"Llevo en mi mente la canción que fue primera"

Rosendo Romero, ese que escribe versos...


Fue en la década de los años 70 y 80 cuando la música vallenata tomó la decisión de modernizarse cambiando sus estrofas sencillas por reflexiones  más elaboradas, pero dicientes; y apartando un poco ritmos como el merengue, la puya y el son, para rendirle idolatría a eso que llaman “paseo lírico”.
Pero no al paseo montañero que cultivaban Chico Bolaños, Juan Muñoz o Náfer Durán... de ninguna manera, pues el paseo que empezó a inundar las casas disqueras y las estaciones radiales fue la respuesta de un grupo de alumnos del compositor Gustavo Gutiérrez Cabello, quien ya había presentado su propuesta años atrás, al margen de las composiciones narrativo-costumbristas de Leandro Díaz, Escalona y Tobías Enrique Pumarejo.
Uno de esos alumnos fue Rosendo Romero Ospino. Él mismo lo dijo hace más de diez años en “Mi primera canción”, más exactamente en la tercera estrofa:  “me fui siguiendo el estilo/ del gran Gustavo Gutiérrez/por ser romántico y sentido/ cuando cantaba penas y placeres/”.
Románticas y sentidas, pero también nostálgicas y provincialistas han sido canciones como “Compañera del alma”, “La montañera”, “Romanza”, “Fantasía”, “Villanuevera”, “Noche sin luceros”, “Cadenas”, “Cobijas”, “Mensaje de Navidad”, “Navidad”, “Sueños de conquista”, “Qué será”, “Tu dueño”, “Despedida de verano” y “Mi poema”, entre otras composiciones que le granjearon un sitial en los anales de la música vallenata moderna al “Poeta de Villanueva”, como lo bautizaron en ese tiempo y como se le conoce todavía, aunque los nuevos compositores de la ola que algunos llaman despectivamente “el vallenato llorón”, lo hayan desplazado un poco, como también  desplazaron a otros que fueron sus compañeros de lides como Roberto Calderón, Rafael Manjarrez, Hernando Marín, Edilberto Daza, Octavio Daza, Mateo Torres, Romualdo Brito, Beto Murgas, Sergio Moya Molina, Máximo Movil y Daniel Celedón, entre otros.
Todos fueron los vanguardistas de dos décadas que indiscutiblemente le regalaron un nuevo aire a la música vallenata, un aire más internacional, más cuidadoso en el manejo de las letras y más proponente en cuanto a arreglos melódicos y vocalísticos.
No obstante las buenas intenciones de los entonces nuevos compositores (que eran hijos y nietos de los viejos juglares), las críticas se bifurcaron en dos frentes, pues según la perspectiva de los fundadores del vallenato, los modernos compositores estaban siendo displicentes con el sencillo campesino de provincia, para quien el tal paseo lírico no era más que un enredijo de palabras “lloradas” (que no cantadas) por voces amaneradas y excesivamente diferentes a la fuerza de los vaqueros, quienes improvisaban versos de cuatro líneas para narrar un hecho o exteriorizar un lamento.
Del otro lado, desde los medios masivos de comunicación, estaban los analistas de la música vallenata, para quienes algunos de los compositores nuevos no eran más que “piratas ilustrados”, quienes recortaban las creaciones de los poetas, nacionales, latinoamericanos y hasta mundiales para confeccionar sus canciones.
Hasta la fecha, no se ha sabido si Rosendo Romero Ospino tiene en su hoja de vida el haber incursionado en ese tipo de estafas musicales. Por lo contrario: centra el calibre de sus composiciones en las lecturas que lo acompañaron durante los años estudiantiles en el Liceo Bolívar de Cartagena.
“Pero antes de eso —dice— ya yo estaba marcado por la existencia de compositores como Leandro Díaz, Beto Murgas y Freddy Molina. De alguna forma, también me influyeron artistas argentinos como Piero,  Sandro y Leonardo Fabio; y un compositor español llamado Emilio José. Ellos tenían una manera de componer canciones que a muchos jóvenes de esa época nos hizo pensar que el vallenato también podía expresarse con esa altura y no siempre de forma parrandera y a veces denigrante para la mujer. Después de treinta años, creo que fue un acierto el de nosotros el haber asumido esa actitud”.
—Pero en cuanto a lecturas, ¿quiénes fueron sus guías?
—Empecé leyendo a Manuel Zapata Olivella. De él disfruté lecturas como “He visto la noche”, “Chambacú, corral de negros”; y un libro de poemas que he buscado por todas partes y nunca más lo he vuelto a conseguir. Se llama “El bullanguero”. También pienso que Cartagena influyó mucho en ese lenguaje que le apliqué a mis cantos vallenatos, porque fue en el Liceo Bolívar en donde tuve la oportunidad de leer a los clásicos rusos como Nicolai Gogol, León Tolstoi, Fedor Dostoyesvki, Máximo Gorky, en fin. Pero también leí durante horas la poesía de Luis Carlos “El Tuerto” López. En Cartagena complementé mi afición por la composición, ya que desde niño empecé a tener contacto con las montañas de mi tierra, las frutas maduras, las flores recién abiertas, los amaneceres llenos de cantos de pájaros. Y tú sabes que todo eso es poesía viva.

