Diez febreros sin Rolando


En el ejercicio de nuestras labores se nos consume la capacidad de asombro y los sucesos se vuelven paisaje, hagamos el ejercicio y entremos a las redes: entre memes, titulares de periódicos, repost de noticias y encabezados menores encontraremos un promedio de 10 muertos diarios, dueños de un efímero protagonismo en nuestra atención, y, literalmente al movimiento de nuestro dedo índice, desaparecerá porque pasamos a la siguiente página.

El 23 de febrero de 2007 un sujeto aún no identificado, acabó con la vida del profesor universitario de origen cubano Rolando Pérez, a quién no conocí, pero me despertó póstumo interés cuando leí la estremecedora noticia a través del periódico Nuestro Diario (hoy conocido como Q’Hubo), ya que éste hubiera sido mi profesor el año siguiente, porque ya tenía definido que estudiaría Comunicación Social y Periodismo en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, donde él trabajaba. Me impactó el caso por la proximidad que sentía, despertó en mi solidaridad y tristeza, lamenté profundamente que el gremio perdiera un valioso miembro, que los estudiantes dejaran de recibir sus enseñanzas, incluso yo cuando fuera mi turno; que a un extranjero que había elegido nuestra tierra como su casa se le pagara de manera infame e injusta, quitándole su vida; pues cualquiera que hubiera sido la causa que tuvo su asesino para hacerlo, definitivamente es absurda.

En el aniversario número 10 de su partida analicé muchas cosas: Noticia es aquello en lo que se convierte quien pierde la vida de manera no natural (crimen, accidente, suicidio, o envuelto en situaciones confusas), aunque en vida podemos pasar desapercibidos y nunca serlo, pero infortunadamente ni con los ojos de la audiencia encima, ni matriculándonos en los titulares frecuentes logramos vencer la indiferencia y la impunidad en la que caen los desenlaces trágicos como éste.

Con el estigma de que “no hay muerto malo” nos etiquetan los escépticos cuando tomamos la palabra para recordar lo grandioso que fue quien ya no está. En estos casos no hay más remedio que atesorar los recuerdos para revivirlos más allá de la muerte y el único recurso disponible es expresar de cualquier modo nuestros sentimientos, hablando nos entendemos incluso desde la otra vida, porque las almas que queremos viven dentro de nuestro corazón, presentes aunque invisibles, acompañándonos y escuchándonos.

A Rolando, a quien hoy conozco un poquito por referencias de sus amigos, quienes tienen los mejores conceptos y anécdotas, le deseo paz, probablemente las letras lo revivirán cada febrero, los mensajes de aquellos que lo quisieron y de quienes como yo nos indignamos desde el anonimato. Espero que no se agoten los calendarios en la impunidad, que la justicia que gatea llegue con su paso sigiloso y cobre las cuentas de quien silenció su voz, del mismo modo, me encantaría que se le recuerde por lo que fue y que no afloremos sus condiciones ni su vida privada para darle más carácter de noticia a todo lo que se diga de él: para Rolando y para todos, morir es un suceso extraordinario, aunque sea el más común de la vida, un alto en el camino para reflexionar nuestro paso efímero. Un miembro más, o uno menos siempre hará falta en la mesa, el silencio no es resignación, la impunidad no es igual al olvido, y los grandes no mueren, sólo dejamos de verlos.

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