El mototaxismo en Cartagena nació en los barrios cercanos a las zonas rurales de Bolívar

Mototaxismo, el enano crecido


Un jueves santo de 1992 el entonces estudiante de Periodismo, Miller García Ortega, llegó al municipio de Lorica (Córdoba), con la intención de embarcarse hacia el corregimiento de San Nicolás de Bari, del cual nunca había escuchado hablar en ninguna parte.

Diez minutos después de haberse bajado del thermo king que lo llevó a Lorica, cayó en la cuenta de que no sabía dónde se tomaban los buses que viajaban hacia San Nicolás de Bari. Pero un anciano, que estaba sentado en una de las reatas de la terminal de transportes, le señaló con el brazo derecho hacia la acera de la misma calle por donde había entrado el expreso que trajo al estudiante.

“Ese muchacho que está allá te lleva por doscientos pesos”, le informó el lugareño, refiriéndose a un joven flaco, de rasgos indígenas, vestido con pantaloneta, suéter y un par de abarcas mohosas.

“¿Y en qué me va a llevar?”, preguntó García Ortega al no ver ningún bus, taxi o campero estacionado cerca del joven de las abarcas.

“En moto”, le informó nuevamente el anciano. De ahí en adelante el viaje comenzó con el asombro divertido del estudiante, pues nunca antes había tenido conocimiento de que a alguien se le ocurriera ganarse la vida transportando personas en moto; y mucho menos de la manera desfachatada como se presentó el conductor, quien no le ofreció casco ni tuvo reparos en hacer volar el vehículo durante el trayecto.

Una vez plantado en las calles de San Nicolás de Bari se enteró de que no era ese muchacho únicamente el que se rebuscaba las monedas transportando gente, sino también varios del pueblo; y una cantidad bastante visible en Lorica, que se dedicaba a ofrecer transporte hacia los diferentes corregimientos y veredas.

El relato de García Ortega coincide con el de Gustavo Martínez Alvis, el vicepresidente del Sindicato Unitario Nacional de Trabajadores de Mototaxi y Transportes Afines (Siuntramotaxta), quien afirma que en la capital del departamento de Bolívar, el mototaxismo nació a la entrada del barrio Villa Estrella, una de las comunidades de las afueras de la ciudad y a orillas de la carretera de La Cordialidad.

Asimismo teoriza que el fenómeno --al menos en Cartagena-- no nació como un negocio de transporte público sino como uno de los apéndices del surgimiento de barrios informales en los terrenos baldíos, que hacen frontera con las primeras zonas rurales del departamento.

Corría el año 1997. Martínez Alvis dice recordar que Villa Estrella y El Pozón, aunque ya se habían nombrado como barrios, aún no estaban poblados totalmente. Más allá de La Cordialidad se extendían muchos terrenos y cuerpos de agua, que después se convertirían en calles e hileras de viviendas, donde algunas familias ya iban levantando cambuches y casas armadas con estibas y plásticos industriales.

Los únicos buses que llegaban hasta esos lares no sobrepasaban los límites de La Cordialidad, de modo que los pasajeros debían caminar largos minutos para poder alcanzar el sitio donde venían levantando sus casuchas. Lo común era que llegaran agotados por el peso de las cargas que traían de sus labores en el mercado de Bazurto.

El sindicalista asegura tener fresco en su memoria el recuerdo de un vecino de Villa Estrella, de unos 70 años de edad, a quien todos conocían como el señor Francisco, quien semanalmente viajaba hacia el departamento de Córdoba y regresaba conduciendo un camión pequeño, que debía dejar estacionado a orillas de La Cordialidad, pues el mal estado de las vías hubiera varado el automotor, que estaba cargado con sacos llenos de productos de pancoger.

El señor Francisco animaba a algunos de los propietarios de motos, quienes vivían en la entrada del barrio, para que le llevaran los sacos hasta la residencia donde tenía su negocio y después les pagaba una tarifa generosa. Unas semanas más adelante les comunicó a varios de esos propietarios que en los pueblos de Córdoba había muchachos que se ganaban la vida transportando cargas y pasajeros en motos o en motocarros, actividad que también podía implementarse en Villa Estrella.

En ese momento la única vía que no estaba tan inhóspita era la de Villa Estrella, porque había sido tapizada con zahorra compactada, pero al interior ninguna carretera comunicaba con El Pozón. Solo había trochas que conducían hacia los sectores Isla del León, el 20 de Enero y El Guarapero, entre otros.