Juntando recuerdos

Dicho por el mismo Rosendo Romero, la canción “Noche sin luceros” fue su primer gran éxito como compositor de la nueva canción vallenata. Varios años atrás, su hermano Norberto le había grabado una primera canción con la voz del desaparecido Armando Moscote.
“La Custodia del Edén” se llamó esa primera composición que visitó los estudios discográficos, pero que casi nadie recuerda en los actuales momentos, una suerte que no ha corrido “Noche sin luceros”, la que podría considerarse —además de ser una de las más importantes de Romero Ospino—  otra de las mejores canciones vallenatas modernas que se han compuesto en Colombia.
“Esa canción en un principio se llamó “Sufrimiento” —explica el autor—, pero el locutor Jaime Pérez Parodi, quien era el animador del conjunto de Jorge Oñate y Colacho Mendoza en ese tiempo, le cambió el nombre para que ellos la grabaran y se convirtió en un tremendo éxito a nivel nacional. Gracias a eso, la gente empezó a reconocerme como uno de esos nuevos compositores que querían decir cosas distintas, a través del vallenato”.
Pero el trasfondo de “Noche sin luceros” es toda una trama de recuerdos originados en diferentes partes habitadas por el autor en distintas épocas, detalles que se dedicó a organizar en cuanto le llegaron los primeros acordes de lo que sería la futura canción. 
“Con esa canción quise referirme, por una parte, a la cantidad de dificultades que viví estudiando en Cartagena, cuando me tocaba caminar largas distancias para llegar a mi casa  en las horas de la noche y bajo aguaceros, ya que mi situación económica no era la mejor, porque estaba muy lejos de mi familia. Esas soledades creo que quedaron bien plasmadas en las primeras palabras de la canción: “Quiero morirme como mueren los inviernos/bajo el silencio de una noche veraniega/ quiero morirme como se muere mi pueblo/serenamente, sin quejarme de esta pena/Quiero el sepulcro de una noche sin luceros/luego resucitar bajo una luna parrandera.”
Otros apartes de la canción tienen un origen onírico y real:
“Cuando la canción dice que ‘...quiero espantar la mirla por la medianoche/ y reemplazar su nido por un gajo de luceros...’, estoy narrando un episodio en el que estando niño todavía en las montañas de Villanueva, me trepé a un árbol para robarme el nido de una mirla, pero cuando casi lo atrapaba se cayó y se rompieron todos los huevos. Más tarde, en las horas de la noche, cuando ya todos estábamos acostados, escuché el canto de la mirla, como reclamando su nido. Sentí remordimiento. En la madrugada soñé con la visión de una paloma gigante sentada sobre un nido que no estaba hecho de pajas sino de estrellas. Al día siguiente me dije: esa paloma era la virgen y ese nido de estrellas me decía que cada huevo roto era un mundo, un universo que pedía crecer”.
En otro pasaje el autor afirma que “Quiero escuchar la melodía de aquel canario/que un descuido se ha escapado de su jaula/que canta alegre, sin embargo, solitario/bajo la sombra de un manguito en la sabana/”
“Allí me refiero a un canario que tenían unos vecinos.  Era ciego, y los amos lo bautizaron  ‘Leandro Díaz’; y a Leandro Díaz, el compositor ciego, le decían ‘El Canario’. Un día cualquiera ese canario se escapó y yo me ponía a pensar en él, en cómo estaría sobreviviendo en el monte. Pensaba en que quizás estaría cantando encima de un árbol de mango. Esa anécdota a la vez me hizo ver que la poesía también permanece en la gente de los pueblos y es creada por ellos sin que tal vez se den cuenta. La canción es también un homenaje a mis padres, de quienes duré mucho tiempo separado. Fueron muchas las veces en que mi madre me pedía, a través de cartas, que dejara los estudios y regresara a casa. Eso quería hacer, pero también quería superarme y quería ‘robarle los minutos a las horas/ pa´que mis padres nunca se me pongan viejos’”.
Al año siguiente, después del sonado éxito de “Noche sin luceros”, Romero Ospino volvió a ocupar los primeros puestos de sintonía con la canción “Cadenas”, que él considera una continuación del tema que venía trabajando en la primera canción.
“Pensándolo bien, ‘Noche sin luceros’ y ‘Cadenas’ son la misma canción, aunque tengan diferente melodía. ‘Cadenas’ es ya la reflexión después del fracaso: ‘Yo, que creí que me soñaban las mujeres/ y que podía enamorarme de cualquiera/siempre egoísta me burlé de sus quereres/pero el corazón me puso cadenas/’”.

