Si hay un barrio en Cartagena que ha dado glorias al béisbol es Torices.
José Miguel Corpas, Marcial Del Valle Contreras, José Ignacio Padilla, Chita Miranda, La Chiva Barrios y el gran Abel Leal le pegaron duro a esa pelota.
Hoy sus habitantes también están dando batazos, pero a los delincuentes que tienen azotado el lugar.
Hartos de la inseguridad y de la incompetencia de las autoridades locales decidieron hacer justicia por su cuenta y defenderse de los ladrones.
Al ser un barrio de beisbolistas, la mayoría de los vecinos tiene, por lo menos, un bate en sus casas. Hombres y mujeres saben muy bien cómo manipularlo: crecieron viendo el deporte de la pelota caliente. Y los que no; o mejor, las que no, se las ingenian. Porque en Torices, insólitamente, quienes más se protegen son las mujeres.
“Antes, cuando venían a atracarnos, nos poníamos a llorar y a gritar como locas. Ahora nos hemos vuelto bravas. Hay que darles duro a esos desgraciados. Oye, por quitarte una bobada te matan. Teníamos que buscar la forma de protegernos”, dice enérgica una de las vecinas del sector.
A lo que el resto se alborota. Solo se escucha “hay que darles”, “bandidos esos”, “que los maten”, “no nos vamos a dejar”. El resto de expresiones resultan imposibles de descifrar.
El reloj marca las 11 de la mañana. Estamos reunidos en la calle El Papayal, según sus residentes, una de las “más saludables” de Torices. Me sorprende que no hice cita previa con ellos. Escuché de un conocido, que a su vez escuchó de otra amiga, que en ese sector los vecinos tuvieron que armarse con bates y hacer justicia por sus propias manos, porque a la Policía le quedó grande la inseguridad.
Llegué a la casa del músico Eliseo Herrera. Hablé con una señora de esa calle y le conté lo que había escuchado. Me dijo que la esperara un momento. A los 15 minutos ya tenía reunidas a cerca de 20 personas que se despacharon a hablar, con la única condición de reservar sus nombres. No le vi problema. No me interesaba su identidad, pero sí su historia.
La mayoría llevó el bate con el que se resguarda; otras, trajeron distintos objetos de defensa que hacen las veces del bate, y, según ellos, pegan más duro.
“Con este palo le doy manduco al que sea. Este palito lo cojo para pegarle a los pescaos cuando están furiosos y no se dejan arreglar, pero también es mi arma”, me dice la mujer, quien todavía está en pijama.
Son personas de bien. Se ve a primera vista que son muy unidos. Todos se conocen y se defienden entre sí. Comparten hasta un plato de arroz. Si llueve, le recogen la ropa al vecino; y entran sin permiso a la casa del otro por un vaso de agua. Parecen una gran familia. No dejan de sorprender esas acciones. Eso ya no se ve, no se usa. Es fascinante.
Me cuenta una de las más jóvenes que un domingo, como ya es costumbre, estaban compartiendo en la casa de un vecino. Pusieron música, compraron cervezas y se pusieron a echar cuentos. A eso de las 3 de la tarde llegaron dos motocicletas con cuatro tipos armados.
Dos de ellos se bajaron rápidamente y entraron a la vivienda, que está sobre toda la avenida principal de Torices, y los amenazaron.
Lo más insólito es que le apuntaba en la cabeza a un bebé de 2 años que estaba en ese momento en la mitad de la sala jugando con unos muñecos.
“Uno de los tipos le apuntaba al bebé y nos decía que si no le dábamos los celulares, iba a matar al niño. Todo el mundo salió corriendo hacia el patio. Por fortuna, éramos muchos y solo lograron quitarle el celular a la hija de él”, dice, señalando a otro vecino.
Un muchacho que va llegando a nuestra improvisada reunión escucha el cuento ya casi terminando y me dice: “Ay, nena, eso fue horrible. Yo venía saliendo de la cocina con mis tres frías (cervezas) y cuando veo ese ‘bololó’, adivina dónde terminé: debajo de la cama”, expresa, y el resto se suelta a reír como si revivieran el momento.
Días después de lo ocurrido, la gente seguía nerviosa. Los mismos de esa vez estaban en otra casa hablando cuando vieron que dos hombres en motocicletas pasaron por el frente. Uno de ellos se bajó y amenazó a una señora que estaba barriendo su terraza. La mujer entró corriendo al garaje y cerró la puerta, pero el hombre intentaba meterse como fuera.
“Nosotros veíamos todo por la ventana. Nos sentíamos impotentes, porque los tipos estaban armados. La puerta del garaje bajaba muy lento y el tipo se agachaba para meterse. Escuchábamos los gritos de la señora hasta acá. Por fortuna, el hombre no pudo entrar”, cuenta otra mujer.
Nuevamente, la comunidad enloquece y comienza a echarme cualquier cantidad de cuentos que no logro retener. Como de un tal Gerardo que estaba lavando su carro y le mandaron un mensaje de whatsApp y los ladrones le quitaron no solo el celular, sino el reloj y cuanto vieron que tenía de valor.
O el de la mamá de “El loquillo”, o algo así, que la arrastraron por toda la calle. O al sobrino de fulanita que lo atracó una mujer.
O el de la esposa de “Migue” que por su trabajo llega tarde en las noches, y a el le toca esperarla con un bate en la puerta, porque los ladrones ya saben a qué horas sale y llega a su casa.
Compraron cámaras, y ni así...
Una señora pide la palabra, porque ya se tiene que ir: dejó el arroz en el fogón y se le va a quemar. Todos callan:
“Mira, las calles más sanas van de la 40 a la 43. A nosotros, que somos de la 42, nos tocó reunir entre todos los vecinos y comprar cámaras, porque eso está caliente por ahí”.
Un vecino más joven la interrumpe y la mujer coge tanta rabia que no termina la historia y se va mejor a cuidar su arroz. El muchacho me dice que por su calle crearon también un comité de seguridad y entre todos reunieron el dinero para comprar interruptores para las casas.
“En mi calle pusimos una cuota para comprar el interruptor. Cada vez que se forma el ‘bololó’ uno lo presiona y suena qué tronco de alarma que todo el mundo se entera. La vaina es que llegues a tiempo y no te jodan antes de presionarlo”.
Por eso, si usted llega a ir al barrio evite términos como: “cójanlo”, “ahí va”, y sobretodo, “ese fue, ese fue”.
La señora que me hizo el contacto con el resto de vecinos no ha soltado un solo momento el bate. En medio del bullicio, empieza a susurrar algo para ella. Lo curioso es que todos se callan para intentar escucharla:
“Esto es insoportable. Ya ni el bate es suficiente. Porque puede que lleves tu bate, pero para pegarle al ladrón tienes que acercarte. En cambio ellos andan con su revólver, así que te pega tu tiro de lejos y ya”, dice, visiblemente, cabizbaja.
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