Cuando tenía 36 años, después de diez años de estar felizmente casado con una mujer, me ocurrió una cosa que hasta ese momento, pensaba que solo ocurría en las novelas o en las películas. Trabajaba yo entonces como director y presentador de un noticiero, por lo que tenía poco tiempo para socializar o parrandear. Dedicaba a mi trabajo 18 horas del día y no tenía ojos sino para mi esposa. Éramos una pareja como cualquier otra, jóvenes, trabajadores y responsables, dedicados el uno al otro y a los padres de los dos. Nuestra vida era apacible y tranquila, y nuestras relaciones no tenían ningún sobresalto.
Todo era, sin lugar a dudas, perfecto. Pero ocurrió lo inesperado. Un día entró a trabajar al noticiero un periodista con el que desarrollé una excelente relación. Trabajamos muy a gusto y nos divertíamos con las cosas y los temas que él hacía: farándula. Así empezamos a pasar muchas horas del día juntos, salíamos a almorzar y conversábamos agradablemente en los pocos espacios que el trabajo nos permitía. Fuimos encontrando una gran cantidad de cosas en común.
Con el paso de los meses nos fuimos enamorando. Él era gay. Yo no, o al menos eso pensaba, hasta que entendí que estaba enamorado. Se vino la debacle. No quedaba otro remedio que decirle a mi esposa que estaba en amores con un hombre, lo que obviamente la destrozó a ella, acabó con nuestro matrimonio y me botó a mí al escarnio público en una sociedad homofóbica. El daño que le hice es aún irreparable y, por supuesto, nuestras vidas cambiaron para siempre. Ella se volvió a casar y asumió la crianza de nuestra hija menor, a pesar de que jamás dejé de ver por ella. Yo me casé legalmente en Canadá con quien fue mi novio y convivimos juntos por 14 años.
Hoy entiendo que muchas personas pueden estar en las mismas y viven atemorizados o atemorizadas, y en el clóset. Y no los juzgo por eso, pero tal vez nunca es tarde para entender que uno no puede vivir engañándose y engañando a su pareja. Tal vez ellos o ellas, como yo, no se dieron cuenta, como me pasó, que son homosexuales o lesbianas y, ya como adultos, entendieron que eso es así.
Ante este problema solo podría decirles que deben pensar con honestidad qué clase de vida quieren, porque más temprano que tarde podrían acabar haciéndose un daño inmenso y, peor aún, hacérselo a la persona que alguna vez amaron.
Por esto quise compartir con ustedes mi experiencia. No porque sea la verdad revelada, sino porque de alguna manera este artículo, escrito con el corazón, podría servirles a quienes estén en una situación parecida, para enderezar su vida, entendiendo que no son pecadores ni son los únicos.
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