El cuerpo se los pide, hermanas de corazón


Después de haber recorrido la mitad de su destino, no hay ningún impedimento, ninguna fuerza terrenal que pueda obstaculizar su relación. Solo conociéndolas se llega a entender cómo la intensidad del amor que se profesan las atrae y las impulsa. Van más allá de la apariencia de la palabra amistad, veo en una la otra y la otra en una, dos miradas en una sola, hasta un punto que sientes estremecimiento de lo invulnerable de la relación y, precisamente aquí, la conexión se convierte en mi post. Parece que se dieran cuenta de ese amor sin darse cuenta -parece que para mi cuenta más- porque para ellas está envuelto en su naturaleza o nace de la inconsciencia.
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Clarita y la Nena son admirablemente hábiles para revelar y esconder, sin embargo se desenvuelven con encantadora y suave naturalidad. Aunque ya no trabajan en entidades bancarias (lo hicieron por casi dos decenas de años), aún empiezan los compromisos muy temprano. Sin que se me notara el enorme sacrificio (tengo hábitos relajados), a regañadientes, nos encontramos a las 8:00 en punto de la mañana. No escudriñamos en sombras, desventuras o desastres significativos, pero desataron el corazón y dejaron correr la inteligencia, porque es definitivamente en la inteligencia donde tienen su raíz más común.
Celebran apasionadamente la espontaneidad y soltura con que se mueven juntas. Su potencialidad y posibilidades son infinitas. Se mantienen la palabra sin cuestionar qué es la confianza o si son sinceras, sin dudas de su lealtad. A medida que van hablando, cada vez más, parecen una. Divertidas entrelazan las respuestas, las vuelcan, las estrechan, las concentran como en un embudo, y el asunto se convierte en uno solo. Sin que lo hayan buscado, hay una intensa complacencia en saberse exactamente lo más mínimo de las dos: si duermen, qué comen, las molestias, el color del mantel, el menú de tal comida, los ánimos de los maridos, los cambios de humor, las aventuras de los hijos, los compromisos sociales y los asuntos de familia, dentro del todo que se cuentan.
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No tienen nada más que hurgar en la memoria de la una para traer los recuerdos de la otra. Coinciden al revivir la primera experiencia inmortal. Como nunca antes, vestidas de princesitas, a los cinco años, se desmadraron literalmente a "otro nivel". En la fiesta de matrimonio de Tina, hermana de Clarita, corrieron y cuchichearon sin pausa debajo de las mesas. Entre manteles, se la gozaron como libertinas. Así, igual, tienen atardeceres en la bahía, zambullidlas en el mar desde los primeros espolones en las playas de Castillogrande, ventas de limonada y jugos de fruta a los conductores de la terminal de buses en el parque del Club Naval, cocinadas de sancocho, baños de lluvia bajo los chorros de las terrazas, reinados de belleza, juegos de naipe, etc. Nunca realizaron “actos extraños”, infracciones a la ley. Carecieron del instinto que impulsa a violar o quebrantar todo cuanto su mundo tenía establecido. En energía (infatigables) sí se sobrepasaron, estallaron, se fundieron, tanto que quedaron convertidas en dobles -la una de la otra-, una repetición de identidad y comunión para respetarse y respetar las normas.
Clarita ha irradiado con la misma intensidad del sol la vida de María Teresa (la Nena). Le ha abierto muchas de las puertas de sus alegrías. Como chispitas divinas se ha difundido por todas las cosas de ella -amor, trabajo, familia, salud y diversión- y es, además, de una amabilidad majestuosa, que la extiende, por igual, a otros corazones amigos. Tiene un don que encanta. Es una voz celestial que acompaña constantemente (le correspondió la perfección y el poder, aunque por algunos meses no es la mayor). Su influencia es benigna, afectuosa y amorosa. Pero no es la Nena una criatura, frágil, delicada o indefensa. Es una grande, fuerte y bellísima amiga que se quedó con muchas más pasiones y menos prudencia cuando se trata de expandir límites (tiene más arrebatos). Se excita más con el calor y la alegría de las fiestas, siempre torna divertido el espacio donde se encuentra, conoce más las delicias del vino y cree más (inocente) en la bondad de los comportamientos.
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No hace mucho María Teresa pasó por alternancias de angustias y alivio. La sorpresa, el dolor, la consternación, la desolación fueron inmensos. Quebrantos de salud, no tan alarmantes, exigieron una rápida intervención quirúrgica, que a su vez permitió a los médicos identificar otra mal mayor y, milagrosamente, la sacaron de una catástrofe. Se informó toda la comunidad, hubo mensajeros que comentaron la noticia. Todo el mundo se preguntaba por qué debía pasar esta dura y terrible prueba.
