Lo cortés no quita lo Valiente, ni lo Pérez, ni lo Rodríguez, ni lo Piñeres, no quita nada pero edifica todo, porque el saludo es una expresión de amabilidad que se inventaron en los códigos culturales para procurar la armonía en comunidad.
Tan básico como una sonrisa, tan sencillo como levantar la mano, tan obvio como corresponder una mirada pero tan difícil de hacer en la práctica, ¿en qué momento la espontánea calidez de la infancia se pierde y nos hace parcos? Lo más absurdo es que a mayor nivel académico, y desde luego, posición laboral, menor actitud de saludo, y mayor abanico de excusas para justificarse. Paradójicamente no es falta de educación, como algunos le llaman.
El tema no es de apellido, porque los restos de Carreño se revuelcan cada vez que la humanidad pasa por alto su Manual de Urbanidad, la cosa es de interiorizar que la hostilidad del mundo se puede transformar con algo tan sencillo como saludar. Ojo, no soy Premio Nobel de Saludos, pero he descubierto que dando una sonrisa y los buenos días a mis vecinos hay una energía positiva, que fluye para quien lo da y quien lo recibe, así no lo conteste.
Estamos tan alejados de la cortesía que la confundimos con coquetería. Una sonrisa de mujer a hombre, de hombre a mujer desconocido (del mismo modo y en el sentido contrario) sólo puede significar modales de quien toma la iniciativa; y si nos vamos al plano digital, de las redes sociales puntualmente, un “follow” (seguir) o un “like” (me gusta) de un contacto nuevo o relativamente desconocido sólo es una manifestación cordial de aprobación o afinidad con el contenido publicado, el que quiere comunicar más usa palabras u otros canales más efectivos, lo demás son simples suposiciones, que confundimos con el popular “cambio de luces” pero que son cabos sueltos, sólo gestos amables y de ocio.
Saludar, de manera real o virtual, no debe ser un preámbulo para pedir favores, ni un artificio para la conquista, ojalá se nos convierta en la mejor de las costumbres para amar, respetar y agradar a los demás.
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