FIESTAS DE LA CANDELARIA (2.)Las valiosas memorias del general Posada Gutiérrez.


 

fiestas de la Candelaria (2). Las muy valiosas memorias del general Posada Gutiérrez.

Posicionadas las fiestas de la Candelaria en la segunda mitad del siglo XVII (a partir de 1651), estas, continuarán dándose sin contratiempos, aunque la ciudad sufra los ataques de piratas, corsarios y de las armadas de Francia e Inglaterra, de los ejércitos liberales y conservadores de las guerras civiles, y el convento y otras instalaciones de la cima de La Popa, sean semidestruidas.

De igual forma, la combinación de las fiestas religiosas con las celebraciones profanas se acentúa mostrando una tradición que continúa hasta nuestros días del 2020.

Este carácter de las fiestas preocupa a las autoridades de la religión, las cuales presentan quejas ante la corona española, tal como lo hizo el obispo Joseph Díaz de la Madrid en 1784:

“Las fiestas de La popa , según la loable y antigua costumbre, alteradas de poco tiempo  a esta parte, se reduzcan solamente  al sermón y misa que se celebra en la iglesia de los referidos  religiosos, de forma, que  si en el día de la Purificación de Nuestra Señora y dos o tres días siguientes, quisiesen entretenerse, sea en términos , que  no haya escándalo, ni desorden y que antes de anochecer  se retiren todos a su casa, como lo previno Vuestra Majestad, sabiamente”.(reproducido por Gutiérrez(2009).P.79.)

LAS MEMORIAS DEL GENERAL JOAQUÍN POSADA GUTIÉRREZ SOBRE LAS FIESTAS DE LA CANDELARIA.

A lo largo de los siglos las preocupaciones continuarán dándose con los cambios   de las costumbres y prácticas culturales de las clases sociales; así mismo, los historiadores tratarán de dar las explicaciones de la evolución festiva; unos más que otros lo lograrán; algunas desaparecerán mientras que otras permanecerán y servirán de base para comprender en la actualidad el pasado y el presente de esta fiesta religiosa y popular.

En este marco, las explicaciones más completas, y exactas de las  festividades a comienzos y mediados del siglo XIX, así como sobre   una serie de costumbres, usos, y de estratificación social, las da el general Cartagenero Joaquín Posada Gutiérrez en sus “Memorias Histórico-Políticas”, publicadas aproximadamente en los años 1863-1866, las cuales, reflejan también  su ideología de clase dominante y su religiosidad .

Hoy en la presente entrega, reproduzco las mencionadas memorias (las referentes a las fiestas) subtitulando las temáticas respectivas, con los siguientes propósitos:

  1. Mostrar como la adoración a la Candelaria se constituyó en una fiesta popular, en la que se involucran las clases sociales de pobres, clases medias y ricos.
  2. Divulgar las costumbres y prácticas religiosas y profanas de las festividades de la Candelaria.

c.) Divulgar un documento valioso que hasta la presente ha sido conocido sólo por especialistas y académicos.

d.) Mostrar a través del documento la estructura social de Cartagena de Indias en el siglo XIX, centrada en la esclavitud de los afrodescendientes, la más abominable institución social de una región.

e.) Invitar a los devotos de la Virgen de la Candelaria a mostrar sus creencias con hechos políticos, económicos y ambientales que permitan salvar y conservar el cerro y sus monumentos, hasta la eternidad de los siglos.

A continuación, el documento referenciado, tomado 99.9% de manera textual del libro original, reproducido por Google Books:

 

  1. TODOS, SIN DISTINGOS DE CLASES A ADORAR LA VIRGEN DE LA CANDELARIA.

 Las gentes acomodadas de Cartagena tenían su casa de campo en dicha parroquia, situada al pie de La Popa, cerro aislado de 590 pies de elevación, cuya cumbre se venera la imagen de nuestra Señora de la Candelaria, en una bellísima iglesita del convento de agustinos descalzos, la que aún existe.

 Esta virgen era la devoción de todos los pueblos   inmediatos: era la Chiquinquirá de las provincias de la Costa. Su fiesta, que se celebra el 2 de febrero, tenía fama en toda la Nueva Granada, quedando ya tan pocos que puedan hablar de ella como testigos de vista, quiero, describiéndola, dar algún descanso a mi imaginación, atribulada con los sucesos políticos que he referido y los que voy a referir en los siguientes capítulos, y darlo también al lector para que me siga sin fastidiarse.

