Facetas


La tragedia que 'emboscó’ a héroes del fútbol

Un gran nubarrón se alza en el cielo. Ya se aproxima una fuerte tormenta; y en un autobús un vallenato anuncia una tragedia que ilustres héroes presagiaron y terminó llevándolos consigo.

Mientras tanto, en la carretera una vaca lentamente moría. Tras pastar hasta hartarse, enloquecida rompió su cerca intentando atravesar la vía, pero fue embestida por un carro fantasma.

Inerte se cubría con la noche y la lluvia que caía ese sábado 30 de octubre de 2004. Y por el camino,  aquellos titanes vistiendo de verde y blanco, se acercaban en el autobús.

Aguerridos y aún adolescentes, forraban su ser con armaduras de sueños, mientras que sostenían como bandera, hacerse profesionales y llegar a la cúspide del fútbol.

A Ciudad Sincelejo, uno de los dos equipos costeños clasificados a la final del Campeonato Nacional Interclubes Sub 17, lo esperaban con temor Deportivo Cali y Millonarios.

El periplo deportivo llevaba dos periodistas. Estaban ansiosos por contar las hazañas que todos esperaban de los virtuosos atletas en la fría Bogotá.
La “embarcación” capitaneada por el presidente de la Liga, Jaime Osuna, navegaba entre Bosconia y Pailitas (Cesar) con casi cuatro horas de travesía.
Con la bandera de Sucre en el pecho llevaban más de 220 kilómetros recorridos desde la cancha de Florencia, de Sincelejo, donde se reunieron para “zarpar”.

Todo era camaradería entre los ocupantes del Brasilia, quienes planeaban llegar a Curumaní para cenar y descansar, pero de repente todo se oscureció para siempre.

Una fuerte tormenta
De la nada apareció una tractomula. Venía en sentido contrario e hizo cambio de luces al bus que arrullaba a los deportistas en cómodos asientos.
Veloces ambos se acercaban a la vaca que yacía inalterable y el piloto de la máquina de carga, al arrollar el semoviente, perdió el control en la estrecha autopista.

La “mula”, cargada con 30 toneladas de carbón, asomó su vagón convertido en una inmensa y afilada hacha, arrasando la nave del onceno.
Eran las 7:05 p. m. y minutos antes los jóvenes habían bailado hasta cansarse la canción del momento: “Gasolina”, de Daddy Yankee. Luego, ya sin alientos, permitieron a los adultos de la delegación escuchar vallenatos.

Pero aquel endemoniado filo borró esa alegría en un solo parpadear, acabando de tajo la vida de ocho futbolistas, el preparador físico y el presidente de la Liga.

Rafael Orozco siguió cantando como si nada “La creciente”, aunque el bus envuelto en una dantesca escena, había sido lanzado a un barranco.
Yacía mutilado, y en sus retorcidos fierros, había ocho cadáveres. Mientras, los jugadores Milton Hurtado y Nelson Bustamante morían destrozados a unos 40 metros.

No era una pesadilla
Agonizaban miles de ilusiones y entre sombras de luces declinadas afloraban gritos y llantos envueltos en incertidumbre y terror.
Algunos vieron de inmediato la magnitud de la tragedia, uno, Rodolfo Bolaño. Valientemente, tras notarse ileso, el preparador de arqueros, empezó a auxiliar a los heridos.

Por el estruendo, un llantero que trabajaba a unos 50 metros dejó su taller y corrió hasta llegar al lugar alumbrando la escena con una linterna. Angustiado decía que había avisado a la Policía sobre el animal en la vía, media hora antes del siniestro, pero que unos uniformados llegaron, lo observaron y se marcharon. Mientras tanto, Luis Grau, técnico de la Selección, salía como podía de la destartalada carrocería. Caminaba sin rumbo en línea recta tropezando como zombi y con sus manos se tomaba la cabeza. De repente, en tinieblas, apareció un hombre de aspecto militar. Dijo a Bolaño saber de enfermería. “Apuntaba” con una mano al cuello de cada cuerpo y decía si estaba vivo o muerto. A su encuentro con Bolaño, Grau le dijo con voz quebrada: “Bola, encárgate de todo”. Más tarde fue visto sentado sobre una piedra en la llantería llorando como un niño.    

