Facetas


“Venezuela era como nuestro sueño americano”

Era la gloria. El paraíso ante sus ojos. Carmen llegó un viernes a la ciudad de ensueño, prometedora, aquella de la que tanto escuchaba hablar y veía en la televisión, fue con dos amigas cartageneras. “Fuimos de turistas, a conocer, Dayra, Judy y yo, pero estando allá se nos ocurrió probar. Tomé el periódico y comencé a buscar trabajo. Llamé y tuve suerte. El lunes tuve una entrevista y me contrataron”, recuerda.

Ella es de Galeras, Sucre. Y era tan fácil cambiar de un empleo a otro y se ganaba tanto dinero que no lo pensó dos veces, se quedó en Caracas. “Fui en el año 76 y sobraban los trabajos. El sueldo alcanzaba para todo, para pagar arriendo, para salir a donde quisieras, comer de todo en los mejores restaurantes, podía ahorrar y enviar a Colombia. Eran increíbles esos tiempos. Nunca me cohibí de un viaje (...) Sí, viajé bastante entre el 76, los 80, los años 90, estuve muchas veces en Estados Unidos, estuve en Israel, podía hacer mis viajes a las islas, a Aruba, Curazao, Bonaire, San Martín, Saint Tomas, un fin de semana, uno podía darse ese lujo”, cuenta.

Y no solo eso, vivió en un apartamento en La Pastora, uno de los barrios más tradicionales y antiguos de Caracas, cercano al Palacio de Miraflores, y en otro en el sector de Maripérez. Tenía un buen carro y un buen trabajo en una multinacional. Hasta hace pocos años ella vivía aquel ‘sueño venezolano’, fue parte de aquella generación de colombianos que, entre los años 70 y 90, se lanzaron a navegar por aquellas tierras petroleras, llenos de ilusiones y sueños por cumplir, cuando ese país era el más próspero de Latinoamérica. (Leer aquí: El ‘rebusque’ de los limpiamotos venezolanos)

Ella cumplió muchas de sus metas. “Me fui acostumbrando a ganar bien y veía que lo que yo ganaba en Venezuela jamás podía ganarlo en Colombia. Antes podía mandar cuatro remesas de 300 dólares a mis hermanos, cuando mi mamá estaba enferma, y me alcanzaba mi sueldo. Pude comprar mis dos casas en Cartagena, nunca me faltó nada, ni comer bien, siempre tuve regalos para mis amigos. Ahora las cosas son a otro precio, son diferentes”, explica. Incluso se hizo ciudadana, pero el sueño se fue apagando y llegó la pesadilla de la crisis venezolana que ha golpeado al continente. En su apartamento, en un piso 10 de un edificio de Caracas, sobre las colinas del cerro Ávila, tiene de todo. Todo aquello que compró durante años, muebles elegantes, vitrinas, camas, vajillas, nevera, su ropa, sus zapatos y una fantástica panorámica de buena parte de la ciudad.

En el estacionamiento, todavía guarda su camioneta 4x4. El apartamento tiene todas las comodidades pero está solo, porque Carmen, como muchos otros colombianos, tuvo que salir de ese país, y solo vuelve esporádicamente para estar pendiente de sus cosas. Ahora pasa su tiempo entre Cartagena y Panamá. A pesar de todo, sigue eternamente agradecida con aquella tierra que alguna vez la acogió, pues, aún después de la crisis que la hizo salir, sigue viviendo de los ahorros de 40 años de trabajo en Venezuela.

‘Sueño obligado’
“Así como muchos viven el sueño americano de viajar a Estados Unidos, nosotros alguna vez vivimos el sueño venezolano”, me dice Estela Marrugo Torres. Y agrega: “estas paredes que ves aquí, las hice con plata venezolana, esta casa fue hecha con mi trabajo allá”. Aunque aquello del ‘sueño venezolano’ no lo fue tanto para ella. Llegó a Caracas a los 18 años, con el corazón roto. Su mamá, Esther Díaz Torres, sí se había marchado a trabajar ‘duro y parejo’ como empleada doméstica, para enviar dinero a su familia en el corregimiento de Bayunca, en Cartagena. Pero un día, a los 36 años, su cuerpo no aguantó más y sufrió un derrame cerebral. Se desplomó y murió en la misma casa de unos rabinos, donde se sudaba su salario, en la capital venezolana.