Desde el primer día de la novena se trasladaban a dicha parroquia las familias que tenían casa allí, llevando a sus amigas, bien a pasar la temporada, bien a pasar un día. El gasto de los dueños era considerable, pero el sudor del esclavo daba para todo, y derramando el Gobierno más dinero en Cartagena que en el resto del virreinato, se podía sin grandes esfuerzos adquirirlo.

A pesar de haber más de una milla desde la ciudad a la cumbre del cerro y de ser en extremo pendiente la subida de esta, era innumerable la concurrencia a la misa solemne que se celebraba a las nueve de la mañana. Los más regresaban a la ciudad para volver a la noche a las diversiones del pie del cerro; pero muchas familias permanecían arriba, durante la temporada, en unas hospederías cómodas y espaciosas que tenía el convento para alquilar con este objeto, y muchas más en sus casas de abajo.

  1. LOS JUEGOS DE AZAR:LA PERDICIÓN DE POBRES Y RICOS.

Tanto en la planicie de la cumbre del cerro como en la parroquia de su pie, numerosas mesas de juego, rodeadas del jornalero, del menestral, (persona que tiene oficio manual) del marinero y de muchos caballeros de zapato, servían de sumidero al sudor del pobre y al oro del rico, regocijando al estafador que los recogía en boliches, pasadieces, bisbises, boletines y otras invenciones de la infame ciencia del garito. Costumbre inmoral y desastrosa que no solo allá y en aquel tiempo, sino en todos los pueblos de Nueva Granada y hasta ahora se practica.

Ni el escándalo de fomentar este vicio, bajo la idea de una fiesta religiosa, ni la ruina de las familias, ni los desórdenes de todo género que el juego produce, ni la prohibición do las antiguas leyes de los juegos de suerte y azar, ni la mengua de la dignidad y de la decencia que el roce con cierta clase de gente causa, ni nada en fin, puede destruirla;  y menos ahora en que la avaricia  y la desmoralización general, han inducido a que las nuevas leyes la protejan.

  1. . EN LA SALA DE BAILES: UNA MARCADÍSIMA ESTRATIFICACIÓN SOCIAL.

Una gran sala de baile, construida para ese solo objeto, se llenaba todas las noches, alternativamente, sin invitación nominal. Era sabido y conocido lo siguiente: Baile primero: de señoras, esto es, de blancas puras, llamadas blancas de Castilla. Baile segundo: de pardas, en las que se comprendían las mezclas acaneladas de las razas primitivas.

Baile tercero: de negras libres. Pero se entiende que eran los hombres y las mujeres de las respectivas clases, que ocupaban cierta posición social relativa, y que podían vestirse bien, los que concurrían al baile.

Terminada la serie, volvía a empezar, y así sucesivamente hasta el día de la Virgen que concluían las grandes fiestas. Al siguiente se retiraban las familias a la ciudad, quedando solo algunos restos de aficionados tenaces, en corto número, hasta el domingo de carnestolendas que regresaban todos a las de carnaval, que en Cartagena por aquel tiempo competía con el de Venecia.

Y era de notarse que la alternación de los bailes se hacía con el mayor orden, sin que el amor propio de los de segunda y de tercera clase se resintiese, a lo que contribuía mucho el que todos se hiciesen en la misma sala. En la sociedad humana, la costumbre es ley, es todo. Los blancos, que monopolizaban el título de caballeros, como las   blancas el de señoras, tenían por la costumbre el privilegio de bailar en los tres bailes; los pardos, en el de su clase y en el de las negras; los negros solo en el de éstas, y tampoco había en ello inconvenientes: la costumbre, por un lado, y por otro la más prudente urbanidad los evitaban.

 Cuando las clases superiores, que siempre las habrá en la sociedad humana, no hacen sentir con altivez su superioridad humillando a las inferiores estas no se enconan y se someten voluntariamente a lo que su posición exige. La aristocracia inglesa sabe y practica esto con provecho.

3.1Los pobres bailan al aire libre.

Para la gente pobre, libres y esclavos, pardos, negros, labradores, carboneros, carreteros, pescadores, etc., de pie descalzo, no había salón de baile ni ellos habrían podido soportar la cortesanía y circunspección que más o menos rígidas se guardan en las reuniones de personas de alguna educación, de todos los colores y razas.

