Carlos Castaño querían “refundar” la patria. Y no dijeron nada porque lo más importante para ellos era el NO a los homosexuales (tema sólo tangencial de los acuerdos), y porque dicha paz estaba inspirada por el “anticristo” que se había apoderado del territorio colombiano.

Lo que se avizora es: Los partidos y grupos recalcitrantes, los caudillos (Ordoñez, José Obdulio, Cabal y otros) obtuvieron ayer inmensos beneficios políticos y la posibilidad de ser una tercera fuerza en la mesa de negociación en La Habana. Las FARC, que hace décadas buscaban ser declaradas fuerza beligerante, se volvieron un actor político del mismo nivel que el Centro Democrático y el Gobierno.

Mientras tanto las iglesias perdieron ya su más preciado activo: la posibilidad de construir (desde la fe, el perdón y la espiritualidad) un mejor país. Todo por andar negociando con la traicionera y biliosa actividad de la política.


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