Facetas


Sevilla, seis metros sobre el nivel del mar

ANDRÉS PINZÓN SINUCO

24 de agosto de 2014 12:02 AM

Sevilla abría el cielo de su boca. La recepcionista del hotel Lis II ha dicho que hoy es posible desarmar la muerte, o lo que es lo mismo: un cuarto con acondicionador de aire, cama cómoda, baño privado y una ciudad que está detrás del umbral del Callejón Olavide del Casco Antiguo de la Capital de Andalucía.

Desde aquí, desde una Sevilla que se pasea incluso en tranvía, se siente el denso vaho del verano. Agosto hace que Sevilla transpire, pero no lo suficiente para arruinar una visita tan esperada. Una vez registrado por 29 euros cada noche de mi corta estancia, espero a Álvaro de Los Reyes y a Piedad Bejarano, un par de sevillanos que se han ofrecido a llevarme en un recorrido por los sentidos.

Son las 8 de la mañana de un viernes. Lo primero es desayunar. Lo más típico para esta hora es una tostada recién calentada, aceite de oliva, finas rodajas de tomate, jamón serrano y un ‘manchado’ (café con leche). La rubia Piedad dice que es su momento favorito del día, exhibiendo con gusto la tostada entera que ha comprado.

Sus ojos azules de chica Almodóvar son lo primero que llama la atención de esta periodista española a quien conocí trabajando en la Universidad Internacional de Andalucía.

Álvaro, por su parte, es un estudiante de Ingeniería Mecánica. Tiene barba y aspecto de metalero. Ambos forman parte de la cuarta ciudad más poblada de España con 700.169 habitantes, sólo por detrás de Valencia, Barcelona y Madrid.

Nos echamos por fin a andar sin otro ánimo que el de soslayar calles que sirvieron de escenario de la batalla final que enfrentó a romanos y cartagineses en el 206 a.C., siendo esta la primera colonia romana itálica. Incluso el propio emperador romano Julio César (45 a.C.) convirtió a los sevillanos en ciudadanos romanos en pleno derecho.

Tras caminar un Centro Histórico que se entremezcla con la modernidad de taxis BMW y Volkswagen con monumentos góticos, aparece la Catedral de Santa María de la Sede de Sevilla, el templo cristiano con mayor superficie del mundo construido desde 1401 hasta 1433. Es dentro de esta edificación cuando Álvaro y yo escuchamos a Piedad presumir que sus padres se casaron de manera excepcional en este lugar declarado patrimonio histórico de la humanidad en 1987 y bajo el que reposan los restos de Cristóbal Colón.

Por un momento me traslado a Cartagena gracias a la reminiscencia de los coches halados por caballos que están bordeando a la Catedral a la espera de los ‘guiris’, término con el cual los españoles reconocen a los extranjeros de habla inglesa.

Si usted va a Sevilla puede llegar hasta este monumento prácticamente desde cualquier punto guiándose por la Giralda, nombre que recibe el campanario de 104 metros, de la Catedral, cuya cúspide tiene una esfera llamada tinaja sobre la cual se erige el Giraldillo, una estatua que hace las funciones de veleta, siendo la escultura en bronce más grande del renacimiento europeo.

Conforme avanza el día, la rubia, el metalero y yo empezamos a sudar a chorros. “Qué calor, illo”, sentencia Álvaro, verbalizando la sensación compartida de esta metrópoli situada en el Sur Oriente de la Península Ibérica, a tan sólo 6 metros sobre el nivel del mar en plena campiña del Río Guadalquivir. Nos metemos a un bar por unos tintos de verano. Aprovechamos para tocar temas políticos que conducen al anti-monarquismo de mis dos compañeros de viaje.

Como azuzan casi unos 38 grados centígrados, decidimos ir despacio y por la sombra hasta el pulmón más famoso de Sevilla: El Parque María Luisa.
Se trata de un hermoso jardín público de 34 hectáreas, inaugurado el 18 de abril de 1914 con el nombre de Parque Urbano Infanta María Luisa Fernanda de Borbón. En este lugar no solamente son frecuentes los flashes de las cámaras fotográficas sino las citas y encuentros de los enamorados que desde hace casi un siglo han escogido su frondosa vegetación como punto de encuentro, entre la hierba habitan las pasiones cómplices de unos y otros, y si el parque hablara sería el mejor testigo de los besos que se repiten en cada generación.

El trayecto ahora nos conduce a la Alameda de Hercúles. Y es que a este héroe mitad Dios y mitad mortal, hijo de Zeus en la mitología griega, se le atribuyen las leyendas de la fundación de Sevilla. Estos difusos orígenes derivan en este importante jardín público que por su antigüedad (1574) se clasifica como el más antiguo de España y Europa, situado en el extremo norte de la urbe amurallada y próximo al barrio de la Macarena. Allí almorzamos en Pomodoro, un restaurante italiano.

Pedimos dos pizzas, una botella de vino para los tres y nos sirven aceitunas negras y verdes como aperitivos. Mientras esperamos, la tarde empieza a tornasolar todo el panorama.

Tras llenar el vientre, la siguiente escala de nuestro concurrido día es la Plaza España. Un espectacular conjunto arquitectónico encuadrado en el Parque María Luisa. La primera vez que escuché sobre este lugar fue cuando sirvió de escenario en la película de Star Wars Episodio II: El Ataque de los Clones. Esta plaza de 200 metros de diámetro y de forma semielíptica, representó al planeta Naboo en la cinta. Allí se nos va casi toda la tarde.

Queda aún todo por ver, mas la noche nos hace perezosos. Los pies están resentidos y sólo nos anima una conversación tranquila al lado del Guadalquivir. Así que el lugar elegido es Triana, uno de los barrios más famosos por su tradición histórica que se confirma por el hallazgo de restos romanos, antiguo arrabal y entrada hacia la comarca de Aljarafe. Aquí, en Triana y tras cruzar el hermoso puente de Isabel II conocido popularmente como Puente de Triana, encontramos sosiego.

La luna se posa diagonal a la Giralda anunciando una velada atractiva y apuntando el detalle final de un amplio espectro de emociones sobrecogedoras, bajo las cuales mis dos amigos sevillanos y yo nos maravillamos. La hospitalidad, generosidad y sentido del gusto de Álvaro y Piedad se parecen también mucho a Sevilla, y desembocaron en un primer día que integra un recuerdo nítido como un anillo.

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