Ellos prefiriendo la libertad natural de su clase, bailaban a cielo descubierto al son del atronador tambor africano, que se toca, esto es, que se golpea, con las manos sobre el parche,  y hombres y mujeres en gran rueda, pareados, pero sueltos, sin darse las manos, dando vueltas alrededor de los tamborileros ; las mujeres, enflorada la cabeza con profusión, lustroso el pelo a fuerza de sebo, y empapadas de  agua de azahar, acompañaban a su galán en la rueda, balanceándose  en cadencia muy erguidas ;mientras el hombre, ya haciendo piruetas, dando brincos, ya luciendo su destreza en la cabriola, todo al compás, procuraba caer en gracia a la melindrosa negrita o zambita, su pareja.

 Como una docena de mujeres agrupadas junto a los tamborileros los acompañaban en sus redobles, cantando y tocando palmadas, capaces de hinchar en diez minutos las manos de cualesquiera otras que no fueran ellas.

Músicos, quiero decir manoseadores del tambor, cantarinas, danzantes y bailarinas, cuando se cansaban, eran relevados, sin etiqueta, por otros y por otras; y por rareza la rueda dejaba de dar vueltas, ni dos o tres tambores dejaban de aturdir en toda la noche.

Era lujo y galantería en el bailarín dar a su pareja dos o tres velas de sebo, y un pañuelo de rabo de gallo o de muselina de guardilla para cogerlas, las que encendidas todas llevaba la ninfa en la mano,  muy ufana, y era riguroso requisito el dejar arder el pañuelo cuando la luz  de las antorchas llegaba a quemarlo, hasta que amenazando arder la mano e incendiar el vestido, se arrojaban fuera de la rueda cabos de vela y  pañuelo, que los espectadores, brincando sobre ellos, se apresuraban a apagar para no asfixiarse.

Por rústico y democrático que fuera este baile numero 1 me pareció todavía más aceptable que los que usa ahora la culta sociedad.  ... Hasta los nombres de esos bailes, polacos, suecos, noruegos, que no se bailan por allá sino cuando el termómetro de Fahrenheit baja de cero, hasta los nombres digo, de esos bailes escitas nos parecen de áspero sonido para nuestros oídos latinos.

3.2. El “Tumbao” de los indios.

Los indios también tomaban parto en la fiesta bailando al son de sus gaitas, especie de flauta a manera de zampoña. En la gaita de los indios a diferencia del currulao de los negros, los hombres y mujeres de dos en dos se daban las manos en rueda, teniendo a los gaiteros en el centro, y ya se enfrentaban las parejas, ya se soltaban, ya volvían a asirse golpeando a compás el suelo con los pies, balanceándose en cadencia y en silencio sin brincos ni cabriolas y sin el bullicioso canto africano, notándose hasta en el baile la diferencia de las dos razas.

El indio, en todo, hasta en la alegría manifiesta cierta tristeza; el negro se ríe a grandes carcajadas, el indio apenas se sonríe; el negro cuando canta, cuando baila, so olvida hasta de la esclavitud ; el indio, que casi nunca canta y que cuando lo hace parece que suspira, hasta bailando demuestra que recuerda y echa de  menos su antigua salvaje independencia  y la libertad de los bosques, y en su semblante triste y en su aspecto humilde y en su mirar reservado indica que protesta contra su suerte  y que dice sin decirlo :

" vosotros, blancos i negros i los hijos do vuestra mezcla, sois intrusos aquí, sois usurpadores de mi propiedad, no tenéis derecho a la tierra que pisáis que es mía." y esto es verdad. Pero el negro puede contestarle: " Yo no vine aquí por mi gusto, me trajeron como esclavo," Esclavo I qué palabra I ... ¡Sí! la independencia es un bien por mal que estemos

Estos bailes se conservan todavía, aunque con algunas variaciones. El currulao de los negros que ahora llaman Mapalé, fraterniza con la gaita de los indios; las dos castas menos antagonistas ya, se reúnen frecuentemente para bailar confundidas, acompañando los gaiteros a los tamborileros.

 En lugar de velas de sebo dan los danzantes a su sílfide, de dos hasta cuatro esteáricas(velas), que entonces no había, y el pañuelo ha de ser de seda, que como antaño, se deja quemar. Antes, estos bailes no se usaban sino en las fiestas de alguna de las advocaciones de la Virgen y en la del Santo patrono de cada pueblo, solo en su pueblo; en la del carnaval y en alguna que otra notable.

