Semáforo

Cruzar la avenida


Hace dos días, mientras intentábamos atravesar a pie la avenida Pedro de Heredia, una turista alemana me preguntó en un castellano pedregoso que si eso que estábamos viendo era normal o si era que ella no estaba entendiendo bien. La turista expresó su preocupación de una forma tan cándida que casi me muero de la vergüenza allí mismo. Y no por ella, claro está, sino por todos los que transitamos por esta ciudad. Quería responderle que no, que ignorar los semáforos en rojo no era un comportamiento habitual ni normal en los conductores y motociclistas de Cartagena; que a lo mejor era una confusión. 

Pero a quién vamos a engañar: de cada 20 motos que encuentran un semáforo en rojo, 17 se lo vuelan y muchas veces sin disminuir la velocidad siquiera. En carros el número es un poco menor, pero no porque les falten ganas, sino porque el tamaño del vehículo hace que la maniobra sea más complicada y peligrosa. Peligrosa para el conductor y la integridad de su vehículo, por supuesto, no para los que van a pie porque en Cartagena de Indias la vida de un peatón vale menos que un galón de gasolina.

La desidia y la falta de valor cívico de los cartageneros ha hecho de esta infracción algo tan natural y cotidiano que ahora los semáforos se han convertido en meros artefactos opcionales cuando no decorativos. Era apenas lógico entonces que la turista alemana se alarmara y no supiera qué hacer. Porque en Alemania los ciudadanos del común miran con desprecio a los transeúntes que atraviesan la calle sin obedecer al semáforo, aunque no haya carros cerca. Y si así es con los peatones, a los conductores les va mucho peor porque, aparte del merecido desprecio social, la multa por volarse un semáforo en rojo puede llegar hasta los 360 euros (1.6 millones de pesos) y al infractor le suspenden la licencia por un mes.

Pero Cartagena es otra cosa y bien se sabe que aquí las sanciones no le importan a nadie ni significan nada, y mucho menos las de tipo social. No tenemos la educación ni el sentido común suficiente ni la empatía necesaria para entender que el respeto por las normas es el gesto más elemental de la convivencia. Quien no es capaz de respetar el simple código de colores de un semáforo en la calle tampoco será capaz de entender asuntos más complejos como la solidaridad, la honestidad o la justicia. Quien no es capaz de respetar una fila o el turno del otro, sencillamente no está preparado para vivir civilizadamente porque piensa que el mundo es una suerte de selva o campo de guerra donde lo único que importa es el beneficio propio.

Y es así que entonces vamos por la vida pensando que el progreso de una ciudad nada tiene que ver con lo que hacemos nosotros a diario, sino que es un asunto exclusivo de las decisiones administrativas del alcalde de turno. Y es por eso estamos como estamos: creyendo que las soluciones a nuestros conflictos van a caernos del cielo, que es una mano milagrosa la que va a venir a rescatarnos. Y no, así no es como funciona. Fue por eso que mientras intentábamos cruzar a pie la avenida Pedro de Heredia no tuve más alternativa que quedarme callado ante la pregunta de la turista alemana. Rojo de sol y de vergüenza lo único que pude hacer fue una mueca de desaprobación y negar con la cabeza con el mismo movimiento que uno emplea para las cosas sin remedio. Frente a nuestros ojos vimos cómo el semáforo cambió varias veces de color sin que eso tuviera efecto alguno sobre el tráfico. A lo lejos apareció una moto con dos policías transitando por el carril exclusivo de Transacaribe. La moto de policía pasó por nuestro lado, brilló bajo el sol de las dos de la tarde, amagó con frenar un instante y, como es natural, también se voló el semáforo en rojo.

 

@xnulex
 


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