La amistad, de quien firma estas líneas, con Alberto Araujo Merlano es la causa por la que presento hoy a los lectores de la Revista Viernes una serie de testimonios de personas que lo trataron de una u otra manera, y que han enriquecido aún más la admiración que siento por este cartagenero ilustre.
Ha sido para mí un motivo más para admirar la personalidad polifacética de este gran ser humano que nos dejó un legado familiar, empresarial, didáctico, cívico, humanístico. Me siento particularmente orgullosa de haber podido compartir con él desde muy pequeña por lazos familiares, además de vecindad y últimamente a través del proyecto de la Fundación Geniales.
Mi papel en esta nota periodística consiste únicamente en hilvanar una serie de recuerdos de personas que le conocieron en alguna circunstancia.
Jorge Benedetti - Amigo
Con Alberto sostuve una amistad de más de 60 años. Quizás unas de las cualidades que más reconozco en él, fue su lealtad con sus amigos, además de su visión sobre los problemas de nuestra ciudad y su tenacidad para tratar de corregirlos.
Fui muy afortunado al conocer de viva voz el proyecto que en ese entonces esbozaba para la construcción del Hotel Capilla del Mar con un sistema novedoso de financiación que ya en España había desarrollado la Compañía Hotelera Meliá.
Siempre lo recordaré con gran cariño y como ejemplo de un soñador y visionario que pudo realizar todas esas ilusiones.
Violeta de Fabris - Secretaria
No hay palabras para referirse a Alberto Araújo Merlano. Fue un verdadero “Caballero de Calatrava”. Me siento afortunada por haberle servido durante 57 años. Nunca lo olvidaré.
Luis Hoyos - Socio y amigo
Conservo los más gratos recuerdos por las demostraciones de afecto que siempre recibí de él durante casi 50 años que lo tuve cerca. He tratado de emular, proporciones guardadas, su pulcritud y transparencia en todos los actos de su vida, el buen olfato para los negocios y el acierto para escoger las personas que quería tener a su alrededor.
Camilo Caviedes - Amigo
Recuerdo a Don Alberto como una persona con carácter, con ideas, fortaleza de ánimo, disciplina, espiritualidad, constancia, alegría, espíritu de trabajo, audacia, prudencia, en fin con tantas virtudes particulares unidas, que lo llevaron a lograr tan extraordinarias ejecutorías, que paradójicamente, sin dejar de ser un hombre común y corriente, no digo fue, es un hombre extraordinario, un hombre sin par, por fuera de lo común y corriente, un titán.
Arturo Cepeda - Amigo
Cartagena perdió su más grande soñador con los pies en la tierra de la pasada centuria. Hasta la última de sus noches estaba visualizando la Cartagena icónica mundial.
Volvió realidad casi todos los propósitos que decidía emprender y liderar él mismo. A todos los vinculados a los proyectos, nos transmitía inmensa energía positiva defendiendo proactivamente sus iniciativas, pero él siempre sabía dimensionar sus sueños de forma que se culminaran en su real y viable tamaño.
Bernard Gilchirst
Oír de su viva voz los episodios que marcaron las distintas etapas de su vida, me maravillaba siempre, porque en cada uno de sus relatos aparecían su ingeniosa creatividad y su talante moral indeclinable. Tuve la fortuna de compartir con Alberto en sus últimos 15 años de vida, causas empresariales, políticas y sociales, todas orientadas a generar bienestar a la comunidad.
Patricia Martínez
Tenía una agudeza para identificar oportunidades y cuando algo se le metía entre ceja y ceja era muy persuasivo y lograba convencer hasta lograr su objetivo. Sus socios y amigos de empresa testimonian sus ejecutorias.
Regino Navarro
Me llamó la atención su habilidad para poner a hablar a la gente mientras él escuchaba. Pude apreciar su capacidad para aglutinar gente en torno a una idea. No escondía los defectos actuales y pasados, y eso le proporcionaba autenticidad. De las virtudes que poseía me quedo con una grande: la puntualidad. Puedo decir que llegué a apreciarlo de verdad.
Henry Char Z. - Amigo
A Don Alberto le tengo una extrema gratitud. Fueron 68 años ininterrumpidos de relaciones tan diversas y a veces controvertidas, que difícilmente puedo expresarlos en unas pocas líneas.
