Facetas


Un año sin Gloria

I. El secuestro
Sor Gloria estaba rezando en una iglesia cuando la secuestraron. Eran tipos de Al Qaeda, estaban armados, muy bien armados, y ella suplicó que no se la llevaran. Les dijo que es una simple misionera, que no tiene plata, ni poder, pero nada. A los yihadistas les valió m… madre, se la llevaron en una ambulancia que ese mismo día apareció abandonada cerca de la iglesia, en una aldea llamada Karangasso, a 400 kilómetros de Bamako (capital de Malí- África).
Era siete de febrero de 2017, ha pasado un año y cuatro días. Gloria, ¿cuándo regresarás a casa?

II. El llamado
Gloria Cecilia Narváez Argoti comenzó a sentir la vocación hacia la vida religiosa en una iglesia de Pasto, llamada San Felipe Neri. “Mi mamá era muy amiga de los párrocos. Somos cuatro hermanos, dos mujeres y dos hombres, y asistíamos al templo desde pequeños. Ayudábamos a preparar a los niños para las primeras comuniones y confirmaciones”, me dice Édgar, uno de los hermanos. 

Para cuando se graduó de bachiller, Gloria ya recorría zonas deprimidas de Pasto, como el barrio Corazón de Jesús. Ya tenía sembrada en ella una semilla caritativa, tanto que envió una carta a la comunidad Franciscana de María Inmaculada de su ciudad, en la que pedía ser admitida, quería seguir su vocación y ese sueño de ser religiosa no sorprendía a su familia, todos veían con buenos ojos sus intenciones.

“Las hermanas Franciscanas vinieron a la casa y vieron que era una familia llena de valores y la aceptaron. Hizo su noviciado, su apostolado, se ordenó como religiosa en 1996 y estudió pedagogía en primaria en la Universidad Mariana. Acá hay un colegio muy grande en un municipio que se llama Samaniego, ahí estuvo como rectora por tres años”, me explica Édgar.

Su siguiente destino sería la ciudad de Ibarra, en Ecuador, cerca de la frontera con Colombia. “Estuvo enseñando a los niños dos años allá, regresó a Pasto, viajó a México por tres años, luego fue a Suiza, de donde es la comunidad religiosa a la que pertenece. Regresó a Colombia y después iba a reemplazar a una hermana en África por tres meses, en un estado que se llama Benín (noroccidente)”, recuerda.  Esos tres meses terminaron por convertirse nada más y nada menos que en 16 años como misionera en África.

“Venía en cada diciembre. A los ocho años de estar allá, nosotros le dijimos que se quedara en Colombia por el peligro, pero ella volvió, siguió como misionera por ocho años más, se fue para otro estado que se llama Malí. Ahí fue donde la secuestraron”, cuenta Édgar.

III. El día que se fue a Malí
Antes de abordar el avión, en el Aeropuerto Antonio Nariño, Gloria Cecilia Narváez Argoti pagó una costosa multa por exceso de equipaje. Los regalos hicieron sus maletas mucho más pesadas de lo permitido, pero ella se negó a desempacar algo de la ropa, comida, uniformes, jabones, champús, zapatos y juguetes que llevaría a los niños de una remota aldea en la República de Malí, en el noroccidente de África. Quería que toda la ayuda llegara completa para sus pequeños. Era diciembre  de 2016, se marchaba otra vez a cumplir su misión.

Entre la confusión, la tristeza y el llanto, propios de una despedida, ese día su familia le dijo hasta luego a la misionera. Los Narváez perdieron la cuenta de las despedidas, porque Gloria se la pasaba de misión en misión. Esta vez, como todas las anteriores, esperaban verla regresar pronto, quizá en unos cuantos meses, pero nada que regresa. La espera, que se ha dilatado, ahora parece eterna y los tiene en vilo, todo el día, todos los días. Los yihadistas que la tienen piden dinero por liberarla, pero ni siquiera se sabe cuánto.

Doña Rosita Argoti, la mamá de Gloria, ha visto dos vídeos de supervivencia que atizan la esperanza y alivianan la incertidumbre. El último, en enero pasado, los dejó con un sentimiento agridulce (el primer video se conoció en julio pasado). En las imágenes, la misionera colombiana ruega al papa Francisco que intervenga y que interceda por su liberación.

IV. Una llamada
Cada jueves, a las 8 de la mañana, religiosamente, el teléfono repicaba en casa de los Narváez. Era la voz de Gloria, desde el otro lado del mundo llamaba a su hogar. Tal vez para contar alguna de sus aventuras, simplemente para decir que estaba bien, para preguntar por sus tres hermanos, Carlos, Édgar y Carmen, o por sus sobrinos, para recordarles que pronto volvería a Colombia, o solo para decir: ‘Hola mamá, ¿cómo estás?’.

Su madre, Rosita Argoti de Narváez, esperaba ansiosa esa llamada. Ahora, todos los días son dolorosos, pero el jueves es el peor de todos. La señora, de 84 años, tiene la incertidumbre encrespada en el corazón, espera escuchar al otro lado de la bocina la voz de su hija, o una llamada con una buena noticia: “Gloria está libre. Fue liberada, ya no está secuestrada por terroristas africanos”.

“La esperamos”

“Es una alegría inmensa saber que ella está viva, pero la felicidad no es completa porque la incertidumbre a veces nos desanima mucho, a mi mamá la oración la ha mantenido firme. Ojalá podamos tener a Gloria aquí en casa antes de que finalice el semestre, ella es muy fuerte, es un ser carismático que trasmite mucha paz y la gente en el barrio la quiere mucho. La esperamos pronto en casa, sana y salva”, expresa Édgar, hermano de la religiosa secuestrada en África. 

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