Martín Elías: ¿Crónica de una muerte anunciada?


Se fue Martín Elías. Su camioneta cambió de destino y él partió a la eternidad, a estar con Dios, a reencontrarse con su padre el Cacique de La Junta, que siempre adoró, admiró y mantuvo presente más allá de la muerte.

Muchas cosas vienen a mi mente en este momento confuso: la vida no dura nada, el afán nos la va quitando lentamente, algunas historias trágicas se repiten, la codificación inconsciente (llevar el nombre de su tío abuelo Martín Elías, fallecido en condiciones casi idénticas) y la programación neurolingüística (ser llamado “El gran”) se manifiestan en nuestra vida, a favor o en contra, y a veces no nos damos cuenta o no dimensionamos su poder.

Aún nuestra generación no se reponía a la prematura partida del ídolo de la Nueva Ola Kaleth Morales, el 24 de agosto de 2005, cuando sucede 12 años después, como un déjà vu, una calamidad con grandes coincidencias:

Martín Elías y Kaleth Morales, mueren en el mejor momento de sus prometedoras carreras:
• Nacieron en Valledupar
• Cumplían en Junio
• Tenían menos de 28 años
• Eran herederos de dinastías vallenatas
• Hijos de los grandes artistas Diomedes Díaz y Miguel Morales, respectivamente.
• Padres de dos hijos, niña y niño, de uniones diferentes.
• Mueren a causa de accidente automovilístico en carreteras de la Región Caribe.
• Fueron la única víctima mortal del accidente
• Jóvenes, empáticos, juiciosos, visionarios, soñadores, que se abrieron camino en el Vallenato y construyeron un nombre sin la sombra de sus padres.

Es de no creer que tengamos que despedir de esta forma a quien fuera uno de los hijos adorados de Diomedes, a quien Dios llamó primero y le evitó este profundo dolor en vida.

La partida de Martín Elías aumenta la nómina vallenata de la eternidad, que por su gran calidad podría volverse un metafórico Festival Celestial de la Leyenda Vallenata. Entre las estrellas que se nos adelantaron, recordamos a La Diosa del Vallenato Patricia Teherán (m. 1995), Jesús Manuel Estrada, vocalista de Los Diablitos (m. 2003), nuestro mencionado y recordado Kaleth Morales (m. 2005) quienes hallaron la muerte en la cúspide de sus carreras artísticas en carreteras colombianas.

No le pongamos carácter de superstición al asunto, no hay una maldición ni una razón sobrenatural para lo sucedido, quitémonos la venda para reconocer que no transitamos sobre autopistas que nos garanticen seguridad vial. Fuera de las imprudencias, que en algún momento todos cometemos, transitamos por unas vías que cobran por todo pero no nos ofrecen nada.

Los artistas de la música vallenata se deben a su público, a sus giras, a sus multitudinarios conciertos en los pueblos, el mercado pasó de la venta de los CD’s a la experiencia en vivo y por eso la carretera es su segundo hogar, parte de su trabajo es desplazarse, lo que ha significado que en el ejercicio de sus labores, nuestros ídolos han perdido la vida.

Ahora bien, aceptemos que por sus apretadas agendas, presentaciones en dos lugares diferentes en días consecutivos o incluso en una misma noche, los obliga a cumplir compromisos más allá de su límite de velocidad, de ahí que se estresen tanto, de ahí que se enfermen, de ahí que tengan consecuencias fatales como estas.

No es casualidad que mencionemos a cuatro queridos cantantes, léase, ¡cuatro! un número demasiado grande de víctimas mortales reconocidas por mal estado de las carreteras; es la evidente consecuencia de la corrupción, del desvío de los recursos, de los impuestos que todos pagamos, de los costosos peajes que seguro ellos mismos pagaron horas antes de morir y que no les sirvió nada, porque desde 1995 que murió Patricia hasta 2017 que se fue Martín, sólo paños de agua tibia han pasado por las vías intermunicipales, pocas acciones concretas.

¿Cuántos muertos más faltan para que regulen el estado de las carreteras? ¿Tiene que pasarle a otro famoso? ¿Sólo importa cuando le pasa a una estrella? ¿Por qué no es importante cuando le pasa a un anónimo? Cuenta el luto cuando es del Vallenato, cuando es nacional, no valen dos o tres muertos ni el pesar de una familia desconocida.

Hace 6 años, 5 meses y 5 días perdieron la vida 10 personas en un aparatoso accidente muy cerca de donde se perpetró la tragedia de Martín Elías: entre los municipios de Toluviejo y San Onofre (http://www.eluniversal.com.co/monteria-y-sincelejo/sucesos/nueve-muertos-y-dos-heridos-dejo-un-accidente-en-sucre) De aquella fatídica tarde del 11 de noviembre de 2010 no hay quien de explicaciones, los 9 pasajeros de la van y su conductor murieron instantáneamente al chocar contra un camión cisterna, luego de esquivar un bache. Ahí viajaba mi tío José Morales, y mientras sus seres queridos seguimos llorando su partida, la impunidad y el olvido se apoderaron del caso. ¿Tenía que volver a pasar?

Mi llamado es a no sembrar el pánico basados en supersticiones, a exigir que todos los colombianos tengamos mejores condiciones viales, porque pagamos por ellas, porque nos corresponden, para vivir y trabajar, para viajar seguros y llegar a nuestros destinos, porque pagando un IVA del 19% no es posible que un bache, que no ha sido curado por negligencia, nos desvíe el camino, literalmente.

También, invito a no juzgar ciegos de dolor, a no apoderarnos de las especulaciones y darlas por ciertas. Nadie quiso que esto sucediera, hay que aceptar la voluntad de Dios y esperar el testimonio de quienes viajaban con Martín Elías y que por fortuna sobrevivieron. Es pertinente conocer sus versiones y respetar su profundo dolor.

Con las pésimas condiciones de algunas rutas, perder la vida en carreteras es crónica de una muerte anunciada. Usar el cinturón puede hacer la diferencia y acordarnos que debemos bajarle la velocidad al afán con que llevamos la vida es el freno que nos puede salvar.

La música despierta los más puros y grandes sentimientos, es un lenguaje universal que une los corazones más allá de las latitudes, los idiomas y las creencias. No fui seguidora de Martín Elías pero ver que se apaga la luz de un joven soñador en circunstancias de las que nadie está exento me parece inexplicable y contradictorio. Recordémoslo sin reproches y con un terremoto de alegría. Adiós al Gran Martín Elías.

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