Ahora no hay en las provincias de la costa, arrabal de ciudad, ni villa, ni aldea, ni caserío donde no empiece la zambra desde las  siete de la noche del sábado y dure hasta el amanecer del lunes, constituyendo el juego y el aguardiente la principal diversión; así es que los jornaleros y menestrales malbaratando en esas dos noches y en el día intermedio, en tanto ganaron en la semana, quedan postrados de cansancio, sus trabajos suspendidos el lunes y muchas veces el martes, y sus familias y ellos mismos sufriendo hambre y contrayendo deudas.

La necesidad los obliga a trabajar dos o tres días de la semana, para el sábado siguiente volver a la misma criminal disipación.

Así es que toda empresa- de campo en que haya de trabajarse con jornaleros es perdida, porque nunca puede contarse con ellos en los momentos más necesarios, y reconvenirlos es expuesto.

  1. .LA TRANSFORMACIÓN NEGATIVA DE LAS FIESTAS.

El sentimiento religioso y el respeto que se tenía a la ley y a la autoridad hacían antes que estas diversiones populares fueran inocentes, sin que se vieran en ellas riñas, homicidios ni desórdenes de ninguna clase.

En estos tiempos, como más liberales, todo ha cambiado. En las licenciosas orgías de ahora, sin contar los pecados de que hoy no se hace caso, ocurren frecuentemente colisiones sangrientas en las que hay heridos y muertos, las que principalmente tienen origen en las mesas de juego y que la embriaguez agrava. La desmoralización en este sentido parece irremediable, pues se ha generalizado tanto que habría peligro para la autoridad en pretender corregirla.

Algunos pueblos se han hecho notables por sus excesos en esas plebeyas bacanales: el de San Onofre en la provincia de Cartagena tiene fama, pues casi no hay semana en que no suceda alguna desgracia, y poco menos puede decirse de los demás, tanto en las orillas del Atlántico como del Pacífico, y los de las riberas del bajo Magdalena, del Sinú y del Atrato. El vil y cobarde machete que en la guerra jamás combate, jamás vence, sino que asesina cruelmente al vencido por el fusil o el rifle, ha cambiado su nombre: ya no se llama machete sino peinilla, y descuartizar a un hombre o cortarlo la cabeza se llama peinarlo.

Las cantarinas del currulao o sea mapalé, celebran en su canto impío las proezas de los peluqueros y las agonías de las víctimas, y cuando alguna estrofa impresiona a los danzantes, gritan estos entusiasmados: | Viva la libertad.

5.RETORNA EL TEMA DE LOS BAILES DE LOS SALONES ARISTOCRÁTICOS: EL MINUÉ, LA CONTRADANZA Y EL VALS.

En los bailes de primera, segunda y tercera clase, en el primero tocando la música del regimiento " Fijo de Cartagena," en el segundo la del regimiento de " Milicias blancas," en el tercero la del regimiento de «Milicias pardas," se rompía el baile con el serio y grave Minué por el personaje de más importancia en cada clase y por la dama de más campanillas, blanca, parda o negra. Después seguían otros dos o tres minués o minuetes, que de ambos modos se decía, bailados por gente de

alto coturno; con la diferencia de que el primero lo bailaba sola, ocupando toda la sala, la pareja privilegiada, por respeto a la categoría, y los otros podían bailarlos tres o cuatro parejas, eso sí, sin confundirse. En el entre tanto los jóvenes del uno y del otro sexo se desesperaban con tan larga y cansada etiqueta, en la que según la importancia de los minuete ros se guardaba más o menos silencio.

 Pero al sonar el golpe del bombo y el registro del clarinete anunciando la elegante y animada contradanza española, en la que bailan todos con todas, un grito de alegría lanzado por pechos juveniles, volvía el contento y la vida a la mayoría, que bostezaba y se dormía con el acompasado minué de las cuarentonas y de los sexagenarios.

 A la contradanza seguía el valse, que, aunque de origen germánico se había españolizado adaptándolo a nuestro clima de fuego, y así sucesivamente. De media noche para adelante alternaban con la contradanza y el valse, algunos bailes de la tierra, que, aunque alegres y vivarachos, no podían inquietar por su pimpollo a la madre más arisca y regañona, pues los buenos modales, la decencia y la cortesanía no se olvidaban en ningún caso, ni aun en las últimas clases, que tendían siempre a imitar a las primeras.

