Viviano Torres (Palenque, 1959), no sabía aún en el amanecer de 1980, qué nombre darle a su propia música que tenía resonancia africana y palenquera a la vez. Los vecinos de Viviano, en el barrio Nariño, en donde se establecieron los palenqueros desde 1930, veían la ansiedad del niño buscando todo lo que sonara de África. Los que lo conocieran, coinciden en reconocer que el sueño de Viviano, desde niño. era tener una grabadora para coleccionar toda la música africana.
Escuchó por primera vez a Miriam Makeba y quedó extasiado, como si se sumergiera en una selva sonora y misteriosa, como si en los labios de aquella mujer negra y sensual, vibraran los secretos guardados de África.
Viviano buscó en su alfabeto ancestral un nombre que tuviera la resonancia de un cuchillo cortando el agua: Champeta.
Se inclinó siempre por ese nombre que generaba equívocos en la sociedad convencional de Cartagena. Primero, porque champeta fue al mismo tiempo sinónimo de cuchillo pequeño que utilizaban los carniceros del mercado de Bazurto, y peinilla de alambre que se usó entre los muchachos afros y mestizos, incluso, aquellos que no tenían cabellos “cuscús”. Y champeta era además, estereotipo de ordinariez, de manera de ser, hablar y bailar, e incluso, la expresión se degeneró en champetúo, para señalar la pobreza, lo marginal, peligroso e incluso, delictivo.
Pero Viviano defendió después de su primera noche estelar en el Festival de Música del Caribe en 1985, la palabra Champeta que afiló el camino para nuevos augurios sonoros y musicales en la Cartagena de las exclusiones sociales y raciales. Aquella noche en que homenajeaban a Haití, el muchacho músico Viviano Torres se presentó como Anne Swing, y fue la promesa certera al final de la fiesta, al irrumpir con su larga trenza, su vestido brillante y su gorro kufi de los africanos.
Los que estuvimos aquella noche vimos cómo Viviano no tenía nada que envidiarle a los músicos del gran Caribe continental y a los mismos africanos, porque además llevaba sobre sus hombros el conocimiento de muchos años de estar escuchando la rítmica y bella música africana, que él perseguía con ansiedad en aquellos años en que la música africana entraba de contrabando al puerto y al mercado y resonaba clandestinamente en los escaparates de música de los picós como una exclusividad. Viviano miró al escenario colmado y su ritmo contagió a la multitud. La champeta como ritmo había iniciado aquella noche su primera presentación en público, aunque tuviera años de creación colectiva entre los palenqueros y cartageneros.
La resistencia musical
Las emisoras se resistían a llamarla champeta, por todos los prejuicios reunidos, y hubo un tiempo en que algunos prefirieron llamarla Terapia, pero la Champeta se impuso, en un largo peregrinaje de desprecio, resistencia y liberación. Un camino en el que hubo catarsis en las palabras y en las melodías. Un período en el que se castellanizaron canciones africanas en el proceso de encontrar un sendero propio. Los compositores caminaban por un puente riesgoso y controversial, algunos fueron criticados por cierta procacidad, otros por aludir la sexualidad, y por exorcizar los propios mitos sociales, hasta que en ese laboratorio de creación, se pasó a las letras que evocaban rondas infantiles, juegos tradicionales, los héroes televisivos y cinematográficos, las tortugas Ninjas, hasta la depuración de las canciones románticas que permearon el lenguaje de los compositores.
Mucha agua ha corrido bajo el puente de la historia y la música champeta desde aquel momento hasta este octubre de 2016, en que Viviano y todos los músicos de la champeta, proponen que este ritmo sea declarado Patrimonio Inmaterial de Cartagena y de los históricos territorios Calamarí. La petición se hizo pública al Ministerio de Cultura de Colombia y a la Unesco.
La primera Declaratoria Ciudadana de esa petición se hizo el 27 de mayo a las 6 de la tarde en Cartagena: “Mediante bando y academia se exige al Estado colombiano y a los organismos internacionales, que sea protegida su historia de liberación, resistencia y cultura popular, que se manifiesta en su tradición oral, proveniente de las lenguas bantú y malibú heredadas de nuestros ancestros africanos e indígenas caribes en un diálogo interétnico que unieron fuerzas y conocimientos para la rebelión a favor de la dignidad humana, creando una cultura popular de resistencia y de grandeza en medio de la opresión, la cultura champeta se adapta a cada tiempo en sus siglos, por eso tiene mucho por contar como parte de la historia nuestra invisibilizada hasta ahora con el compromiso por decirnos, portegiendo como nación nuestro patrimonio que siempre ha sido. Y se hace audible en su género musical contemporáneo”.
Orgullo champetúo
“La champeta sigue naciendo en música y en danza”, dice Viviano, el autor de “Permiso”, al presentar a Sharik, una niña cantante de Palenque de doce años, que compone champetas, y parece una reencarnación de Miriam Makeba. En una de sus canciones dice que “es orgullosamente champetúa”. La niña señala a Viviano y declara que “es mi padrino musical”. Y Viviano explica que se trata de “frutos nacientes” en la música champeta, “un ritmo que es orgullo, identidad y patrimonio”.
Los investigadores Rubén Hernández y Rafael Escallón, reafirman cómo la música champeta resistió la discriminación que desde la Colonia hubo contra toda expresión cultural africana en Cartagena. Se recordó que el tambor fue prohibido por los españoles, porque descubrieron que era un instrumento de sublevación ytransgresión.
Epílogo
Hoy África no es un continente lejano y distante para Viviano Torres, quien coordina el concierto de las Cuatro Estrellas Africanas en el Festival de Tambores en Palenque, que se realiza en la plaza de Benkos Bioho, y culmina en este lunes 17 de octubre. La relación con los músicos afri canos es cercana y cómplice. Bopol Mansiamina y Tilda Roy están en Palenque y se sienten como en su casa. La música va y viene, de África a Palenque. Como dos hermanas que se abrazan.
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