“La cara de un negrito hambriento, la cara de un cholito mendigando, un vietnamita, un argentino, un español, la cara verde del hambre verdadero de los ángeles”.-Julio Cortázar
Cinco kilómetros separan al corregimiento de La Boquilla, de su hermana rica, la ciudad de Cartagena. Las polvorientas calles avisan a su entrada. Los turistas entran en busca de playa y pescado. Los niños, en su mayoría hijos de pescadores, se asoman desde sus casas de cemento vivo, con sus caras todavía rociadas de mar y sudor, con sus sonrisas automáticas de blancos dientes y ojos negros.
Es una broma muy cruel que mientras la precariedad de las viviendas se anuncia en los barrios de La Boquilla, en su contaminación de plásticos e icopores, de residuos y desperdicios; bastaría cruzar algunas calles para entrar a cualquier resort o a los edificios blancos y suntuosos que despuntan entre los manglares de toda la franja conocida como la ‘Zona Norte’.
Nathalie Rietman, holandesa, 42 años, llegó a La Boquilla en 2007. Esta ingeniera ambiental es la directora de La Vecina, una fundación que además de ofrecer educación pre-escolar y primaria a 115 niños de esta población de nueve mil habitantes, también los alimenta en la mañana y al almuerzo.
—Siempre he sido muy sensible a las necesidades de los niños. Llegué a La Boquilla, en principio, como la mayoría: a comer pescado y porque caminaba por la playa hasta Marlinda— dice Nathalie, en buen castellano—. Me impactó mucho ver que había niños en las calles visiblemente mal alimentados y entonces me dije: ¿Qué es más importante el ambiente o los niños?
La Vecina, nombre que surgió al considerarse ella misma vecina de la comunidad, funciona con dineros que se recaudan en Holanda. Además de educación de alta calidad, la fundación se centra en el apoyo psicológico y en clases de música y fútbol, entre otras muchas actividades que realizan los pequeños de entre cuatro y doce años.
La Boquilla hereda su nombre por su posición geográfica, al ser más pequeña que la Bocagrande y la Bocachica, por ser el desaguadero principal de la Ciénaga de la Virgen cuando llueve, banco de arena que la separa del Mar Caribe, y hace doscientos años, entrada de corsarios y piratas.
Donde habita el olvido
Poco a poco, la comunidad de La Boquilla, Patrimonio Histórico de la Humanidad, según la Organización de las Naciones Unidas (Unesco), está saliendo del olvido al que parecen haberla confinado las élites. Rony Monsalve, uno de los líderes de la población, es consciente de ello. Reconoce que los principales problemas de la comunidad son las escasas oportunidades laborales, las pobres calles que se anegan con la mínima lluvia a causa de un inexistente drenaje pluvial, y, en general, la desidia propia y gubernamental.
—No tenemos una conexión directa con la Alcaldía de Cartagena, ni planes institucionales, nos morimos y no se visibiliza nada—dice Monsalve, 36 años, quejándose también por el incremento del consumo de alcohol y los expendios de drogas.
El desempleo abunda. Este vocero ha dicho que todos los pobladores, independientemente de su edad, deben buscar cualquier oficio fugaz para sobrevivir.
—La gente lo ve como una cosa normal—dice.
El único apoyo que reciben por parte del estado, dice, es la presencia de la policía, pero ante el abandono, los nativos reconocen como su máxima autoridad al concejo comunitario desde donde se habla siempre de lo mismo: La Boquilla debería ser autosostenible.
Hombres y mujeres deambulan de un lado a otro, persiguiendo viajeros, con la ropa mojada. A veces engañan el hambre con un vasito de tinto.
En cuanto a prevención de embarazos y planificación, la cosa tampoco es muy alentadora.
—Estamos mal—precisa— hay libertinaje en términos de la música y cerveza, de manera que no se sabe quién es el papá o la mamá de nadie, entonces terminan embarazados con facilidad en números que cada año se van incrementando, todo el mundo está distraído.
Diez años atrás, el pueblo era muy tranquilo. Sin embargo, otra de las quejas más frecuentes es la inseguridad. “Los nativos lo sentimos inseguro, ahora tenemos más influencia de personas de afuera. Se instalan en nuestra comunidad y no sabemos”.
Rony Monsalve hace parte del concejo comunitario que impulsa el principal atractivo de esta población ancestral que tiene más de dos siglos de historia: el ecoturismo. Sin embargo, muchos especulan que la miseria los arrincona deliberadamente para echarles de su territorio, en una suerte de desplazamiento progresivo. Pero nada de esto es nuevo. Así ha sido desde épocas fundacionales.
Los tugurios se levantan y se caen. Los negocios buscan arrancarle cualquier moneda a los turistas.
—Lo urgente es generar un proceso de institucionalidad, de voluntad del estado, de la Alcaldía para desarrollar proyectos puntuales de turismo—dice Rony, como quien habla al vacío—. Somos un pueblecito turístico y así se va recomponiendo la cosa, pero tenemos una cantidad de problemas de infraestructura y de pobreza.
Y al final: los niños. “Ellos tienen un mundo distinto”, dice, casi sin creérselo del todo.
La Vecina rubia
No se puede cambiar al mundo de un tajo, pero se puede intentarlo. Empezar a cambiarlo. Nathalie Rietman dice que, progresivamente, está viendo “un cambio en el chip de los niños”.
—Cuando les preguntaba a los niños qué querían ser de mayores siempre contestaban algo similar a los oficios de sus padres—dice la holandesa, maestra en desarrollo internacional—. Ahora los chicos dicen que quieren ser médicos, abogados, empresarios, y que quieren viajar por el mundo.
En eso consiste la misión de esta mujer: ampliar los horizontes y la mirada de túnel de los pobladores.
—Siempre les impulso a que salgan de La Boquilla, que vean otras cosas—dice esta mujer nacida en Róterdam, una ciudad de 600 mil habitantes al oeste de los Países Bajos.
Reconoce que aún hay mucho por hacer. Por ello no sabe cuándo regresará a Europa. Lo suyo es el placer de dar, no hay ninguna otra intención subterránea.
—Dar me da mucha felicidad, si quisiera ganar dinero me iría a Europa.
Las clases en el colegio se inician a las 7 de la mañana y es muy importante que todos aprendan inglés. Para ello cuenta con voluntarios holandeses que llegan a visitar el país durante cuatro meses. “Alguna vez un niño me dijo que su única comida era la que damos en la fundación”.
Comentarios ()