El “yo”, en melcocha, y derretido


Es una vieja historia. La memoria guarda dentro de sí volúmenes, formas, sonidos, olores, sabores, colores para luego representarse en sueños, recuerdos, predicciones o nutrir distraídamente un arrebato, una pasión, como cuando nos lleva al furor de poseer y engullir una comida. Al médico radiólogo, Arnold Puello (hijo), le despertaron, en una Navidad, las ganas de endulzar la felicidad de las fiestas de fin de año con una torta de azúcar, que no se pareciera al tradicional pudin* negro, pero que tuviera algo de frutos secos, y entonces pensó en los bellos ojos verdes de su repostera favorita, una de esas personas tan dulces como la miel, que te tocan con la mirada, que fantasean, como un antojado genio de botella, lanzarse a tu corazón para conceder deseos.
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Inflamada la gula en sus papilas (enfermo por sus brownies) pidió el encargo “masticandose” la blandura de la masa, mojadita en proporción, equilibrada en naturalidad y sencillez, como las demás tortas de la encantadora Vivian Chalela. La relajada y siempre alegré, pasiva, virtuosa esposa del rey de la T.V. local, no tiene ninguna última página, ninguna detención definitiva (contagios, quizá, de los quehaceres de la pantalla chica de su Nabil) en la tarea creativa de cocinar platos dulces. La encomienda le empalagó el orgullo y bañó de melcocha su alma y, en el ataque de exaltación - furor artístico y rapidez-, acomodando alianzas, derritió su “yo” en el propósito con la Carrot Cake (torta de zanahoria), un conjunto de proporciones (revueltos de antojos) y de relaciones (amorosas anécdotas de tradición de cocina árabe), horneado con sentimiento, que hoy –sospecho- supera todas las preparaciones de otras chefs caseras de Cartagena.
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Esta Carrot Cake es hecha de –justo- lo suficiente: un saco de nostalgia* por los Estados Unidos (anterior lugar de residencia), sabores sutiles que se van desarrollando más que los que producen impacto fuerte o inmediato, elaboración y nutrición (características fundamentales del equilibrio perfecto en la gastronomía), combinaciones y menjurjes de recetas del Líbano (origen sanguíneo), imaginación de fantasías de azúcar, y otras “cositas propias” para apreciar mejor la densa textura, la bondad de la mezcla.
Por otro lado, abandonada a su divina creación, se dedicó con exclusiva atención a escoger los frutos, las dosis, y cocinó como si nada la atara a este mundo. Recogió cuanto le enviaron las estrellas y, sin reservas, habitó plenamente su riquísimo destino de preparar recetas por encargos y caprichos. En ello no hace ningún esfuerzo. Los sabores (especialmente de chocolate) siempre asaltan su espíritu, e indeterminadas visiones del acabado, del aspecto de los postres, que sólo ella conoce, hacen mover sus manos de artista. Conociendo la experiencia, les digo que el “yo fuera de sí” de nuestra repostera se ve en la apariencia o presentación de sus tortas. La felicidad, la luz, el ánimo, la luna, el afortunado que se comerá su encargo o regalo, le sugieren cómo conseguir la cubierta final, aunque tenga que salirse un poco del presupuesto. Pero el cliente sabe que no tendrá que pagar estos dones con altos precios, salvo algún pedido con frenesí más privilegiado, salido del molde comercial de “Deleite por Vivian Chalela”. Todo cuanto encuentres en este pedido será su “yo” derretido, como la vela que arde con desmesurado fuego.

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*(Pudín decimos los costeños a la tarta, torta o pastel)
*(Dicen que todas las grandes obras de arte son melancólicas)
Vivian tiene una inmensa ventaja sobre cualquier cocinera o repostera: la conexión directa con los secretos de cocina de la tía Doris Chalela (¿recuerdan el restaurante?). Su hija, la prima Tania González, también se los conoce de memoria. En un tiempo estuvieron juntas, entregadas del todo, involucradas personalmente en la preparación de las recetas sin ninguna confusión, pero les falto constancia o transformación... cocinar es como la vida, voluble y caprichosa, se trabaja con las fuerzas primarias del universo, el fuego, el calor, el agua...hay algo mágico en ello, casi oculto, no lo puedes mirar con ojos corrientes.

Iván, ¡aaah Ivo!, su hermano (enamoró a más de una amiga de mi hermana entre los 20 y los 30 años, y fue ¿o aún lo es? el amor platónico de tantas), está queriendo imprimir un libro de cocina árabe. Le pedimos con urgencia se entregue del todo, y dirija exclusiva atención a la tarea que tiene entre manos. Ha llegado el momento de multiplicar el acceso a todas las recetas de esta prodigiosa gastronomía.

Como miro con la lengua, converso con la mano y oigo por la nariz, sin detenerme, de la misma manera que el águila se arroja sobre su presa, me arrojé yo sobre el primer trozo de la Carrot Cake de degustación, y empecé a morder, en la cantidad que juzgué me llenaría la tripa, pero ni siquiera repetirla caliente al desayuno con un cappuccino deslactosado, fría con una gaseosa light entre comidas, y de nuevo tibia para el dessert, me ha sacado de tantos pensamientos, de tanto antojo, entorno al bien, entorno al mal, por tener un gramo más en mi barriga. Tendré que quemarme las alas para no volar todos los días a comprarla.

ACLARACIÓN...Por un mal entendido en el anterior post (léase El cuerpo se los pide, hermanas de corazón), confirmo que Alfredo Chamat y Jorge Gossaín sí se pelean por ser los mejores amigos de Clarita Torres y la Nena Paz, sin embargo, patinan en la incapacidad porque bien custodiado, por miles de cortinas de adoración, se encuentra primero Alberto Fayad (mi Alberto, también de otros muchos). Él es quién mora infinitamente en sus corazones, quien está más cerca, dentro de la vena de sus cuellos.


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