Cuento de navidad


Introducción

Hace muchos años, cuando yo era Subdirector de la Emisora Minuto de Dios 89.5 F.M. estéreo, en la ciudad de Cartagena, realizaba también los programas radiales "Abraza a Tu Hijo", "Atrévete" y "Temas de pareja con Pareja". Fueron buenos tiempos de mucha bendición y Fe y los recuerdo con especial nostalgia, alegría y amor. Para entonces yo recibía muchas opiniones, comentarios y recomendaciones de los oyentes que me retroalimentaban a través de mi email, ya que en esa época no había WhatsApp y, Facebook no tenía la fuerza que tiene hoy; Instagram, Twitter y las demás redes sociales o no habían nacido o estaban aún en pañales. 

Una de esas navidades recibí un correo que me gustó mucho, porque a mí me gustan muchos los cuentos, las parábolas, las historias y ésta era una gran historia que por su sencillez me pareció digna de ser compartida. Pues bien, hoy a través de este blog quiero mostrarles el cuento que me enviaron, e invito a los esposos a leerlo juntos, a los padres les pido que se lo lean a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

De corazón le pido a Dios que les conceda a todos paz en el corazón y una ¡Feliz Navidad!

El cuento es este

"Érase un hombre que no creía en Dios. No tenía reparos en decir lo que pensaba de la religión y las festividades religiosas, como la Navidad. Su mujer, en cambio, era creyente a pesar de los comentarios desdeñosos de su marido.

Una nochebuena en que estaba nevando, la esposa se disponía a llevar a los hijos al oficio navideño de la parroquia de la localidad agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero él se negó.

¡Qué tonterías! - arguyó - ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la Tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!

Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en casa.

Un rato después, los vientos empezaron a soplar con mayor intensidad y se desató una ventisca. Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre veía era una cegadora tormenta de nieve. Y decidió relajarse sentado ante la chimenea.

Al cabo de un rato, oyó un golpazo; algo había golpeado la ventana. Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero no logró ver a más de unos pocos metros de distancia. Cuando empezó amainar la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la ventana. En un campo cercano descubrió una bandada de gansos salvajes. Por lo visto iban camino al sur para pasar allí el invierno, y se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella finca sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo.

Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.

Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par. Luego, observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que el establo estaba abierto y entraran. Los gansos, no obstante, se limitaron a revolotear dando vueltas. No parecía que se hubiesen dado cuenta siquiera de la existencia del granero y de lo que podría significar en sus circunstancias. El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero sólo consiguió asustarlas y que se alejaran más.

Entró en su casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron.

El hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas las direcciones menos hacia el granero. Por mucho que lo intentara, no conseguiría que entraran al granero, donde estarían abrigados y seguros.

¿Por qué no me seguirán?- exclamó -¿es que no se dan cuenta de que ese es el único sitio donde podrán sobrevivir de la nevisca?

Reflexionando unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.

Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos - dijo pensando en voz alta.

Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó.

Su ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.

El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban en la cabeza: Si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos!

Reflexionó luego en lo que le había dicho a su mujer aquel día: ¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Qué ridiculez!

De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Diríase que nosotros éramos como aquellos gansos: estábamos ciegos, perdidos y a punto de perecer. Dios se volvió como nosotros a fin de indicarnos el camino, y por consiguiente, salvarnos. El agricultor llegó a la conclusión de que ese había sido ni más ni menos el objeto de la Navidad.

Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora nevasca, su alma quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea. De pronto comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Jesús a la Tierra. Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad.

Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria: "¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!"

 

 


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