Un museo indígena con cerca de más de trescientas cincuenta piezas precolombinas, se erige en medio de la soledad de la ciénaga, en la Isla del Edén, a 45 minutos en canoa desde La Boquilla.
Cuando hace más de veinticinco años, el empresario boyacense Misael Díaz Novoa, quien preside la Fundación Preservemos a Colombia, descubrió aquel paraíso que parece intacto después del séptimo día de la creación, lo único que se le ocurrió fue soñar con un museo que incluyera todas las culturas indígenas de Colombia, en un área planificada de una hectárea de cielo y agua.
La construcción se inició a sus ochenta años de existencia, y ha visto cumplida su utopía en el Caribe. A lo largo de dos décadas atesoró réplicas de piezas de la cultura agustiniana, muisca, zenú, quimbaya, chimila, tairona, y esperó el tiempo y el espacio para erigir su osadía: el Museo Precolombino de la Paz que se inauguró el pasado sábado 8 de octubre, con el estreno simultáneo del filme Chamán, el último guerrero, y la presencia de autoridades del distrito, ambientalistas, gestores y líderes del sector cultural de Cartagena.
Cuando el periodista Juan Romero Cortés, director ejecutivo de este museo, me contó esta sorpresa, creí que era una de las tantas desmesuras de la imaginación, y solo lo comprobé cuando en la mañana del miércoles, decidí verlo con mis propios ojos. Es de verdad, una maravilla ver en medio de la ciénaga, un bosque de estatuas de San Agustín con 14 réplicas de su cultura funeraria y ceremonial. Una de ellas, la que más me impactó fue “El otro yo”, en donde el indígena se mira desde adentro como si fueran dos seres al mismo tiempo. Es conmovedor ver el rostro del chamán, grave y silencioso, luego de que la comunidad se desilusionara ante la imposibilidad de que curara todas las enfermedades.
El museo posee auditorio multifuncional, un sendero de la memoria ancestral con piezas señalizadas de todas las culturas precolombinas bajo un bohío, un área ajardinada y arborizada que integrará la huerta de las plantas medicinales, un valle de las estatuas con figuras precolombinas que reflejan el mundo de la familia, algunas de ellas, forjadas en roca volcánica y en cerámica. Collares tallados de los caciques y chamanes, urnas funerarias, una enorme alcancía ceremonial donde los indígenas depositaban tortas de sal y granos de maíz para sus deidades. El museo tiene un área social para los viajeros y visitantes, y trabaja en la señalización y acceso para todos los que deseen conocerlo, apoyado en la experiencia interinstitucional de especialistas para una agenda de conferencias, exposiciones conciertos didácticos.
Muy cerca de este museo se descubrió el antiguo cementerio de los indígenas Mocanaes, cuando los vecinos de Villa Gloria construían sus casas. Excavando se tropezaban con esqueletos de indígenas. Lo más difícil de esta hazaña cultural de Misael Díaz Novoa no fue solo reunir las piezas de su museo, sino movilizar las piedras en canoa para erigirlo. Cuarenta hombres de Villa Gloria, La Boquilla y Marlinda, en cuatro canoas, emprendieron el primer viaje extenuante de la construcción del museo, que duró dos años. Nadie puede presentir que en medio de la espesura silenciosa de los manglares, exista un museo que promete ser uno de los más ambiciosos y completos del Caribe y América Latina.
Un viaje de milagros en la ciénaga
Del entramado de los manglares de La Boquilla, cruzamos por el viejo Túnel del amor, y salimos a una ciénaga inmensa, intacta después del séptimo día de la creación. Fuimos acompañados por los brasileños André Galhardi y Flaviane Moyara Ferreira, el periodista Juan Romero, Alexander Herrera “El Papa”, quien remó en este viaje, y el biólogo Alejandro Tatis Serrano. La sorpresa fue encontrarnos con la maravilla del Museo Precolombino, en medio de las aguas, y ser recibidos por Rubén Darío Barón Hoyos, Fiscal de la Fundación Preservemos a Colombia. Solo susurros de pájaros y raíces de mangle.
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