Además de las tres categorías de los bailes de salón, de la cuarta de tambores y de la quinta de gaita, había una numerosa, acomodada, por lo regular bien educada, llamada blancas de la tierra, con sus correspondientes blancos de la misma clase, médicos, boticarios, pintores, plateros, etc. A esta clase pertenecía la aristocracia del mostrador, o sean los mercaderes. Ella también proveía el seminario y de ella se formaban casi todos los curas, pero los canónigos y los obispos habían de ser blancos de Castilla.

 Las blancas de la tierra, no teniendo entrada en el baile de primera, mirando con altivez el de segunda y con desprecio el de tercera, se reunían en sus casas y bailaban con los hombres de su clase, y con los blancos de Castilla, con música de cuerda más armoniosa y agradable para bailar que la de viento; y lo singular es que las blancas de Castilla, que resistían admitir en su categoría a las blancas de la tierra, por respetables que fueran, bailaban con ellas en sus propias casas recíprocamente, y se trataban como amigas fuera de estos tres casos: en las procesiones; en los paseos en carruaje; en los bailes de ostentación.

 Parecerá que ni el orgullo ni la vanidad pudieran inventar más subdivisiones de rango; pues aún había otra clase, y en verdad muy interesante: componíase de cuarteronas, color entre el nácar  y la canela, de ojos de lucero chispeando fuego  y amor,  y dentadura esmaltada cual hileras de perlas panameñas, solo un grado inferior a las blancas  de la tierra, casi pobres, las más cigarreras, costureras, modistas, bordadoras, etc. de traje modesto de zaraza o muselina y  calzado de rasete.

 Estas, con los mozos de su clase, decentemente vestidos, bailaban sin otra música que la de una o dos arpas cartageneras que las mismas muchachas tocaban, y aún tocan, maravillosamente, y la de una o dos flautas de aficionados que las acompañaban.

 Los blancos de Castilla y los blancos de la tierra se desertaban furtivamente a bailar con ellas, dejando sus salas desiertas, y muchas veces se necesitaba enviar comisionados a buscarlos, a reserva de la correspondiente reprimenda por semejante descortesía, lo que no impedía la reincidencia al menor descuido. Mas, para honra de la época debo decir que el mismo. Catón el Censor no habría podido encontrar en aquella animada alegría de todas las clases, un solo pecado que pasara de venial.

Todas estas divisiones y subdivisiones insensatas, inventadas por el orgullo humano, desaparecen rápidamente entro nosotros: el equilibrio natural y legítimo va estableciéndose, y los enlaces matrimoniales, más que otra cosa, lo prueban. Pero la mala fe tiende a empujar la sociedad al extremo contrario, lo que quizá es peor que lo primero, porque precipita al desorden, degrada la dignidad y mata todos los estímulos de honroso y decente comportamiento para merecer y obtener

una posición en la sociedad.

6.INTENTANDO DAR POSADA AL PEREGRINO, COMIDA AL HAMBRIENTO Y RON AL SEDIENTO.

Como en las casas no cabía la muchedumbre que concurría a las fiestas, las ramadas y los toldos a manera de tiendas de campaña llenaban la falta, y aumentaban la animación y la alegría, con la franqueza y cordialidad campestres.

Numerosas cantinas, restaurantes, bodegones de menor cuantía, botillerías, confiterías más o menos abastecidas, satisfacían las necesidades o los gustos de los concurrentes que no tenían casa provista y aun los de aquellos que la tenían.

En ese tiempo no se sabía en Cartagena ni en todo el virreinato que hubiera en el mundo cerveza, vino de Champaña, de Burdeos, del Rin, ni cidra de Normandía, ni Ginebra de Holanda; pero en cambio sobraban el vigoroso vino tinto catalán, el seco de Málaga que llamaban " de celebrar, " el San Lúcar, el Jerez y otros vinos onerosos españoles a moderado precio. El brandy no se conocía porque no se usaban las palabras inglesas hablando castellano.

Pero había superior aguardiente de uva puro, anisado del país, mistelas, rosolis y otros licores dulces de rosa, de piña, de naranja para los que podían pagar un real, una peseta, un peso y excelente y suculento guarapo de caña clarificado, para los que solo podían pagar un cuartillo o medio cuartillo.

 Desgraciadamente para la humanidad; los licores embriagantes no faltan en ninguna parte ni en ninguna fiesta, cuando no son unos, son otros, y cada día su consumo aumenta en todas las clases, con ruina y mengua de las familias, con degradación del hombre, con escándalo y desmoralización de la sociedad. Da tristeza el decirlo, pero más triste es que sea verdad.

