En busca de un fantasma que no la deja vivir tranquila hace 13 años, María Mercedes Elles Cervantes revisa cada calle por la que pasa. Es el fantasma de la angustia y del espantoso sentimiento de lo desconocido. De la vida y la muerte, del estar y no estar.
Son casi cinco lustros en los que ha cargado una fotografía impresa en un papel. Es una fotografía de carnet y en ella se ve a un joven de cabello negro y corto. Es Óscar Alfonso Cantillo Elles, su hijo.
La madre recuerda que para esa foto tenía un suéter de color azul turquí y que se la tomó en el 2001, en Cali. Es la misma foto que ha fotocopiado miles de veces para pegarla en infinidad de lugares, con el rótulo ‘Se busca’.
Por momentos está tranquila, luego sobrevienen los ataques de pánico y debe capotearlos para no romper en llanto al ver la imagen. Lo único cierto es que le dan ganas de salir corriendo y no parar.
La mujer tiene 58 años. Se aferra a que antes de partir de este mundo, antes de que la vida se apague en el último abrazo, se dé la oportunidad de saber qué pasó con Óscar, el mayor de sus dos hijos.
El turbaquero, que tendría 31 años, se esfumó en condiciones que aún no han sido esclarecidas por las autoridades.
“Desaparición forzada”, dice el registro que tiene María Mercedes Elles en su poder, en el que un fiscal especializado, de Cali, certifica que asumió la investigación del caso. Sin embargo, ella desconoce qué significan esas dos palabras, nadie le dice qué fue lo que pasó con Óscar.
“Lo acusaban de robo”
María vive en Calle San Pablo, en Turbaco. Cuenta que su karma comenzó luego de que Óscar se alistara para prestar el servicio militar en el Ejército Nacional.
—Hizo dos años de curso y luego se convirtió en soldado profesional— recuerda la mujer, mientras aprieta el papel desgastado y a blanco y negro—. Hacía parte del Batallón Pichincha Salabarrieta, en Cali.
Con la congoja propia de una madre que ha tenido que soportar lo innombrable, dice que luego de cuatro años en ese organismo estatal, al parecer Óscar Alfonso empezó a sufrir trastornos mentales.
—Hay constancias médicas que confirman que entró bien y que luego tuvo esos problemas mentales— sostiene María Mercedes.
Los problemas del muchacho se agravaron en agosto de 2002, cuando le dieron un permiso en el batallón y no regresó.
—En esos días a él lo vieron muy estresado porque un coronel decía que en su puesto de servicio se había perdido un armamento y que él era el responsable de eso—advierte, frunciendo las comisuras de su boca—. Yo estaba muy angustiada porque en el Ejército no me daban razón de él. Días después, me llamó una señora desde Barranquilla y me dijo que Óscar estaba allá, en su casa.
Narra que fue a buscarlo y lo encontró hecho casi un indigente. “Llamé al Coronel, el que lo acusaba del robo y le dije las condiciones en las que estaba mi hijo, pero él me dijo que lo llevara de nuevo al batallón, que eso se le iba a pasar”.
Cinco días después, dice, aquel Coronel le comentó que había preferido desvincular a Óscar del baltallón, según él, “porque ya no estaba en condiciones de seguir en el Ejército”, relató la madre del soldado, cuyo grado era el de cabo tercero.
***
Era septiembre de 2002. La madre cuenta que luego de que lo sacaran de la institución, Óscar la llamó por teléfono para decirle que estaba en Cali con unos compañeros, y que después le devolvería la llamada.
María nunca recibió esa llamada. Óscar desapareció en las calles de la ‘Sultana del Valle’.
—Yo me fui para allá de inmediato y pegué papeles con su foto por todos lados. Denuncié el caso en la Policía y la Fiscalía—afirma, apretando las manos—. Fui a hospitales, a morgues, a clínicas, a todos los centros de salud y nada, nadie me dio pistas de mi hijo. He estado en la Defensoría del Pueblo, en la Procuraduría y hasta en la Pesonería para pedir ayuda con mi búsqueda.
Nunca desfalleció ni desfallecerá en esta pesquisa, como es natural. “Esto es un calvario, una tortura que me carcome porque no sé si está vivo o muerto, me tiene enferma. Para mí, mi hijo no está vivo, porque él a toda hora me llamaba y no creo que estando vivo no me haya hecho ni una sola llamada en todos estos años”.
No obstante, la impulsa a continuar con esta búsqueda afanosa la recompensa que será la verdad insustituible del paradero de su hijo.
—Si está vivo sería la felicidad más grande para mí. No está aquí, pero en mi mente lo llevo siempre presente—dice la mujer, con un rastro de esperanza todavía prendido al rostro.
Con la pena a cuestas, María Elles ha tenido que seguir con su vida, así sea con el alma arrugada. Vive con su hija menor en Turbaco y se gana la vida vendiendo plátanos y con un negocio de videojuegos que montó en su casa.
Los años pasan, el dolor no merma. Óscar no aparece.
En sus bolsillos María carga —y seguirá cargando— aquella fotografía que mira a diario. El ser que creció en sus entrañas durante nueve meses y que perdió en un abrir y cerrar de ojos, hace más de una década. La fotografía de un desaparecido. El papel que esconde un mundo de incertidumbres y dolores.
SI LO HA VISTO
Óscar Cantillo Elles es trigueño, de cabello negro y mide 1,70 metros. de altura. Tiene un lunar café en la parte posterior del muslo izquierdo.
Si usted lo ha visto puede avisar a sus parientes al número de celular 311-658-2823.
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