“Yo lloraba mucho, me dio una crisis, porque me hacía mucha falta mi madre. Entonces una señora me llevó desde Colombia a conocer la tumba de mi mamá en Caracas. Llegué en el año 1980, me acababa de graduar de bachillerato, me gustó cómo era el país, el clima, el trabajo, la calidad de vida y las comodidades. Por eso me quedé. Tenía 18 años.
“En principio trabajé en una casa de familia con unos alemanes que trabajaban en las petroleras, pero después hice un curso de belleza y trabajaba en peluquerías de Caracas. Ayudé a todos mis hermanos, éramos cuatro. Como yo era la mayor, con la muerte de mi mamá, entonces tuve que hacerme cargo”, explica.

Sin embargo, después de diez años, decidió volver a Bayunca. Aquí tuvo tres hijos y luego de eso regresó a vivir a Caracas. “Siempre tuve claro que iba a invertir en mi país, por eso hice esta casa, yo no tengo casa en Venezuela”, sostiene. Y, entonces, otra muerte la destrozó y la alejó de ese país.(Lea aquí: Venezolanos: drama que traspasa fronteras)

“Me asesinaron a uno de mis hijos, él tenía 26 años, no quiero recordar eso”, agrega. El muchacho llegaba de su trabajo al barrio de Petare, con tan mala suerte que una bala perdida lo impactó en su abdomen. El disparo salió de una manifestación contra Nicolás Maduro, en sus inicios como presidente. “No quiero regresar más allá, pero era un país maravilloso. Ahora, da tristeza. Aquí, en Bayunca, hay 3.200 venezolanos, según el último censo que hicimos. Como te digo, muchas casas de Bayunca, fueron hechas con plata venezolana, cuando allá había prosperidad”, agrega.

“Ahora estoy terminando la profesión de trabajo social, me gradúo este año. Mi mamá siempre quiso que yo fuera una trabajadora social, entonces mire, tengo más de 50 años pero estoy cumpliendo ese sueño”, añade.

“Todo lo que tengo”
Estela nos hace un pequeño recorrido por al menos cinco viviendas de Bayunca, cuyos dueños también persiguieron ‘el sueño venezolano’. Entre ellos Wilman Serpa, nacido en Clemencia. “Eso fue en el año 1993. Viajé con la ayuda de mi mamá porque en ese tiempo a mucha gente le iba bien por allá, buscando ese sueño de progreso. Era una Venezuela muy diferente a la de ahora. Y no puedo decir que me fue mal, lo contrario, me fue muy bien porque trabajé en una compañía de construcción, se hacía dinero, tengo mi casita allá, la tengo equipada con todo, en el barrio Palo Verde, pero no puedo traerme mis cosas. A raíz del problema económico se derrumbó ese sueño. Gracias a ese país, también tengo esta casita aquí, en Bayunca, aunque está sin nada, vacía, tengo mi casita aquí. Ya tengo 55 años y no me dan trabajo acá”, narra.

La señora Matea Cantillo tiene 77 años y solo hasta hace tres regresó de Caracas. Sus 40 años lavando platos, arreglando ropa, limpiando pisos, le sirvieron para comprar un terreno grandísimo de casi una cuadra en la misma Bayunca. “Le di un solar a cada uno de mis seis hijos para que hicieran sus casas. El trabajo aquí en la Costa era escaso, por eso decidí irme. En esos tiempos ganábamos lo suficiente para mandarle a los muchachos y mantenernos, el bolívar estaba al 17. Yo estoy acostumbrada a tener mi plata, así que sigo trabajando, hago sobrecamas, pijamas y las vendo”, dice. 

-¿Y sus hijos…?
- Ellos están grandes y son pobres, no tienen para darme todo y a mí me gusta trabajar.

País en crisis
Venezuela, el que fuera uno de los países de América Latina con una de las economías más sólidas, derivada de su bonanza petrolera, afronta una incontenible crisis económica, consecuencia de la caída del precio del petróleo, de la corrupción y malos manejos administrativos. La escasez de alimentos y medicinas ha motivado la migración de miles de venezolanos hacia países vecinos. Se estima que entre 2015 y 2017 salieron más de 900 mil venezolanos. Los colombianos que alguna vez se fueron a vivir allá, en aquella época de bonanza, se han visto precisados a regresar a sus ciudades de origen. (Lea aquí: El éxodo frustrado de papá).

Source: Colombiano que vivió el 'sueño venezolano' by vanguardiacom

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