Martínez Alvis, y otros siete vecinos más propietarios de motos, no echaron en saco roto los comentarios del señor Francisco y comenzaron transportando gente hacia las entrañas de Villa Estrella y El Pozón. El trabajo se ejercía 24 horas, tomando en cuenta que no había restricciones ni existía la revisión tecnomécanica, además de que la mayoría de las motos carecía del Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito (SOAT) y de tarjeta de propiedad.

Tal como en San Nicolás de Bari, los primeros transportadores en motos se vestían de cualquier manera para asumir el oficio, que aún no se llamaba “mototaxismo”, pero solo cobraban $500 hacia los sectores cercanos, precio que podía subir hasta $800 cuando había que cruzar las trochas que comunicaban a Villa Estrella con El Pozón; o mil pesos, si el pasajero residía en San José de los Campanos, en los predios de la carretera Troncal de Occidente, para lo cual los transportadores cruzaban La Cordialidad y tomaban las trochas de La Carolina y Huellas de Alberto Uribe.

Las primeras manifestaciones de motos entre Villa Estrella y El Pozón tuvieron lugar en septiembre de 1998, número que aumentó a veinte, aproximadamente, cuando llegó noviembre.

“Ese mismo año, en noviembre, cayó un tremendo aguacero que inundó a El Pozón, pero más que todo en los terrenos de la parte de atrás, donde había varias casa-fincas, a cuyos dueños se les ahogaron los chonchos, las gallinas, los perros y fueron saliendo de ese sitio. La otra gente, al ver que todo eso lo iban abandonando, empezó a mudarse para allá atrás; y todas las cosas las transportaban en moto. Es decir, el resto de El Pozón se creó a punta de moto”.

Al año siguiente, algunas familias de los terrenos malogrados de El Pozón se mudaron para la entrada del barrio San José de los Campanos, donde los conductores de motos se movían con más propiedad, debido a que las vías (principalmente la carrera cien) eran más anchas y transitables.

“Cuando vinimos a ver, ya Los Campanos tenía más motos que El Pozón y Villa Estrella, pero nosotros seguíamos trabajando de Villa Estrella hacia adentro. Nunca salíamos hacia La Cordialidad. Eso lo hicimos en el 99 cuando me contrató Coomulcosta, una empresa distribuidora de productos farmacéuticos, que tuvo su primera sede en el barrio María Auxiliadora. Haciendo ese trabajo me di cuenta de que algunos conductores de motos sacaban el Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito (SOAT) y salían de El Pozón, Villa Estrella y Los Campanos hacia el mercado de Bazurto”.

En ese momento las motos cobraban entre mil, mil 500 y dos mil pesos, según la distancia.

“A finales de 2002 me compré una moto Splendor Kawasaki modelo 2003. El día que la estaba comprando, la dependiente del almacén me dijo que, así como la mía, había matriculadas en Cartagena 1.600 motos. Ahí visualicé que ese negocio se expandiría irremediablemente. Y así fue: ahora mismo hay, aproximadamente, 62 mil motos rodando por Cartagena, ya que algunos mototaxistas de Turbaco, Pasacaballos, Santa Rosa y Turbana, entre otros pueblos, se pasan el día acá y se van en la noche”.

Desde entonces, el Gobierno Distrital ha puesto impuesto los días de pico y placa y los viernes sin moto, para descongestionar las vías, a la vez que se les exige a los conductores de motos el uso del chaleco, con el número visible de la placa de vehículos, además de los cascos.

En cada barrio, en los centros comerciales, en la terminal de transporte terrestre e incluso en el Centro Histórico, se ven las “estaciones” de mototaxis, que ocupan ilegalmente el espacio público, pero también son una especie de vigilancia informal en sus sectores, sobre todo donde la seguridad es crítica.

“Las ‘estaciones’ se crearon por dos cosas: primero, para darle confianza al vecino respecto a que los mototaxistas que las integran viven en el barrio o son muy conocidos. Y segundo, para evitar el desorden en los despachos. Ellos siempre tienen un tablero o un cuaderno donde van anotando los turnos de salida, para que nadie acapare las carreras. Sin embargo, no dejan de haber los desacuerdos, las peleas a gritos y hasta los puños, porque nunca falta el vivo que quiere hacer más carreras que el resto. Hay pocas estaciones que están tan bien organizadas que tienen su Cámara de Comercio, su Registro Único Nacional de Tránsito (RUNT) y un manual interno de convivencia que cada conductor debe firmar y autenticar. Quien no se someta a ese manual, lo expulsan del grupo”.