El crepúsculo de la mañana, que allá con resplandor creciente va iluminando el espacio infinito, dos horas antes de que el sol se muestre sobre el horizonte, empujaba a todos al descanso; y el silencio sucedía al bullicio, el sueño, imagen de la muerte, a la invitación de la vida, para cuatro horas después hallarse en disposición, unos de oír misa en lo alto, y todos de rezar la novena, si no en la iglesia, en sus casas, ramadas o toldos.

7. EN LA MISA Y LAS NOVENAS DE LA CANDELARIA TODOS SON IGUALES.

En algunas casas principales había oratorios en los vastos corredores del frente, en las que se decía misa y se rezaba la novena a la hora en que se hacía en la iglesia del cerro, siendo admitidos sin distinción cuantos cabían en el corredor, blancos y negros, amos y esclavos; esto facilitaba a todos cumplir el deber religioso, con fervor sincero, sin que el placer de los sentidos lo hiciera olvidar nunca. El cristianismo, declarando a todos los hombres hijos de un mismo Dios los ha declarado iguales; pero solo en los templos católicos y en los augustos actos de la religión católica se ve la igualdad.

8. EL DOS DE FEBRERO: TODOS A TIRAR PINTA NUEVA Y LUJOS POR DOQUIER.

Llegaba por fin el gran día de la Purificación de la Madre por excelencia, bendita entre todas las mujeres. Coches, faetones (carro descubierto), berlinas, quitrines (coche tirado por caballos) y hasta las carretas se ponían en movimiento desde las cinco de la mañana, llevando gente de todas las categorías y de todos los colores, de la ciudad al pie de la Popa.

El lujo que se ostentaba en ese día solemne asombraría hoy:

en hombres y mujeres el terciopelo, el tisú, el brocado, la sarga abollonada, el tafetán doble eran lo corriente. Yo alcancé a ver en los magnates el calzón corto, la casaca redonda y el chaleco largo, todo de seda y bordado de oro o plata, las medias de seda, los zapatos con grandes hebillas de oro, un reloj en cada faltriquera del chaleco, con sendas cadenas de oro, de las que pendían racimos de llaves de cornerina, sellos y otros dijes.

 Alcancé ver en las matronas la rica basquiña de seda, el tontillo, que no era otra cosa que la crinolina de hoy, la camisa " pechona " de fina batista guarnecida de triple arándola de riquísimos encajes de Flandes, faja de galón de oro de dos pulgadas de ancho ciñendo la cintura, abrochada con hebilla de oro esmaltado o cincelado y babuchas de lama de oro o de plata.

Los jóvenes empezaban a usar la reforma introducida por la revolución francesa en el vestido: pantalón largo, zapatos con lazos de cinta en lugar de hebillas; pero era de rigor en viejos y jóvenes, el alfiler de brillantes en el pecho, y una gran sortija con un grueso solitario, u otra piedra preciosa.

En el vestido de las jóvenes también empezaban a introducirse alteraciones sustanciales: traje largo, estrecho, tallo alto y manga corta" a la María Luisa " (Reina de España), bien de rica batista, bordada, bien de seda, relegando la crinolina o sea el tontillo, a las viejas.

 Pero los peinetones y pintitas con listones de oro, los tembleques de perlas, los grandes zarcillos de oro y piedras preciosas o gruesas perlas que los rasgaban las orejas ; las pesadas cadenas de oro a la filigrana dándoles dos o tres vueltas en el cuello, con un gran medallón del mismo rico metal con la imagen en pintura de alguna virgen o de algún santo, los dedos do los manos cuajados de sortijas de brillantes, esmeraldas, rubíes, topacios.

 Los brazaletes do oro, con su roseta de perlas, el rico pañuelo de batista en una mano, el abanico de plumas o de cabritilla en la otra, eran adornos comunes a las matronas y a las jóvenes; no se piense que este lujo oriental estaba reservado a la clase privilegiado: lo usaban igualmente los de las otras que podían, pues en ellas había también ricos y ninguna ley suntuaria se lo prohibía.

Entonces, como antes, como ahora, tener o no tener ha establecido en la sociedad humana una diferencia entre las diferencias, y hasta cierto punto tener iguala a los que tienen, y no tener iguala a los que no tienen.

Solo la espada y el sombrero de tres picos con la escarapela encarnada, estaban reservados para los grandes personajes en los días de ceremonia. En todas las clases los que no tenían con qué usar piedras preciosas, que era la pasión dominante, heredada de antigüedad de los moros, las usaban falsas de imitación, al oro lo reemplazaba la plata dorada, a la perla fina a la falsa, y así de lo demás.