Después de la operación, acurrucada, apartada de su lejano mar, solo le quedaba el silencio y una habitación apagada para que su ojo operado no pudiera ver y curara rápidamente. Concentrada en si misma, abolida de toda situación externa, se hundía en un consolador terrible de indiferencia hasta que se hacia noche. Atreviéndome a hacer conjeturas, pienso que llegó a deambular por sombras hipnóticas. Ahogada en un “fuera de la realidad” (mirando solo el pensamiento), encantada, confusa, en la inmovilidad de la convalecencia, sí se echó para atrás, pero no la sobrecogió nunca la inquietud de la muerte, sus sensaciones no eran tan complicadas porque lo peor ya había pasado, estaba viva, estremeciéndose. Y de allí, del limitado espacio oscuro y frío improvisado para aliviarse -por supuesto- la arrancó Clarita, la devolvió al chispeante presente. Con unos oportunos soles deambularon calles en Bogotá y, apenas se autorizó, la trajo de vuelta a casa.
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Como por una especie de discreción no me reprodujeron los detalles de sus historias de amor. A medida que hablábamos, insistí muchísimo en develar una anécdota de rosas rojas, velos blancos, delirios, perfume erótico, atracciones o químicas (soberanas de todas las magias), hasta que, por fin, conseguí la declaración fulgurante: por las vueltas que da la vida, una no se quedó con el esposo de la otra. Victor Piñeros primero estuvo interesado en Clarita, pero de la cita de una noche nada salió (a ella le pareció muy mayor y serio). Después de varios meses el galán invitó a María Teresa, entonces la historia la estampilla Victor, en la ceremonia de su boda, cuando entrega a Miguel Stambulie la liga para augurarle un pronto matrimonio con Clarita.
Habiendo dejado atrás las tribulaciones financieras ajenas, tempestades de préstamos y sobregiros a clientes (clientes que muchas veces igual compartieron), han llegado a la serenidad.
Nada recuerda a las esclavas horas del banco. Hoy su entusiasmo, su adoración, sus impulsos son tratar de alumbrar con los corazones, todavía muy jóvenes, de amor a sus esposos e hijos, disfrutar la familia, berrochar entre amigos y viajar... Dulcísimas, misericordiosas, nunca romperán los lazos que las unen, se ayudarán para que nada se les interponga y, con tiempo, se salvarán para llegar a la meta. Los últimos capítulos podrían ser, satisfechas, de nuevo jugando cartas y celebrando la blandura de los maridos frente a su amistad. En este tiempo, las amigas dobles (de la una y de la otra) habrán aprendido a no negar derechos a María Teresa para organizar todas las cosas de la tierra, sus pensamientos y hasta sus estrellas. Sin solución alguna, ella siempre tan empeñada y con esperanzas -unas veces paciente, otras algo impetuosa- se saborea que el sentido del mundo gire a su manera.
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Sus padres estudiaron Ingeniería Civil en la Universidad Nacional, los juegos de cartas de las mamás eran idénticos, son las menores de 6 hermanos (igual 4 mujeres y 2 hombres), vivieron en la 5A con calle 13 de Castillogrande, una frente a la otra, recibieron la Primera Comunión con el mismo vestido, no tuvieron novios en la adolescencia, estudiaron y se graduaron en el colegio Eucarístico, las dos han sufrido por exceso de peso, cursaron todos los niveles de inglés en el Colombo Americano en Bocagrande, participaron juntas de las Jornadas Cristianas, tenían (y aún comparten) los mismos amigos, fueron compañeras en la especialización en finanzas de la Universidad Tecnológica, dejaron sus trabajos para dedicarse a negocios de familia, le dan una manito a los maridos, y siguen siendo muy felices.

Alfredo Chamat y Jorge Gossaín se pelean por ocuparles el puesto del mejor amigo. Con una divertida intención retorcida (incluso con mentiras) maduran estrategias para ganarse más amores de la una que de la otra, pero esta fusión solo entiende de amarlos por igual porque, en la amistad incondicional, no hay por ellos más cariño de la otra que de una.

Y, sin embargo (aclaración de un mal entendido), Alfredo y Jorge patinan en la incapacidad porque preservado por miles de cortinas de adoración se encuentra primero Alberto Fayad (mi Alberto, también de otros muchos). Él es quien mora infinitamente en sus corazones, quien está más cerca, dentro de la vena de sus cuellos.

Los personajes más involucrados en la nueva apariencia física de Clarita (la mejor de toda su existencia) son: Carmen Elina Cabarcas, homeópata y Betina Isa, instructora de Pilates. La Nena se está animando a entrar en línea, ante lo cual no tendrá más remedio que inclinarse para no ser la única de la familia en eternidad “pesadita”, aunque tenga que enfrentarse con Víctor (quien ama sus “carnecitas”), o con asechanzas y tentaciones en las parrandas (olvidar por un rato la ginebra), o porque “morirse de hambre” la tortura.


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