A mis 40, veinte: Décimo Capítulo. Gloriosa e insoportable belleza.


Gloriosa e insoportable belleza

 

-Mira, esta es la foto de la que te hablé.

-Tenías razón, la muchacha es preciosa. Quizá demasiado maquillada, pero muy bonita.

-¿Te exageraba o te decía la verdad?

-La verdad, la verdad. Tu cara es un poema. Ella sonriente y tú con expresión de querer morir. ¿Tan tonta era?

-Tonta no… No era tonta en el sentido de falta de inteligencia. Era…

-¿Superficial?

-La superficialidad hecha mujer.

-¿Sabes algo de ella ahora o perdisteis el contacto?

-Hace tiempo que no hablamos, pero sí que sé de ella. Por las redes, ya sabes.

-¿Y qué es de su vida?

-Es modelo.

-¿En serio? Bueno, cuerpo para ello tiene.

-Modelo erótica.

-¿Cómo?

-Tiene su Instagram, su Tik-Tok… Y después tiene una página privada donde ofrece previo pago contenido algo más subido de tono.

-¿Sólo eso?

-Creo que sí, pero tampoco me he puesto a investigar. Quizá vaya más allá. No lo sé.

-¿Se le notaba cuando os visteis?

-Para nada. Jamás hubiera dicho que en unos años me la encontraría vendiendo fotos de sus nalgas a desconocidos.

-Para que veas las cosas… Nunca llegas a conocer de verdad a la gente.

-Nunca.

-Entonces, cuéntame, ¿cómo os conocisteis?

-Me vio dando una conferencia. Se ve que le hice gracia. Me escribió. Hablamos. Quedamos en vernos. Vino a mi ciudad. Lo típico.

-¿Así de fácil? ¿Le dijiste que viniera a verte y vino a verte?

-Sí…

-Supongo que eres consciente de que las cosas que a ti te pasan no son tan típicas como tú las pintas. Las diosas de veinte años no suelen volar a otra ciudad para ver a tipos como tú…

-No era la primera vez que me pasaba.

-Ya…, lo sé. Y me preocupa que no fuera la primera. ¿Las hipnotizas o algo? ¿Tienes muñequitas vudú o qué?

-Supongo que con su edad todo es una aventura y así se lo toman ellas…

-Si tú lo dices… En fin, imagino tu cara al verla en el aeropuerto.

-Mejor imagina mi cara cuando nada más llegar a casa se desnudó y se metió en la ducha.

-¿Qué hiciste?

-Quedarme apoyado en el marco de la puerta abierta viéndola embobado. Era, posiblemente y por aquel entonces, el cuerpo más hermoso que había visto nunca.

-¿Tanto?

-Una muchacha de piel blanca acanelada, de largos cabellos castaños claros, de metro setenta y no más de cincuenta o cincuenta y cinco kilos, músculos trabajados en gimnasio, formas ajenas a la gravedad como sólo se es ajeno a las fuerzas de la naturaleza cuando se tiene veinte años…

-Dicho así, suena bien. ¿Hicisteis el amor esa misma noche?

-No, pero no porque yo no lo intentara. Créeme que intenté. Pero ella no quería.

-¿Y qué pasó?

-Tuve que esperar al segundo día.

-¿Y hasta entonces?

-Hasta entonces disfrutar de su lado oscuro.

-La superficialidad.

-Te pongo un ejemplo: la mañana siguiente de su llegada era sábado. Fuimos a la playa. Si no me hizo hacerle cien fotografías, no me hizo hacerle ninguna. En el agua, en la arena, con la mirada perdida en el horizonte, con una bebida en primer plano, sonriendo, seria, como si le dieran una sorpresa, como si la diera ella…

-Fue entonces cuando os hicisteis el selfie que me mostrabas ahora y en el que se te ve con cara de quererte morir…

-Exacto. Imagina tener a tu lado a una mujer con cuerpo de modelo de lencería y descubrir que no sólo no se deja gozar, sino que te tortura con una auto-sesión fotográfica de más de dos horas.

-¿Y de qué hablabais?

-De nada.

-No seas exagerado. De algo hablaríais.

-No soy exagerado. No hablamos de nada. ¿De qué íbamos a hablar? Cada vez que yo sacaba algún tema, decía cualquier cosa, trataba de dar conversación, ella se limitaba a asentir con algún tipo de sonido gutural totalmente absorta en seleccionar las fotos que iba a subir a sus redes sociales.

-¿Con filtros?

-Yo le hablaba con naturalidad, sin filtros de ningún tipo.

-No…, digo que si ponía filtros a las fotos.

-¿Eh? Ah, no. No lo sé. ¡Yo qué sé! ¿Por qué me haces esa pregunta?

-Da igual. En todo caso, tampoco es para tanto. Hoy en día todo el mundo anda obsesionado con hacerse fotos.

-¿En serio? ¿Tanto? Mira, te contaré, un mes después de aquella visita volvió a venir a verme otro fin de semana. Acabé tan exasperado de ella que el último día la mandé a la playa con un chófer de confianza mientras yo me iba al trabajo. No podía estar más tiempo al lado de semejante cáscara hueca de mujer.

-¿Y qué? ¿Qué quieres decirme con eso?

-¿Sabes que hizo en la playa?

-¿Más fotos?

-Tuvo al chófer dos horas haciéndole fotos. Igual que me había tenido a mí la ocasión anterior. El pobre hombre me escribió desesperado, cuando, dos días más tarde, llevándola al aeropuerto, llovió, cortaron la vía, llegaron tarde al aeropuerto, perdió el avión y él se vio en la tesitura de tener que quedarse con ella hasta que encontrara otro.