Además de ser vecinos durante décadas en la carrera 5, y de mantener permanentes relaciones comerciales a través de su empresa Araujo & Segovia, nuestra cercanía se estrechó aún más a lo largo de 25 continuos años como miembros de la cofradía “Las Vacas Sagradas”, del Club Campestre de Cartagena. Este era el grupo de 25 miembros, los más veteranos del Club Campestre, con el que jugábamos golf sin falta 3 veces por semana. Ese deporte que conjuga magistralmente las relaciones interpersonales con la concentración mental, nos devolvía algo de nuestros años mozos al final de cada jornada en el famoso hoyo 19.
Alberto fue extremadamente disciplinado, y yo, más bien un poco silvestre. Lo que nos unió fue el fenómeno de que los extremos tienden a encontrarse. En el año de 1952, recién llegado de Damasco a Cartagena, y después de tomar la decisión de radicarme aquí, busqué la manera de adaptarme al medio. Me llamó la atención una cuña de radio que anunciaba al naciente Banco Popular, el cual acababa de fundar su sede en Cartagena, Alberto fue el primer gerente.
En ese anuncio radial el banco ofrecía créditos de pequeñas sumas, sin garantías y con bajos intereses. Decía, entre otras cosas, que el banco ofrecía préstamos de libre inversión o para comprar carro. Pensé tomar esa oportunidad para comprar un carro que pudiese dedicar al servicio público, y así rebuscarme con los 10 pesos diarios que ese negocio me podría aportar. Decidí entonces visitar el banco, y cuando me tocó el turno y me hicieron pasar, fue la primera vez que me encontré frente a frente con Alberto. Al escucharme pidiendo dos mil pesitos, llamó a su secretaria Yolanda Araújo para que me atendiera, y al día siguiente me aprobaron el crédito sin necesidad de fiador.
Esos dos mil pesitos fueron la semilla con la que comencé a echar raíces en esta tierra generosa. Definitivamente a Alberto le tengo una extrema gratitud, que la llevaré conmigo hasta la próxima vida. Con toda seguridad que no nos encontraremos, porque él tiene su sitio reservado en las alturas y yo en la profundidad de la tierra.
Fernando Nicolás Araujo Rumié - Nieto
“…Enero de 1994, nos llamó Violeta, su secretaria. Sólo los nietos mayores de 10 años. En ese entonces éramos apenas ocho. Nos cambió la vida. En reuniones frecuentes, mi abuelo y mi abuela nos enseñaron el valor de tener una visión, de trabajar unidos, de ser fraternos, de conformar una familia, de identificar el talento predominante, cultivarlo y desarrollarlo.
Año 2005. Todos los domingos en la mañana mi abuelo recibía en el Hotel las Américas a un grupo de ciudadanos preocupados, en una tertulia donde se podía hablar de todo. Me interesé y le pedí permiso para empezar a asistir. Me dijo: “Puedes ir, pero no puedes hablar, lo primero es aprender a escuchar”.
Diciembre 2006. Mi papá, acababa de cumplir seis años de haber sido secuestrado. No se veía en el horizonte posibilidad de su liberación. Las Farc pedían el despeje de dos zonas estratégicas para la cadena de exportación de cocaína. No era factible atender a semejante petición. Mi abuelo me recibió en su apartamento junto a mi tío Gerardo y mi abuela. Nos contó sobre la petición del Presidente Uribe de autorizar un operativo de rescate. Era un riesgo enorme. Yo dudé. Mi abuelo enseguida me dijo: “Asumo toda la responsabilidad, una oportunidad así no se vuelve a repetir”, y aprobó la operación de rescate.
¿Qué hay detrás de estos momentos? ¿Por qué mi abuelo era capaz de tomar riesgos y decisiones con agilidad y acertividad? Por que cultivó una disciplina férrea centrada en principios. Cuando relataba los momentos más difíciles decía: “los principios nunca serán derrotados”.
Con disciplina fue construyendo hábitos transformadores y una rutina eficiente que luego se convertiría en todo un etilo de vida. Con esfuerzo y disciplina aprendió a respirar para conservar.
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