El estratega se había traído a trabajar con él desde Barranquilla a su mejor amigo, Julio Romero, el primero en ser impactado por el tráiler. Iba al costado de la ventana del segundo sillón de la izquierda con el periodista Walter Contreras, quien escapó del latigazo y vio morir a su lado al preparador físico.

El periodista Felipe Bertel se sintió caer en un abismo, pero estaba en la entrada al corregimiento Loma de Potrerillo. Un asiento aprisionaba sus piernas y a su lado estaba el cadáver en posición fetal del jugador Enrique Osuna.

Llegaban personas, unas a curiosear y otras a auxiliar, también la Cruz Roja, la Policía y la Fiscalía, que a eso de la 1 a. m. ya casi acababan de levantar los cadáveres.

Los heridos fueron trasladados al hospital de Bosconia y los ilesos a un hotel donde amanecieron sin dormir. Vivos, pero también deshechos, recibían llamadas de familiares que no creían tal tragedia.

Y los presentimientos sobre el siniestro no duraron en salir a flote. El volante Eider Marmolejo, uno de los fallecidos, había escrito en una pared de su cuarto, “Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”. Pero la frase, descubierta horas después del accidente por su hermanito menor, no fue la única. En la habitación de su madre anotó: “Cristo te ama y siempre te amará, mamá”. Instantes antes del accidente, tras leer la Biblia, Eider recostó su cabeza, cerró sus ojos y comenzó a orar en silencio, así lo cuenta Adrián Guzmán, quien iba a su lado y fue uno de los futbolistas sobrevivientes.

Cicatrices y esperanzas
Ya pasaron 13 años y de la tragedia aún fluyen tristes consecuencias, una de ellas: la muerte de Nelson Bustamante. Tras la desaparición de su único hijo, Nelson Enrique, el próspero comerciante entró en depresión, quebró, enloqueció y murió. A su dolor se le sumó impotencia al precluir las investigaciones contra el conductor de la tractomula, quien alegó no haber visto la vaca.

Diego Berdugo, sobreviviente, jugó en Primera B y hoy es odontólogo; Johnny Ríos, destacado arquero del Junior, hoy es policía y Rafael Prens, quien actuó con el Tolima, es comerciante.

Luis Vitola, es profesor de matemáticas; Francisco Pacheco, abogado; Johan Berrío tiene su propia escuela de fútbol; y Jairo Sierra es asistente técnico.
Algunos son padres, solo practican fútbol por salud y se emocionan al ver por televisión a Juan Guillermo Cuadrado (Juventus) y David Ospina, a quienes enfrentaron en festivales.

Rodolfo Bolaño fortaleció su vena artística, hoy combina su trabajo como preparador de arqueros con la prosa urbana y la pintura, además se graduó como psicólogo.

Los periodistas Contreras y Bertel no superan el miedo a viajar, pero detrás del micrófono agradecen la nueva oportunidad que les dio la vida. 
Entre tanto, Grau, quien quedó traumado por la muerte, prácticamente en sus manos, de estos diez héroes del fútbol, lucha día a día contra este enorme peso.

“Era una selección de alto nivel técnico, jugaba con base en la posesión de la pelota y una estructura poco conocida en sus momentos, pues lo hacía con tres centrales”, recordó.

Este equipo siempre pensaba en ir a buscar el triunfo jugará donde jugara, tenía una táctica en cada partido, según el estratega y ex futbolista del Junior en los 70.

Dentro de la investigación del accidente, el supuesto dueño del semoviente negó su propiedad y nunca se le pudo comprobar su tenencia. La solicitud de indemnización a familiares de las víctimas falló al ser revocada la responsabilidad indilgada a la empresa para la cual trabajaba la tractomula.
Por su parte, los policías dijeron haber visto la vaca en la vía, pero que los vehículos podían pasar sin problemas.
Y como castigo por enfrentar la impunidad, los familiares de las víctimas resultaron condenados con el pago de 7 millones de pesos por costos del proceso.

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