Educar a un hijo es un gran reto, en parte porque tenemos prioridades muy distintas en nuestro papel de padres. Mientras nosotros actuamos basados en lo que es adecuado socialmente, los niños funcionan movidos por el deseo de lo que les resulta llamativo; por eso es normal que quieran retar las reglas de vez en cuando. Y es ahí cuando somos muy susceptibles a explotar en un ataque de ira y correr el riesgo de pasar de la autoridad al autoritarismo.
Con la autoridad, les damos elementos a los niños para que se piensen adecuadamente y aprendan la diferencia entre lo que es adecuado y lo que no. El autoritarismo, por el contrario, hace que el padre imponga su poder sin que el niño entienda muy bien por qué lo está gritando, maltratando o castigando; por eso es normal que, más que pensar qué hizo mal, sienta que la postura de papá o mamá es una venganza por lo que hizo.
Recuerde: así como tratemos a nuestros hijos, ellos tratarán a las demás personas –incluyéndonos a nosotros mismos-. Eso sin contar con los grandes vacíos, heridas emocionales, resentimiento y falta de autoestima que les podemos formar cuando apelamos a la violencia.
CÓMO MANEJAR LA IRA
1. Es válido acudir al time out para no explotar sorpresivamente. Todos manifestamos señales indicadoras de que nos estamos enojando. Entonces, cuando sintamos que están saliendo a flote, es clave hacer un alto, cerrar los ojos y respirar profundo por 30 segundos. Si su hijo le dice algo, contéstele que se va a calmar y que lo resolverán más tarde.
2. Seamos realistas. A veces estallamos por asuntos insignificantes -como una pared rayada o una alfombra manchada de jugo-. Pero ninguno de esos casos justifica el maltrato hacia una persona indefensa. Por eso resulta útil informarse sobre lo siguiente: ¿qué está viviendo su hijo según su edad?, ¿cuáles son los límites que debe poner de acuerdo con esto?
3. Un ejercicio efectivo: imagínese que ese niño de cinco años al que está a punto de gritar o pegar tiene ahora 25. ¿Se imagina explicándole a un adulto que le va a pegar o gritar porque dejó los juguetes tirados en la sala? Tal vez lo absurdo de la situación le haga pensar dos veces antes de actuar agresivamente.
4. Si no le funciona tomarse un alto y respirar, intente mirarse a un espejo cuando esté de malgenio, échese agua fría en la cara o llame a alguien para tranquilizarse. Gritarles a sus hijos o llegar al extremo del maltrato físico puede ser una razón para arrepentirse el resto de su vida porque la violencia, y más si se trata de un hijo, es un camino espinoso y errado para quien la ejerce y para quien la experimenta.
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Asesoría: Doctor René Solano, sicólogo especialista en Familia y magíster en Educación y Desarrollo Humano. solanorene@gmail.com Cel: 3137218404.
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