Abandonemos el lenguaje armado


Paradójicamente, ahora que Colombia está más cerca de poner fin al conflicto armado (diálogos con Farc y ELN), es cuando más se recrudece la violencia al interior de las ciudades, mayor agresividad adquieren los liderazgos políticos y, adicional a ello, más polarizada parece la sociedad civil, sumida en un debate en el que se hiere a través de las palabras.

El ambiente de violencia se percibe en cada calle y en cada red social. El mal humor parece el estado de ánimo generalizado de este país, en el que reina estar a la defensiva y donde se aprovecha el mínimo detonante para atacar, ya sea con balas o con palabras.

Buscar la paz nos ha vuelto enemigos. Hay desde quienes siembran el terror a través de paros armados o atentados, hasta quienes refuerzan el ambiente de violencia a punta de discursos incendiarios.

A la ola de violencia y miedo que se extiende en las ciudades, se suman las opiniones expresadas en redes sociales y en columnas periodísticas que parecen no conocer un tono distinto al airado, y para las cuales pareciera que el único recurso retórico es descalificar al otro con tal de fortalecer los argumentos de quien se expresa. Un bando es descalificado como ignorante y falto de memoria, el otro es tildado de castro-chavista y vende patria.

La discusión nacional no conoce tregua y sólo se manifiesta desde el extremo. Se considera un triunfo el descalabro intelectual de quien no es un interlocutor sino un contrincante.

La pregunta para quien suscribe esta columna, para quienes la leen y para la comunidad civil en general es ¿cómo hacer para que en lugar de levantarnos cada día a señalar otro punto en el que no estamos de acuerdo, nos fijemos en qué coincidimos para por fin empezar la construcción de una alianza desde ahí? ¿Cómo hacer para que este tornado de opiniones, estados de Facebook y tuits pase de ser un debate a mansalva y se convierta en lo que debe ser, un diálogo?

Si no encontramos una estrategia para lograr lo anterior, seguiremos indefinidamente desgastándonos en una discusión cuyo único resultado será definir quién tiene los mejores argumentos para decir No, o quién opone el más grande obstáculo para lograr un objetivo que en últimas compartimos debajo de tanto criterio polarizado: la paz de este país.

La invitación es a no permitir que el ejercicio de la libertad de expresión se convierta en un campo de batalla en donde consideramos que todo el que piensa distinto es un adversario. Es necesario encontrar la mejor forma de expresar lo que queremos decir, sin agresividad, en tono afirmativo y propositivo. Sólo así podemos opinar, ofreciéndole comodidad al otro para hacerlo también, sin temor a que la conversación se convierta en un ir y venir de balas palabras.

Si abandonar el lenguaje armado se convierte en tendencia nacional, hasta el más violento de nuestros demagogos se verá en la obligación de bajarle a su propia agresividad y entender que especialmente la Paz no es un asunto de conveniencias individuales. Decir las cosas en tono conciliador no implica que sean menos ciertas, menos válidas o que vayan a ser tenidas en menor cuenta.

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