No obstante, algunos mototaxistas han manchado el nombre del gremio perpetrando atracos, ultrajando mujeres y prestándose para el tráfico de estupefacientes y hasta para el homicidio con armas de fuego. Aún así, y en un 80%, podría decirse que las mototaxis se han vuelto imprescindibles en el paisaje citadino, no solo por el transporte que venden sino también porque informan sobre los más mínimos aconteceres el barrio. Son (junto con los peluqueros, los tenderos y los taxistas) los nuevos chismosos urbanos.

Durante el gobierno del entonces alcalde de Cartagena, Manolo Duque Vásquez, se prohibió la moto con parrillero en barrios como Bocagrande, Manga, Crespo, Pie de la Popa y Pie del Cerro. Posteriormente, barrios de los extramuros, como Alto Bosque y El Recreo también pidieron que se les favoreciera con esa prohibición, debido a los numerosos atracos y sicariatos que eran el pan diario de esas zonas.

Igualmente, los mototaxistas se convierten en una fuerza temible cuando de organizar protestas se trata, pues son capaces de bloquear con sus vehículos las principales arterias de la ciudad, como lo hicieron unas tres veces en contra de las medidas distritales en los comienzos del fenómeno.

Los barrios que más tienen motos son los subnormales: 20 de Julio (Campestre), Villa Estrella, San José de los Campanos, Nelson Mandela, El Nazareno, Albornoz, Flor del Campo, Bicentenario y todas las vías transversales de la avenida Pedro Romero. En esas zonas hay mototaxistas quienes, los días de pico y placa, trabajan dentro del barrio. Pocos de ellos guardan las motos. Pero hay otros que no comen de pico y placa ni de nada y hacen carreras para todas partes”.

Según Martínez Galvis, el mototaxismo ya se expandió por todo el país, tal como él lo había visualizado cuando Cartagena apenas tenía un poco más de mil motos matriculadas.

Lo que pasa es que no en todas las ciudades funciona como en Cartagena. En otras partes, el usuario pide el servicio por teléfono. Los gobiernos hacen lo posible por acabar con el mototaxismo, pero no creo que puedan lograrlo, por varias cosas: primero, se convirtió en una fuente de ingresos; segundo, tendrían que modificar las matriculas y prohibir el parrillero; y tercero, si prohíben el parrillero estarían violando el derecho de movilidad, ya que en todo el planeta las motos son para dos personas”.

Pese a todo, y paradójicamente, en el Caribe colombiano quienes más cumplen las exigencias de casco y chaleco son los mototaxistas de Cartagena. Valledupar, Montería, Sincelejo, Quibdó y otras ciudades de Colombia no tienen mototaxistas tan rigurosos como los de la capital de Bolívar.

El mototaxista en Cartagena tiene fama de atrevido e irresponsable en la vía: pocas veces obedece los semáforos, circula por los andenes, maneja en contravía y ejecuta maniobras peligrosas en las vías de tráfico pesado, donde se han conocido varias muertes horrendas, lo que, al parecer, no ha sido suficiente escarmiento para que mejoren su movilidad.

Pero también tienen fama de solidarios entre sí, pues si un mototaxista es arrollado por un vehículo no solo se unen para llevarlo a un centro médico; también retienen al que lo atropelló, o lo persiguen hasta atraparlo, aunque el herido no tenga la razón.

En 2020, en cuanto se decretó la pandemia, las vías se veían huérfanas de mototaxistas, pero no tanto por la obediencia de ellos, sino porque los ciudadanos temían contagiarse con los cascos. Sin embargo, pasados unos meses se veían las motos con sus pasajeros, pero sin la protección para la cabeza y trabajando hasta las 4 de la tarde.

Al mismo tiempo, muchos de ellos incursionaron en la moda de los domicilios, prestándose para transportar encomiendas, comidas y medicinas de un lado a otro, como también haciendo diligencias bancarias y pagos de servicios públicos, según fuera la confianza entre el mototaxista y su vecino.

Desde las 4:30 de la madrugada los mototaxistas van apareciendo en las esquinas, cuyas “estaciones” crecen a medida que avanza el día, pero siendo las 9 de la noche comienzan a escasear, como cuando es domingo o día festivo.

