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Mi amor, me voy a echar un ratico

REVISTA NUEVA

22 de junio de 2015 03:30 PM

Muchos papás se están involucrando más con sus hijos, incluso desde su gestación. Ellos nos acompañan al ginecólogo, se desvelan, cambian pañales, dan tetero y están más pendientes de la vida integral de sus pequeños. Pero nosotras seguimos llevando la carga mayor.

Las mamás trabajadoras deben tener una agenda de tareas cronometradas para poder cumplir con su trabajo, los hijos, el esposo y con ellas mismas, si acaso. Algunas acuerdan con el jefe llegar más temprano a la oficina para salir a una hora decente y estar con sus hijos en la tarde, así pueden ayudarlos con las tareas, jugar y acompañarlos. Pero les toca hacer los pendientes, los oficios, la cena, el almuerzo del día siguiente y una interminable lista que finaliza a eso de las 11 de la noche, sintiendo que tienen la libido por el suelo y que quieren dormir un mes entero. Por el contrario, el papá llega en la noche y dice: “Mi amor, me voy a echar un ratico porque tuve un día pesado en la oficina”.

Nosotras tenemos que estar pendientes de la lavandería, de pagar las cuentas, de llamar al señor que arregla la licuadora o de comprar lo que haga falta del mercado. Nosotras aprendemos a ir al baño en un minuto con el niñito a cuestas, mientras que ellos se toman su tiempo y se sientan “en el trono” con celular en mano. Aunque duerman bien y descansen, siempre están cansados y la mayoría no es capaz de hacer más de dos cosas a la vez porque todo se vuelve caótico.

A ellos les da tiempo de tener un hobbie, ver televisión, leer un libro, estudiar para la maestría, jugar fútbol o hacer ejercicio; mientras tú usas tu tiempo libre de la madrugada para tomar clases gratuitas de Zumba por You Tube desde la sala de tu casa. Y los lunes llegas a la oficina como si te hubiese pasado un camión por encima.

En cuanto “al estilo”, los papás se llevan varios premios. Por ejemplo, es común que no sepan combinar la ropa: su hija puede tener camisa a rayas, pantalón de lunares y medias de corazones; el tete es su salvador, porque pueden darle unos veinte durante el día, uno porque no se terminó el desayuno, otro por la siesta, otro porque no quiere cena… (cuando en realidad les da pereza hacerle el juguito o la comida). La ropa siempre está tirada por todos lados y nunca encuentran nada. Si se ofrecen a bañar al bebé, oyes cosas como éstas: “Mi amor, ¿me traes el jabón de la niña? ¿Me buscas el peine? Mi amoooor, aquí no hay pañaleeeessss”. Ellos no arreglan pañaleras y no saben lo que es el babero, por lo que encuentras al pobre bebé untado de helado hasta los pies y la camisa de tu marido haciendo de toalla limpiadora.

Pero yo prefiero esta época. Ésta en la que el papá acompaña a su hijo al parque, juega con él, no raciona los “te quiero” y lo ayuda con las tareas y con la vida. A ese papá, con todo y sus métodos, con todo y su estilo, le doy la bienvenida.
 

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