Los acetatos o discos de vinilo han marcado una época.

El adiós a los discos de acetato


El último disco de acetato que alcance a comprar fue uno del ‘gallo salsero’ Tito Rojas con el tema “Nadie es eterno en el mundo” en la navidad de 1997. Pero a la compra le salió un inconveniente, no se conseguía por ningún lado la aguja del desueto tocadiscos!, dado que el viejo aparato requería una de características especiales, la cual busqué y rebusqué infructuosamente, recorriendo rancios almacenes en históricos pasajes comerciales de la ciudad, san andresitos y hasta hurgando entre las cosas de técnicos electrónicos de barrio.

Nunca hallé la referencia que necesitaba el antiguo y análogo equipo de sonido de grandes botones. Así que me tuve que conformar con escuchar los éxitos del momento del gallo salsero, sentado a la barra frente a la ya modernizada sala de sonido de Fidel Loteau en el Portal de los Dulces. También Fidel había abandonado a los famosos “plásticos negros giratorios” y entronizaba una modernidad trepidante que hoy incluye los amplios televisores de la era digital y equipos que leen un sinnúmero de discos compactos. La era digital había llegado para quedarse, dándole un impreciso adiós al acetato.

Quién no recuerda aquella época pueril, de lo que aún tengo grabados los logotipos de las marcas de entonces, Polydor, Philips, y la marca del perrito con el fonógrafo de la RCA, y también las palmeritas amarillas sobre el verde del sello “El costeño” del que escuché de niño temas vallenatos. Los veía girar casi eternamente en el equipo de la casa de la abuela con la música romántica que le gustaba a las tías, primas y hermanas: Julio Iglesias, José José, Juan Bau, Los Pasteles Verdes, los Ángeles Negros, y a comienzos de los ochenta el convencional disco negro vino en surtidos colores transparentes con vetas. En ellos se prensaba a cantantes del corte de Rod Stewart y su música americana. De esa época de acetatos de 33 revoluciones por minuto y algo de los pequeños en 45, recuerdo haber escuchado a dos baladistas: Rabito y Gloria Gaynor.

Pero la pasión se acentuó cuando el pretendiente de una tía, con nombre de sabio griego, Euclides, aparecía procedente de Barranquilla en casa de la abuela cargado con lo mejor de la música salsa: Chocolate Armenteros, Joe Quijano, y el blanco con voz de negro Henry Fiol, de tal manera que estos empezaron a gustarme, y decidí integrarlos a mi léxico musical de una vez y para siempre. Esos días que uno lleva grabados de momentos lúdicos, en la que el tiempo parece no correr, los pasaba al pie de un nuevo gran equipo de sonido que ya aceptado en amores, el nuevo tío político se trajo para Cartagena, junto con una caja alargada cargada de acetatos. Entonces, los acetatos giratorios y sus aplanados empaques de cartón, con coloridas fotografías de los artistas, llenaron de manera indeleble los recuerdos. Una época que no volverá, por que está engarzada en instantes distintos a los de esta tecnología frenética y sofisticada de hoy. No supimos cuando pero se han ido y a veces ruedan en el borde de las aceras como objetos extraños de otro tiempo.


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