La pintura salvaje

De algunas composiciones de Rosendo Romero pueden extraerse sin dificultad pasajes poéticos que son, a la vez, auténticos cuadros pintados con palabras, con frases impactantes que suelen fijarse en la memoria  del oyente que ha degustado canciones como “Sueños de conquista” y “Mi poema”, en donde Rosendo Romero expone su galería a través de frases como: “Un poema de parrandas, tus cabellos/ y tus ojos, una dulce madrugada/ Tu sonrisa, la gaviota que alza el vuelo/ y tus labios, mi pasión desenfrenada”.
En “Mi poema” la nota pictórica es todavía más disiente al describir “...esa mirada profunda y misteriosa es/ como dos claros de luna entre sombras de almendros/encanta como un manantial entre juncos y helechos/romántica como la lluvia de un atardecer”. La habilidad de lograr imágenes como las ya mencionadas surge de la afición de Romero Ospino por la técnica de la acuarela, pasión que ha cultivado durante años --dice él-- y en forma paralela a la escritura de cantos vallenatos. 
Pero vale también señalar que la habilidad de conformar frases impactantes le viene de la escuela del desaparecido compositor cesarence Freddy Molina.
“Es que Freddy —ratifica— tenía mucha fuerza en la expresión. Por algo son frases inolvidables aquellas que dicen: ‘...será sensible como el silencio que domina la montaña’. O ‘...cuando el Guatapurí se crece, al sentir mi pasión se calma..’. Fue el maestro de muchos de los compositores que surgimos en los 70 y en los 80.
—Molina perteneció a los juglares, pero al mismo tiempo fue el maestro de los nuevos compositores...
—Sí, pero a pesar de eso para nosotros fue muy duro al principio hacer valer nuestra propuesta de canción, ya que los fundadores decían que estábamos deformando el vallenato, tal como está sucediendo ahora. Aunque con el tiempo terminaron aceptándonos y disfrutando con nosotros esa nueva música. Lo que sucedía es que tal vez no se entendía que los nuevos compositores (a pesar de que algunos nacimos en el campo), crecimos en las ciudades, fuimos a las universidades y por ende le cantábamos a otras cosas, con otro lenguaje y unas temáticas más amplias. Pero en la medida en que el vallenato empezó a imponerse en las ciudades, gracias al trabajo logrado por El binomio de oro, Diomedes Díaz, Jorge Oñate, los hermanos Zuleta y Silvio Brito, entre otros, los maestros empezaron también a comprender que nuestro trabajo era meritorio; y más, porque esas canciones conservaban la música tradicional. Actualmente, muchos folcloristas se quejan de que los nuevos conjuntos no graban temas tradicionales; y si lo hacen, se apegan a los temas clásicos para hacer eso que llaman ahora dizque “cover”. Pero eso sucede porque, como te decía, los nuevos compositores ya no están bebiendo de las fuentes en que bebimos los de hace 30 años. Ahora las temáticas y las melodías son de otra índole.
—¿Cuál fue la polémica que se le presentó con la canción “Fantasía”?
—El problema fue que algunas personas la calificaron de ofensiva para la mujer, porque en algunos de sus apartes dice “...esa linda camelia, que se quedó sin alma, que no comprende nada, eres sin duda tú...”. O cuando dice: “...esa que mira siempre con mucha picardía, con ojos aguileños,  esa me mata a mí. Hay muchos que la adoran, otros que la desprecian y muchos que la elogian,  para vera la feliz...” Esos que descalificaban la canción entendieron que yo estaba tratando a la mujer de vacía, de hueca o de poco inteligente. Pero una canción que tenga la frase “... es porque tiene ese algo extraño que al conocerla, uno presiente que ya hace tiempo la conocía. Es como ver aquella esperanza que el alma sueña en los instantes de soledad y melancolía...”, una canción así no puede estar ofendiendo a las mujeres. Por lo contrario: eso dice que ella es casi la mujer ideal. Le falta algo para que lo sea por completa, y ese algo lo expreso como “si me dejaras cambiarte un poco y hacerte buena...”
—“Carnaval”, “La Montañera” y “Compañera del Alma” son tres de sus mejores canciones, pero nunca tuvieron el éxito de las demás. ¿Qué cree que sucedió?
—Lo que pasó fue que en esa época se generó un movimiento musical --que todavía sigue prevaleciendo en el vallenato--, y fueron las más famosas separaciones o la llamada “separatitis aguda” de los vallenatos, porque se armaba un grupo y de pronto se separaban y se armaba otro, y así...Por ejemplo, en el caso de “La montañera”, grabada por Emilio Oviedo, sucedió que a Reinaldo “El papi” Díaz, su cantante, lo enrolaron en el Ejército; y el long play que ellos habían grabado en ese momento no se pudo promocionar lo suficiente. Y en el caso de “Compañera del alma”, la canción se perdió, porque en ese mismo instante se separaban Daniel Celedón y mi hermano Israel Romero. El primero se fue con Ismael Rudas, con quien formó “El doble poder”; y mi hermano se fue con Rafael Orozco. Así nació “El binomio de oro”.
—Sigamos con su concepto a cerca de los artistas vallenatos  actuales...
—Tienen riqueza melódica, porque están utilizando una serie de componentes gramático-musicales distintos a los que utilizamos los compositores de la época moderna del vallenato. Los de ahora están mezclando el tono mayor con el menor, utilizan el relativo, los sostenidos, los bemoles y una serie de armonías que encajan muy bien en el piano y la guitarra. Algunos críticos dicen que los muchachos de ahora están cambiando el vallenato. Y yo digo que sólo han cambiado un ritmo, que es el paseo. Yo no he visto que hayan modificado el merengue, el son o la puya. Simplemente no los graban, pero tampoco los han alterado. A mí me parece que ellos han enriquecido al paseo vallenato, utilizando la síncopa, los anticompases, con lo que han generado un nuevo estilo de canto vallenato y por consiguiente un nuevo tipo de cantante. Tú sabes que la voz humana se divide en barítono, tenor, contraalto,  mezosoprano y soprano. Por ejemplo: Jorge Oñate tenía coristas contraaltos; y Rafael Orozco, siendo contralto, tenía coristas mesosopranos. Entonces, los mesosopranos de Rafael Orozco, hoy en día están cantando. Y Miguel Morales está utilizando voces melifluas, almibaradas y clasificadas dentro de las voces femeninas, agudas, muy altas, como las voces de “Los diablitos”, “Los inquietos”, “Los chiches” y “Los gigantes”. 
—Los arreglos también han dado un salto grandísimo...
—Sí. Esos arreglos de ahora son muy internacionales. Por lo tanto se están vendiendo en grandes cantidades en el extranjero, ya que los intérpretes han sabido combinar el paseo con la balada. Pero lo que queda claro es que el vallenato autóctono sigue ahí, aunque los nuevos músicos no toquen ni merengue ni puya ni paseo montañero. No sé hasta que punto eso sea bueno para el folclor. 