“Una de las principales causas del crecimiento del mototaxismo en Cartagena fue el descontento de los usuarios con el transporte urbano. Muchos se pusieron a calcular que una buseta cobraba dos mil pesos y se demoraba demasiado cruzando de un destino a otro; y a veces había que tomar hasta dos busetas, cuando el mototaxista solo cobraba mil por llevar al pasajero a donde necesitara. Claro está, esa tarifa fue subiendo a medida que se fortalecía el fenómeno, pero aunque una carrera cueste cinco mil pesos, de todas maneras es más barata que una buseta y un taxi, si tomamos en cuenta el ahorro de tiempo”, puntualiza Gustavo Martínez.

Con todo y eso los transportadores formales nunca han dejado de mencionar el detrimento económico que a su negocio reporta el mototaxismo; y muy recientemente la entrada en marcha de Transcaribe y las restricciones de la emergencia sanitaria.

Rafael Luna Pomares, un mototaxista veterano del barrio Chile, recuerda que en los comienzos del mototaxismo hubo personas que abandonaron negocios que tenían en establecimientos fijos, para prestar una moto y dedicarse al transporte informal.

“En el barrio Nuevo Bosque –relata-- conocí a un tipo que tenía una venta de jugos de frutas, en la que le iba más o menos bien. Pero apenas se enteró de las ganancias que recibían los pocos mototaxistas que había en la ciudad, puso a un sobrino a atender la venta, prestó una moto y se dedicó a mototaxear hasta que tuvo para comprarse una; después compró otra y puso a trabajar a dos muchachos, mientras él atendía los jugos”.

En ese tiempo se rumoraba que había políticos y reconocidos empresarios de la ciudad, quienes eran propietarios de hasta veinte motos con las que daban trabajo a conductores, quienes debían pagarles diariamente entre 15 y 20 mil pesos.

“Pero ahora está duro el negocio –dice Pedro Caro, un mototaxista del barrio Los Calamares--, porque hay demasiadas motos. El que trabaje con moto ajena debe entregarle al dueño diariamente entre 20 mil pesos, si no hay pico y placa; y 15 mi, si hay pico y placa. Pero esas cifras varían de acuerdo con lo que pacten. Eso es aquí en Cartagena, pero en los pueblos la tarifa es de 10 mil pesos, porque las distancias son más cortas y la moto se desgasta menos. De todas formas, al mototaxista le vienen quedando diario entre 30 y 40 mil pesos, si trabaja con juicio. Si la moto es de su propiedad, le vienen quedando entre 50 y 70 mil pesos, fuera de los 10 mil de la gasolina”.

La mayoría de los mototaxistas aspiran a algún día poder comprar su propia moto, aunque saben que el negocio tiene algunos factores en contra, como el clima, el pico y placa, el viernes sin moto y el acoso de los policías.

“Otra cosa son los horarios”, dice Juan Pérez Amador, un mototaxista del barrio La Campiña, quien explica que los mejores períodos de ganancias son de 5 de la mañana a 12 del día; y de 4 de la tarde a 9 de la noche.

“Las demás son horas muertas, a menos que uno tenga un cliente fijo que haga diligencias en esos tiempos”, afirma Pérez Martínez, quien cree que, pese a todo, el mototaxismo ha creado una actividad comercial alterna, de las cuales la principal es la venta de cascos; después vienen las de mangas para el sol, los waipers para limpiar y secar la moto y las moto lavanderías.

Por la acción repetitiva de su actividad, podría decirse que el mototaxista también se expone a enfermedades ocupacionales como la inflamación de hemorroides, la inflamación de vejiga, la inflamación de colon, afecciones cutáneas por la acción del sol y las afecciones respiratorias.

Hasta el momento, el universo del mototaxismo ha creado un metalenguaje o grupo de palabras que se podrían señalar como “motonemas” o “motoléxico”, de las cuales algunas son:

Mototaxear: dedicarse al mototaxismo.

Morrana de hierro: ser excesivamente incansable en el trabajo con la moto. Este motonema hace alusión a las hemorroides.

Morraneo: trabajar intensamente en la moto.

Turno: momento que debe esperar cada mototaxista en su estación, para que no haya desorden.

Rayar: volarse el turno del compañero.

Tirar pencazos: andar lentamente y pitando para cazar pasajeros.

Revoletear: trabajar de un lado a otro, pero sin ubicarse en ninguna estación.

Roletear: sinónimo de revoletear.


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