 En las últimas clases, cuyo vestido era con poca diferencia el de hoy, el esmerado saco suplía el lujo de las primeras. En las tierras calientes el baño es un placer que no tiene equivalente en las tierras frías; es pues el aseo una necesidad que se llena con gusto, y el baño facilita llevar siempre limpia la ropa, aun a aquellos que como nuestros soldados la lavan por sí mismos.

Llegamos a la fiesta del Gran día. Por lo regular pontificaba en ella el obispo con asistencia de los cabildos secular y eclesiástico y de las autoridades, siendo quizá la más solemne de las de Cartagena, en donde lo eran todas, bien que la pequeñez del templo no permitía que asistiesen a ella en su interior la centésima parte de los concurrentes.

9. LA PROCESIÓN: DEVOCIÓN SIN PAR, FLORES, INCIENSO, PÓLVORA Y MÁS.

La procesión por la tarde completaba la imponente función. Al presentarse las andas de la Virgen en la puerta del templo, el sol declinando al poniente hacia brillar el riquísimo rayo de plata dorada incrustado de piedras preciosas, que rodeaba la sagrada pintura y en el instante todas las cabezas se descubrían inclinándose reverentes sobre el pecho, y veintiún cañonazos de la plaza saludaban a la ¡imagen de la Rosa mística, Refugio de los pecadores, Reina de los afligidos.

El estampido sonoro del cañón de calibre  24, que por largo rato retumbaba ; el humo del incienso de veinte incensarios que en fragantes y blancas columnas lentamente se levantaba  y esparcía ; y principalmente  los cánticos sagrados, que acompañaba una música melodiosa de capilla, embelesaban[UEQ1]  el alma, y  llevaban el sentimiento religioso, con ternura inefable, con fe y esperanza, derecho al corazón, "porque el canto nos viene de los ángeles  y el manantial de los conciertos está en el cielo. “La música militar, cerraba detrás de las autoridades la majestuosa pompa, dándole mayor auge y solemnidad.

Siendo el espacio en la planicie de la cumbre del cerro sumamente   estrecho y corto para permitir el movimiento de la numerosa concurrencia, la procesión marchaba con la mayor lentitud, sobre una alfombra de flores y hojas olorosas llegando a la cruz telegráfica de la vigía al mismo tiempo que el sol desaparecía como si se sumergiera en el mar, que desde allí se domina en la mitad de la circunferencia. El que no haya visto el mar no tiene idea de lo grandioso, de lo inmenso, de lo infinito. Para mí, lejos del mar no hay vida, y ruego a Dios que me conceda morir oyendo su ronco bramido.

En aquel punto, mil voces fervorosas entonaban algunos versículos de la novena, y al decir : " María se venera en la cumbre de los montes y los navegantes se regocijan con viento en popa," viéndose al mismo tiempo el sublime espectáculo de las olas estrellándose en la playa, y retrocediendo para volver a estrellarse, sin traspasar el límite que les señaló el dedo del Omnipotente, conmovían hondamente el ánimo,  y  la imaginación volaba sobre la superficie de las aguas en busca del navegante en conflictos,  y todos los ojos se  volvían a la imagen de María, implorando a la del cielo socorriese al pobre marinero, que tantos trabajo y peligros pasa para conseguir un escaso alimento, llevando a otros la abundancia y  la riqueza.

10.LOS GREMIOS Y LOS CABILDOS DE LOS AFRODESCENDIENTES ESCLAVIZADOS Y LIBRES.

Seguían diariamente las fiestas de iglesia de los gremios de mercaderes, de artesanos, de la matrícula de marina, de las maestranzas, etc., hasta el domingo de carnaval, último día, que tocaba a los negros bozales. Entonces los había en gran número, a los que se agregaban algunos de los ya nacidos en el país, todos esclavos.

Siempre tuvieron ellos en la ciudad y las haciendas sus cabildos de mandingas, carabalíes, Congos, etc., cada uno con su rey, su reina y sus príncipes, porque en África hay aristocracia, aunque salvaje, y el negro tiene el instinto y la tradición de la monarquía absoluta: Cristóbal y Zoulouque en Haití lo han probado.

