-¿Qué pasaría si se cayera el internet, pero para siempre?- preguntaba a quien me encontraba-
-Ay, jueputa, ¡no!- era la respuesta más común.
Los rostros de los entrevistados denotaban angustia, desespero, aflicción e incluso zozobra. Era como si les preguntara por el fin del mundo. La gran mayoría, antes de contestar, repetía para sí el interrogante: ¿si se cayera internet para siempre? Un cuadro simpatiquísimo.
Las primeras en responder fueron dos jóvenes que iban ingresando a la Universidad de Cartagena. ¿A qué? Ni idea, porque en el Alma Mater todos están de vacaciones, a excepción de un amable vigilante.
Una de las chicas expresó: “¡Noooooo!, ¿cómo así? Es que sin internet siento que mi vida sería muy aburrida, porque la mayoría del tiempo vivo con el celular en la mano, así que sería como perder un hijo”.
La otra, quien tenía las manos en la cabeza como reflexionando, me dice: “¿No tener internet?, sería como dejar de comer; o sea, algo que tú no puedes controlar. Entonces si se fuera así de repente, creo que algunos quedaríamos locos”.
María Vélez, estudiante de Trabajo Social; y Paola Lobos, de Derecho, se quedaron hablando del tema. ¿Cuál es el alboroto? Dejarían de estar pegadas a ese chócoro y compartirían más tiempo con sus seres queridos y con su círculo de amigos. Y, pues, si lo que les preocupa son los trabajos de la universidad, podrían buscar la información en las pesadas__y muy seguramente polvorientas__ enciclopedias y otros libros en físico que hace rato no se usan en la Bartolomé Calvo y otras bibliotecas de la ciudad. Adiós Google.
Al que no le pareció ni tan mala idea, y hasta deseó que ocurriera, fue a Darío Pastorín, un artesano, quien, por su acento, parecía que estaba de paso en la ciudad.
“Debería irse, porque uno gasta demasiado tiempo con la cibernética y pierde el contacto con la naturaleza. Entonces, estamos formando una capa falsa alrededor del planeta, y eso le está ocasionado grandes problemas a la tierra y a nosotros como especie”.
Al que le tocaría cambiar de oficio es al administrador de un café internet cerca a la UDC. Es publicista y diseñador de profesión, le tocó ir innovando a medida que lo tecnología lo hacía. Pero cómo extraña esa época en que sólo era el papel, el lápiz y su imaginación.
“No me daría mala vida por eso, volvería a como era antes: bocetos, el diseño a mano, agarrando los colores prismacolor como en la universidad. Así haría desde un logotipo hasta una valla publicitaria en papel”.
Saliendo del café internet, encuentro un muchacho con voz de locutor light invitando a los transeúntes a que entremos a un restaurante. Le hago la pregunta, y me dice que acaba de pasar una semana desconectado del mundo, sin celular, sin datos, y se siente más relajado que siempre.
Es músico y locutor. Se llama Andrés Suárez, pero es conocido como el Besucón.com. Lo único en que le afectaría si se fuera el internet sería en la música. Ya no sabría dónde subir los demos que hace. Necesitaría a alguien importante que lo promocione, y no tiene los recursos ahora mismo para eso.
“A los músicos aficionados nos ayuda mucho la red, porque, por ejemplo, a través de Youtube muchos subimos los archivos, el material. Para nosotros es el mayor avance”.
Y eso que sólo fue un día
El fin de semana pasado, exactamente el sábado en la noche (el día en que la gente más hace planes) se cayó el servicio de red de Une y las líneas estaban lentísimas. No había whatsApp en operadores como Tigo y Claro.
Quienes inventaron alguna salida antes de esa hora, tenían la incertidumbre de si los dejarían plantados. Y los que se quedaron en la casa; bueno, ellos no sé qué hicieron. Pero hubo otros para quienes la paranoia fue aún mayor. Es el caso de un funcionario de El Universal, quien creyó que su teléfono había sido “hackeado” y se armó una película de ciencia ficción: insólita.
Por fortuna, el servicio se restableció después de medianoche, y quienes no pueden vivir lejos de la red, descansaron.
¿Teléfonos inteligentes? ¿Eso qué es?
Lo primero que haría el editor web de este diario, Fernando Carreño, sería botar su teléfono celular: “¿Esa vaina para qué?”, dice y se rasca la frente.
Son contadas las veces que usa el plan de voz del teléfono, además que le da hartera cargar con un aparato que, al no estar en red, dejaría de ser inteligente.
Al irse el internet, las webs y portales informativos que estaban desplazando al papel, desaparecerían. Por eso, a Fernando le tocaría ipso facto renunciar a su trabajo o esperar ser reasignado a trabajar en el impreso, cosa que poco le agrada porque él y el papel no tienen mucha química. Le da pereza tener que esperar todo un día para ver la noticia que redactó. Se acostumbró a la inmediatez que ofrecen los medios digitales.
En sus términos, se le jodería la vida por completo: ¿Cómo pagaría los servicios y el alquiler del apartamento donde vive? ¿Cómo entretendría a sus dos hijos, sino con un video en la tableta?
“Otra cosa, yo no soy de Cartagena, no tengo amigos aquí. El medio que uso para comunicarme con ellos es Skype. Me tocaría volver al telegrama, la paloma mensajera. No sé...”.
Los amigos... eso es que lo que más le preocupa a Óscar Hernández, un administrador de empresas que tiene en su Facebook 2.834 amigos y en su perfil de Instragram 2k (2000 seguidores). Las fotos que sube a su perfil tienen de 50 likes en adelante, menos de ese número, imposible.
Si hoy se fuera el internet, cree que se armaría un caos no sólo en su vida, sino en el mundo. A su novia la llamaría poco. En lugar de eso, retomaría las cartas de papel, y para que no lo olvide le echaría su mejor perfume.
-¿Qué sería lo peor de que se fuera el internet?-pregunto, al ver su notable angustia.
-No poder chismosearle la vida a la gente.
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