LA OTRA CARA DE LA HEROICA CARTAGENA


Cartagena de Indias, fundada el 1 de junio de 1533 por el español Pedro de Heredia, es una de las ciudades más hermosas de América y del Caribe. Esta ciudad, a pesar de ser una de las más antigua de Colombia, ha padecido la desidia y el abandono de sus gobernantes. Cuando “La Heroica” o “El corral de Piedra” intenta levantarse y protestar contra esos pésimos gobernantes, escogiendo personas que le prometen el oro y el moro, vuelve a caer en las garras de los “Malandrines”, quienes hacen de las suyas chupándose todo el erario destinado para su administración. Piratas y filibusteros de la mermelada la dejan sin recursos para las inversiones sociales, lo cual trae como consecuencia   que no haya buenos servicios de salud, pocas construcciones de nuevas escuelas y colegios, calles deterioradas como si estuviéramos en guerra, poca arborización, nada de parques y canchas deportivas, porque no hay suficiente dinero para la inversión social; es decir, los gobernantes se vuelven magos y prestidigitadores, desapareciendo todo sin dejar rastros.

Cabe destacar que, en estos días, el periódico El Universal de Cartagena abrió el debate de lo que vive el Distrito Turístico de Cartagena, titulando lo siguiente: “El hambre sigue en Cartagena: 68,3% come menos de tres veces al día”. Esas estadísticas además de desalentadoras son muy dicientes e inequívocas de una realidad que los administradores de la ciudad quieren ocultar. Tal vez Cartagena es la ciudad heroica no por su historia de lucha contra el yugo español por allá por las calendas de 1811, sino por soportar actualmente con estoicismo y con mansedumbre la rapiña que hacen con los dineros del erario sin protestar y levantarse contra los expoliadores que por muchos años la han dejado andrajosa y viviendo de unas pretéritas gestas heroicas que de nada han servido para ser la tacita de oro que todos los colombianos desean que fuere.

Conocer que solo “el 31,7% de los hogares en la ciudad tiene el poder adquisitivo para comer tres veces”, obligaría a cualquier gobernante a esculcarse el alma y sentirse el ser más vil por no atender las necesidades básicas de sus gobernados; pero no, le da lo mismo mientras siga usufrutuando del tubo madre llamado Cartagena de Indias.

La fantástica Cartagena, o Cartagena la Bella como la llamaba Joe Arroyo, la ciudad del 11 de noviembre, la del Reinado de Belleza Nacional, la turística que embelesa a propios y extraños por sus  callecitas o por sus monumentos y casas coloniales, es un lugar con dos caras. Una alegre, de edificios modernos, de hoteles cinco estrellas, bonachona  y otra abandonada, excluida, llena de tugurios  y miseria donde se vive el hambre en la piel y las entrañas.

Hoy, esta heroica ciudad, como queriendo olvidarse de sus pesares y dolores, solo piensa en las celebraciones del 11 de noviembre como para no dejarse morir en la tristeza de las muertes. Unas fiestas para conmemorar y celebrar  su independencia del yugo español. Celebración que puede interpretarse como la única forma de deshacerse de los demonios de la corrupción, haciendo la catarsis ante esta afrentosa realidad. Sin embargo, ese 27% de pobreza de la población que la ubica en un deshonroso cuarto lugar a nivel nacional es un estigma que obligaría a cualquier sesudo gobernante a reflexionar el cómo salir de ese afrentoso bache social de una ciudad que debería ser una de las que mejor nivel de vida brinde a sus habitantes. Sin embargo, los cinturones de miseria siguen rodeándola y asfixiándola, permitiendo con ello que la desigualdad, la inseguridad y el desempleo se agranden y sean el caldo de cultivo para una revuelta social que podría traer consecuencias nefastas. Pues la gente se cansa y el hambre y el abandono apremian.

Cartagena durante muchos años ha sido mal administrada, quedándose anquilosada en su pasado heroico. La realidad de esta ciudad está acomodada a unos intereses particulares de una clase hegemónica que la ha succionado durante años sin que haya tenido dolientes que la defiendan con vehemencia y tesón. Sus gentes cada vez más se aletargan en un pasado glorioso que intentan revivir, pero que fuerzas demenciales la detienen porque no desean que la ciudad se despierte y grite su nueva libertad. Postrada en su pobreza y adormecida por su desidia y el colorido de sus gentes, esta ciudad  tiene dos caras: la ampulosa y cosmopolita, la que se le muestra y vende a los turistas nacionales e internacionales, y aquella donde la pobreza, la exclusión y el abandono son el pan de cada día. Dos Cartagena que intentan sobrevivir ante las miradas impávida de sus gobernantes.

 

Quizás el 11 de noviembre sea una celebración donde el pueblo salga a disfrutar tomando trago, bailando champeta y mostrando la cara alegre y dicharachera del cartagenero que poco le importa la realidad que le describen las estadísticas del DANE. Pero que disfruta y defiende sus fiestas, porque estas son la válvula de escape a tanta ignominia social. Pareciera que Dioniso visitara y se emborrachara siempre por estos lares para revivir sus hazañas griegas y olvidarse de sus pesares, así también  los  cartageneros desean olvidarse de una realidad agobiante e inhumana donde priman la estigmatización y la exclusión; un pueblo cartagenero pobre y olvidado que poco le importa si hay o no comida, si se comen dos o una vez al día, total la vida es una sola y los gobernantes pueden seguir disfrutando del poder para acrecentar sus riquezas. Tal vez este es el pensamiento de esta gente que vive del día a día solo para sobrevivir mientras llega un salvador.

 


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