“Qué pasará” y 
lo que pasó

Después de varios años cosechando notables triunfos con sus canciones, el nombre de Rosendo Romero desapareció misteriosamente de las carátulas de los discos. Se decía que se había residenciado en el exterior o que se había dedicado a otras actividades diferentes a la música. El caso es que su última canción éxito fue “Qué pasará”, en donde expuso la posibilidad de fugarse con una pretendida: “...qué pasará si yo te quito el corazón/y te conquisto y te separo de tus padres/ No te me pongas cobarde, que todavía no es, amor...”
Un siguiente tema llamado “Fuga” habló de la consumación de la propuesta extendida en la anterior canción: “...el momento de mi vida se llegó/ era inevitable tener que partir/ya no hay tiempo pa´la duda y el temor/ ya la suerte estaba echada para mí...”
La fuga con la pretendida duró varios años en los que Romero Ospino se radicó en el interior del país, disminuyendo sus relaciones con las agrupaciones musicales de moda, pero asistiendo a recitales de guitarra y canto, los cuales aún programa en diferentes ciudades de Colombia. En sus épocas de triunfo grabó un long play interpretando con su voz y su acordeón sus mejores canciones. Ese disco se perdió en los vericuetos del tiempo. Pero el compositor ha tomado un nuevo aire y ahora lanzó al mercado un disco compacto con nuevas canciones de su autoría. Con su voz, ha vuelto a los festivales como invitado especial; y con su guitarra, sigue rasgando las viejas melodías en la inmensidad de un hogar campestre en la vecina república de Venezuela...
   Julio de 2002

 


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