Por ahí iba La Carioca, alta, robusta, con su cabello amonado y su vestido a las rodillas. Nunca llevaba sombrilla en sus usuales recorridos de trabajo. La gente la veía pasar y esperaba, entre risas y comentarios burlescos, el espectáculo que “alegraría” otra mañana en la Cartagena de la década de los 60. Los curiosos empezaban a aglomerarse apenas ella tocaba a la puerta escogida. Si nadie le respondía, gritaba algo así como: “Si tienes plata para llevar a tu novia al Club de Pesca... ¿por qué no pagas? ¡Tramposo!”.
A eso recurría cuando ya su paciencia se había colmado. Ella era cobradora y su misión se iniciaba con una primera visita, muy cordial, en la que acordaba el pago con el moroso. Después de eso, si le incumplían, tomaba medidas más drásticas. Se valía de los secretos que conocía del deudor para hacerle un escándalo y recuperar el patrimonio de su amplia clientela. “Se apostaba en la puerta del moroso y empezaba a ‘echarlo al agua’ con presuntas fábulas que el susodicho tenía escondidas, generalmente romances fuera del matrimonio o alguna otra travesura”, dice Judith Menassa en su blog ‘El nido de la oropéndola’. Esa era su distintiva estrategia de cobro, con la que ponía en cintura a quien pretendía quedarse con el dinero ajeno.
“En una ocasión, en el barrio Manga, el moroso se resistió. Ella llegaba la primera vez muy amable y cobraba con mucho cariño. Si la persona en el momento no tenía para pagar, para salir del paso, le decía que llegara otro día y ella iba en esa fecha, pero como se escondiera o no quisiera pagarle, formaba la bulla. Si no le abría la puerta empezaba a gritar desde afuera. Yo me atrevería a decir que nunca le falló ese sistema. Y esa vez, en Manga, buscaba a un hombre que tenía fama de ser tramposo y de no pagarle a nadie, pero finalmente a ella sí le pagó. Me atrevo a decir que fue la persona que más trabajo le costó cobrarle”, cuenta Jorge Mendoza Diago, muy cercano a los hijos de Ana Vicenta Díaz, la popular Carioca.
Nunca se supo a ciencia cierta qué porcentaje cobraba por su trabajo, al parecer -indica Mendoza- dependía de lo difícil que le resultara y de las horas que empleara para ello. “Fue una mujer honrada, nunca se escuchó que se quedara con el dinero de alguien. Ella cobraba, sacaba su comisión y entregaba el resto. Y tampoco nadie se atrevió nunca a no pagarle su porcentaje... Ella cobraba donde fuera. No tenía estratos, aunque se inclinaba por los estratos medios y altos, que eran los que más posibilidades tenían de pagar”. Sin embargo, Menassa agrega en su blog que “cobraba en ese entonces el 20 o 30% de comisión sobre la plata recuperada”.
“En uno de los momentos en que La Carioca ejecutaba uno de sus escándalos, la víctima llamó a la Policía para poner la queja y lograr que se la llevaran. Pero ella se opuso con tal decisión que los policías no pudieron subirla a la patrulla y hasta le quitó la espada al oficial y con ella correteó a los espantados uniformados”, refiere el cartagenero Carlos Crismatt Mouthon. En su artículo ‘Personajes de Cartagena’, en el portal web ‘Cartagena de Indias’, señala que La Carioca “fue la primera empresa de cobro unipersonal que hubo en Cartagena”.
“Mientras los juristas tenían que instaurar demandas ante el Poder Judicial, ella recuperaba las acreencias sin necesidad de poner en movimiento la aplastante maquinaria del Estado. Para ella y sus clientes, no existían códigos ni jueces de la República; simplemente, ejercía por sí misma sus propias razones. Era una forma de justicia privada. Ella encarnaba la majestad de la justicia que los acreedores le confiaban, porque, es bueno decirlo, jamás fue sindicada de sustraerse el dinero ajeno”. Eso cuenta Álvaro Angulo Bossa en su libro ‘Crónicas costumbristas’.
¿De dónde viene su apodo?
Hay quienes indican que Ana Vicenta se autodenominó La Carioca en honor a la actriz y cantante brasilera Carmen Miranda. Otros, como Angulo Bossa, señalan que fue apodada de esa manera por ser “bullanguera, como el baile del Brasil”. Pero Mendoza Diago se inclina por la versión que apunta que su remoquete nació una vez que bailó zamba para unas fiestas en Cartagena. “Eso me contó mi mejor amigo, que era vecino de ellos, porque yo nunca me atreví a preguntarles, pues nuestras conversaciones eran muy cortas”.
Su faceta desconocida
Ana Vicenta Díaz vivía en el sector Campoalegre del barrio Manga, cerca de la tienda El Trébol. Mendoza Diago cuenta que estuvo casada con un jamaiquino de apellido Bailey, conocido como Míster Jack, y con quien tuvo sus cuatro hijos: unas mellizas y dos varones.
“Su hogar era un hogar modelo, ejemplar. Yo fui muy amigo de sus hijos y con ella hablé pocas veces porque era muy distante. Ella educó muy bien a sus hijos. Eran personas de bien. Una de sus hijas trabajó conmigo en Telecom, cuando fui el gerente, y uno de los varones también trabajó conmigo en las Empresas Públicas. El otro se pensionó del Terminal. Eran muchachos muy educados. Todos se capacitaron en carreras técnicas y eran personas muy decentes. Yo creería que todavía están vivos, pero hace rato perdí el contacto con ellos”. Afirma que una de las mellizas se ahogó a los cinco años en las Playas de Marbella.
Del jamaiquino, asegura que era experto en manejar ciertos elementos mecánicos y que fue empleado en el Terminal para que le hiciera mantenimiento a las básculas y que tenía fama de ser muy buen trabajador. De la propia Ana Vicenta, dice que era una persona muy decente, confiable y de buen trato. “El problema era cuando uno era deudor y le incumplía la fecha en la que se comprometía a pagarle. No decía palabras soeces, pero sí decía cosas ofensivas”.
Calcula que la muerte de La Carioca pudo ser en los 80, cuando enfermó y no volvió a salir a las calles. Nadie en Cartagena heredó su peculiar oficio, aunque en una época, en Bogotá, existió un grupo llamado Los Chepitos, de quienes se dice, copiaron las estrategias de cobro de la popular Carioca que aún se recuerda en Cartagena.
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