-¿Cómo es posible que una mujer tan bella pueda provocar que los hombres deseen con tanta ansiedad quitársela de encima?

-Te pondré otro ejemplo.

-Te escucho.

-Una noche, cuando al fin aceptó que tuviéramos relaciones, decidió bañarse antes. Bien, dije yo, esperaré unos minutos en la cama y después vamos allá.

-No me digas, no fueron unos minutos.

-¡Fueron tres cuartos de hora! Cuando salió del baño, la nube de vapor que la precedió me hizo creer que no veía entrar en mi dormitorio a una mujer de carne y hueso, sino que el Nacimiento de Venus de Botticelli había tomado cuerpo y un ser venido de otro mundo se adentraba en el mío.

-De acuerdo, se toma en serio su limpieza personal. ¿Y qué? La mayoría de las mujeres son así. No tiene nada de especial. ¿Consintió al final en acostarse contigo esa noche?

-Sí, pero después de ver cuatro capítulos de la novela.

-¿Perdón?

-Me obligó a ver cuatro horas largas de insufrible telenovela turca antes de hacer nada.

-No te creo.

-Salió desnuda y gloriosa del baño. Se sentó en la cama y, cuando yo ya me deslizaba sobre ella, me apartó de un empujón, cogió el control remoto de la televisión, que, genio de mí, tenía frente a la cama, la encendió, sintonizó un canal de sólo telenovelas y comenzó a ver la que me dijo que era su favorita. Cuatro capítulos.

-Pero eso es absurdo, ¿quién se pone a ver una telenovela antes de hacer el amor?

-Evidentemente, ella. Imagina la escena: ella desnuda y echada bocabajo viendo la televisión. Yo desnudo y más firme que el socialismo de un profesor universitario echado a su lado. Y dos familias de malditos turcos debatiendo sobre el futuro de una niña que se perdía en todos y cada uno de los capítulos y que no había manera humana que encontrara a sus padres.

-¿Y qué hiciste?

-¿Pues qué podía hacer? Me aficioné a la telenovela.

-¿En serio?

-Yo qué sé… Al principio me enfadé, pero luego, de tanto esperar a que terminara de verla, yo también empecé a mirar la pantalla y, cuando quise darme cuenta, estaba angustiado por la niña.

-¿La de la telenovela?

-Una niña encantadora. Pobrecita. Fruto del amor de un hombre poderoso con una muchacha humilde. Son buenas estas novelas turcas…

-¿Pero qué me estás contando?

-¿¡Y qué querías que hiciera!? Pues si la tipa quería ver la novela, pues tocaba ver la novela. Al menos después se dejó. Claro, que yo después de cuatro horas de dramas familiares ya no estaba para virguerías. Fue uno rápido y a dormir.

-¿No lo haría a propósito para eso?

-Pues no lo sé. Quizá. Aunque yo creo que de verdad quería ver la novela. La noche siguiente fue la misma historia. Pensé en hacérselo mientras ella veía la televisión, pero protestó. Me dijo que no se podía concentrar en la novela si yo estaba tocándola y demás.

-Hombre, eso es normal… ¿Y cómo acabó la cosa?

-¿La novela? Esas nunca acaban. Tenía como mil capítulos…

-¡Digo tú con la muchacha!

-Ah, eso. Bueno, pues no acabó. O sea, no pasó nada. Vino un par de veces, un par de fines de semana. Pasé de adorar cada centímetro de su cuerpo a adorar el momento en que se iba de mi casa.

-Qué triste…

-Siempre me consideré un hombre superficial. De los que, si la chica es guapa y flaca, no necesitan más. Y, mira, el panorama.

-Por lo que me cuentas, el caso de esta muchacha fue muy extremo. No te culpes.

-Ya, pero… Una cosa es ser superficial y otra es que el momento cultural del día venga precedido por dos minutos de un par de señoras gordas cantando en turco. Al menos, poder hablar con ella de algo. Así sea del tiempo. Algo. Con esta no se podía hablar de nada. Y tampoco había rayos y truenos en la cama. No había nada. Su mente era el vacío más insondable, puro y limpio que me he encontrado jamás.

-Deberías reflexionar sobre ello.

-¿Qué quieres decir?

-Fue ella la que se sintió atraída por ti en un primer momento. Y tras años de conocerte, no es este, ni mucho menos, el primer caso de muchacha joven, guapa y tonta con la que te juntas. Casi se diría que hay un patrón.

-Lo de esta ya era demasiado extremo.

-Quizá ella pensaba lo mismo de ti. Quizá nunca le hablaste de lo que a ella le podía interesar.

-¿El qué? ¿Selfies y dramas anatolios?

-Quién sabe. A lo mejor, dentro de ese precioso y tonificado cuerpo post-adolescente, se escondía y aun se esconde un alma sensible, culta y refinada que, simplemente, no tuvo ocasión de salir.

-O quizá, como tu bien dijiste, tengo una tendencia preocupante a relacionarme con golfas idiotas.

-También. Bueno, dejemos el tema. Mejor, cuéntame, ¿cómo era esta última ex tuya de la que tanto me hablaron?

-¿De verdad quieres escuchar esa historia?

-Sí, por qué no. Conociéndote debía ser guapa y debía tener algún problema como esta otra de la que hemos hablado. ¿Qué era esta vez: ninfómana, sociópata, trastorno de doble personalidad…?

-…

-Demonio, qué suerte tienes, cabrón.


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