Agujero de cangrejo. Fotografía cortesía de Fabián Álvarez

¿Dios recoja la basura de Cartagena, la fantástica?


 

Mi sobrino, estudiante de biología marina, me invitó hace unos días a una jornada de limpieza en los manglares que bordean la plaza de la India Catalina.

La escena no pudo ser más catastrófica: camisas, botellas, pitillos, restos de icopor, pantalones, retazos de chancletas de diferentes pares, vasos, copitas, algunos recibos, tapabocas de todas las formas y en todos los estados, envolturas de cuanto caramelo y dulce, toallas higiénicas, papelería de publicidad, y así, toda una lista interminable de basura sin posibilidad de descomposición se enreda entre las raíces aéreas del ecosistema hasta tierra firme.

Un Heneken sin orden ni sentido.

Como es una zona no visible para el turismo ni de tránsito recurrente pareciera no existir para el distrito ni mucho menos para la ciudadanía cartagenera y flotante; el gran sofisma de distracción no es el "ojos que no ven, corazón que no siente" sino un rampante y fétido: "No me importa".

Este gesto de una ciudad indolente no aparece en los diarios ni se coloca sobre la mesa en los agitados encuentros de poderes cartageneros, no es una agenda prioritaria educar a la ciudadanía desde que Rafael Vergara dejó de insistir en ello; no se sanciona en las calles ni se corrige en la intimidad de la educación familiar.

Pero aquí no pasa nada: del realismo mágico a lo más pueril de la distopía.

Con el pésimo manejo de basuras no pasa nada más que el cinismo disfrazado de idiosincrasia al que tan fácil nos acomodamos en este territorio.

Volvamos a la escena: éramos, mi sobrino y yo, los únicos voluntarios aparte de quienes organizaban la jornada de limpieza, más algo de presencia institucional. Si bien los agentes de la Policía no agarraron ni por error rastrillo, bolsa o guantes, sí se aterraron al ver el nivel de descomposición del agua y la tierra en el lugar. No era para menos.

Pero aquí no pasa nada.

"Asi somos los humanos, tía" me dijo mi sobrino con rastrillo en mano y tapabocas. Lo miré con vergüenza y seguí abriendo la bolsa para que pudiera meter bien la basura.

A Daniel Alejandro S., gracias.


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