En ese día imitando con alegría las costumbres  y vestidos de su patria, recuerdos siempre gratos a todos los hombres, embrazando grandes escudos de madera forrados en papel de colores, llevando delantales de cuero de tigre y  en la cabeza una especie de rodete de cartón guarnecido de plumas de colores vivos ; la cara, el pecho, los brazos  y las piernas pintados de labores rojas, y empuñando espadas y sables desenvainados, salían de la ciudad a las ocho de la mañana, y bajo el fuego  abrasador del sol en una latitud de diez grados y al nivel del mar, iban cantando, bailando, dando brincos y haciendo contorsiones al son de tambores, panderetas con cascabeles, y golpeando platillos y  almireces de cobre;  con semejante estruendo  y tan terrible agitación  , algunos haciendo tiros con escopetas y carabinas por todo el camino, llegaban a la Popa bañados en sudor, poro sin cansarse.

 Las mujeres no iban vestidos a la africana, esto es, no iban casi desnudas; sus amas se esmeraban en adornarlas con sus propias alhajas, porque hasta en esto entraba la emulación y la competencia. Las reinas de cada cabildo marchaban erguidas, deslumbrantes de pedrería y galones de oro, con la corona de reina guarnecida de diamantes, de esmeraldas, de perlas, y la negra bozal se veía que con la riqueza que llevaba encima habrían podido libertarse ella y su familia, y que pasadas las fiestas volvía triste y abatida a sufrir el agudo dolor moral y las penalidades físicas de la esclavitud.

Solo el rey y la reina podían llevar paraguas, como un privilegio exclusivo de la majestad real. Las princesas y las damas de la corte, no pudiendo llevar sombreros se cargaban la cabeza de guirnaldas y ramos de flores, tanto por alivio como por adorno. Aquellos eran días de casi libertad para los esclavos. Siendo ellos protegidos por la veneración que se tenía a la Mujer escogida por Dios para "consuelo do los afligidos" sus amos les daban solaz y holganza, y no habrían podido hacer lo contrario, aunque hubieran querido, porque la costumbre y la opinión los obligaba a ello, y la autoridad misma lo exigía.

Oída la misa solemne a las doce del día, bajaban todos llenos do contento y de unción religiosa, con la misma agitación con que habían subido, y entraban en la ciudad como a las tres de la tarde, hora en que el calor terrible, sofocante, llega en Cartagena a su mayor intensidad; y las reinas y las princesas se apresuraban a devolver a sus amas las valiosas alhajas de su adorno, temblando de haber perdido alguna, lo que no sucedió jamás.

Desde aquel momento, hombres y mujeres quedaban completamente libres para divertirse en sus cabildos hasta las seis de la mañana del miércoles, que oían misa en San Diego, en el altar de san Benito el negro, con la que el sacerdote les imprimía en la frente la cruz de ceniza con que la religión Católica recuerda  a todos los hombres, blancos y negros, amos  y esclavos, ricos y pobres, opresores y oprimidos, que no son más que polvo, y que en polvo se han de convertir, sumergiéndose con su orgullo, con su vanidad, en el seno de la sepultura.

En aquellas espaciosas casas de campo, en aquellas risueñas quintas del pie de la Popa, del Espinal, de Manga que rodeaban a Cartagena, teniendo todas su huerta y su jardín, abundaban los árboles frutales y las flores ; y  los efluvios olorosos del azahar, de la azucena, del jazmín de España, del jazmín de la tierra, de la mosqueta, del lirio, embalsamaban el aire templado, que los cartageneros, saliendo del abrasador recinto de nuestras magníficas murallas, aspirábamos con ansia, lo que era uno delos mayores goces de la temporada.

11.DIOS: GRACIAS   POR MI EXISTENCIA.

Estos recuerdos de mi infancia y de mi primera juventud me parecen un sueño. ¿Cuántos de los millares de hombres y mujeres que vieron lo que yo refiero y que vi yo vivirán hoy? Bien pocos serán porque no a todos les es concedido, como a mí, gozar y sufrir sesenta y seis años sobre la tierra.  Y yo que he pasado tantos trabajos; yo que he recorrido los mares luchando con la tempestad; yo que me he encontrado en tantos combates siempre vencedor, una sola vez vencido; yo que he recibido tres balazos en mi cuerpo; yo que he visto al cólera precipitar a la eternidad, en cinco semanas más de la tercera parte de mis  compatriotas en la ínclita ciudad en que absorbí el primer aliento de la vida, yo existo l Gracias Dios mio!

Con los afectos de siempre,

muy memoriosos en este 2020:

UBALDO JOSÉ ELLES QUINTANA.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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