Facetas


Johana tiene madera...

CRISTIAN AGÁMEZ PÁJARO

26 de noviembre de 2017 07:00 AM

Johana Paola Beleño Montero puede ver el machismo todos los días en los ojos de todos aquellos que la observan incrédulos y le preguntan sí ella es capaz de hacer eso. Ella simplemente ríe, levanta su herramienta favorita y empieza a martillar.

“Me he encontrado con gente que me ve y se va, tal vez porque no me cree capaz de esto”, nos explica. Ya había trabajado como empleada doméstica, vendedora puerta a puerta, comerciante de planes de celulares, se había rebuscado en muchas otras cosas, en el afán de ganarse la vida de una forma digna.

Un día cualquiera, hace tres años, llegó a las puertas de una carpintería en Olaya Herrera. “Le dije al dueño que si tenía algo (de trabajo) para mí. Yo no tenía nada experiencia en eso, pero el señor aceptó. Me dijo que me enseñaría, comencé echando masilla y lija a la madera. Así fue que me dieron la oportunidad de evolucionar”, recuerda.

A Johana Paola la encontramos bajo calor de las 3:30 de la tarde, martillando y armando una poltrona en madera de pino, en una de las tantas carpinterías aledañas a la rotonda del Mercado de Bazurto._En esa zona de Cartagena pueden comprarse mesas, sillas, puertas, camas, armarios y otros muebles a módicos precios. “Por aquí, en el sector, conmigo, hay unas cuatro mujeres que trabajan la carpintería”, nos dice, entre risas y temerosa, porque, confiesa, le asustan las cámaras.

Confiesa además que no es para nada vanidosa y la razón radica en que se siente feliz con el trabajo que hace. “A veces me toca salir a hacer mandados a la ferretería, y voy así, mojosa (llena de polvo). Los hombres me gritan que dónde me revolcaron, pero a mi no me importa porque yo les digo que este es mi trabajo. Mírame la uñas, no le presto atención a eso”, explica. Nos muestra en sus manos una que otra cicatriz de martillazos o de movimientos fallidos de laminas de triple que cortan como una cuchilla, callos, resequedad y uñas carcomidas.

“Después de estar en esa carpintería en Olaya, mi expadrastro y mi mamá, Luisa María Montero, que también es carpintera, me propusieron que me viera a trabajar aquí en la rotonda en una carpintería de ellos. Aquí fue que aprendí a hacer todo lo demás.  Las dos primeras semanas no me pagaron nada, pero me enseñaron mucho y ese fue el pago. Hay gente que se queda impresionada, aterrada, porque nunca han visto a una mujer carpintera. Me miran como si fuera algo del otro mundo. Siempre dicen que el sexo femenino es el débil, pero aquí estamos dando a demostrar que no. No es común que una mujer sea carpintera, pero yo lo hago y lo hago muy bien”, nos cuenta.

Johana Paola está sonriendo la mayoría del tiempo. Mientras martilla y hace muebles, también nos cuenta sobre su razón de ser, el motivo para levantarse  antes de las 5 de la mañana, y salir a la carpintería desde su casa, en la Calle San Pablo de su natal Turbaco. “Cuando quedé embarazada de mi primera hija, era muy joven, no quería irme pero me echaron de la casa. Yo no sabía qué era lavar, ni cocinar, ni planchar, yo lo que me imaginaba era que mi marido me iba a levantar a trompadas, porque no sabía hacer nada. Era el miedo terrible que yo tenía”.

“Cuando terminé mi relación con el papá de mi hija mayor y estaba embarazada de mi segundo hijo de él, me dejó, fue terrible. Como no quería hacerle carga a mi mamá, me quedé sola en la casa donde yo vivía con él,  aguantando de todo. Me volví muy sentimental. Pero hoy digo que a pesar de todos esos tropiezos ahí están mis hijos y a mis hijos los estoy levantando yo. Ese es el orgullo que yo me doy, mis tres hijos son el motor mío para volver a levantarme todos los días y venir para acá”, afirma.

Johana insiste en que el  hecho de que históricamente se haya relacionado a la carpintería, como un oficio para hombres, no quiere decir que las mujeres no puedan desempeñarlo. Aunque hace de todo un poco, y en particular le encanta utilizar el martillo, ella prefiere mantenerse alejada de la sierra eléctrica, herramienta a la que le tiene pavor.

“Aunque sí, es bastante pesado, este trabajo me ha ayudado a creer en mi, porque antes había personas, que no vale la pena mencionar, me decían que no servía para nada. Entonces yo me lo estaba tomando enserio, ya me lo estaba creyendo, pero ya a muchos de los que no creían en mí, mire, les he callado la boca. Con esto estoy saliendo adelante, he encontrado mi lugar en la vida. Mi mamá siente orgullo de mí”, añade.

La sonrisa de la carpintera, de 31 años, se borra de su rostro, cuando habla del tercero de sus hijos. “La mayor tiene 13 años, el segundo 7. A esos los cuida todo el día, mientras yo trabajo, una hermana que es docente. El tercero de seis años, por cosas de la vida, vive con el papá en Ovejas, Sucre. No lo veo casi, pero siempre estoy en contacto con él, el 23 de diciembre viene a visitarme, eso me hace feliz.  Me gustaría que viviera conmigo”, narra.

Ayuda femenina
Justo al lado de Johana Paola, está Katherine Jaramillo Martínez, su ayudante. Una humilde joven sincelejana que vive en Cartagena hace dos años. “Yo vine de paseo, pero conocí a un muchacho y me quedé por acá. Hasta ahora estoy aprendiendo muchas cosas, todavía me quedan chuecos los espaldares pero ahí voy. De todas formas, esto es mejor que trabajar en alguna casa de familia”, explica.

Y Johana Paola agrega que: “Yo por nada del mundo pensé en que iba a ser carpintera. Pensaba en otra cosa, me gusta eso de la criminalística, me fascina ver la sangre y cosas así. Pero he seguido en esto porque me quedó gustando. A veces quisiera estudiar algo de sistemas para ser recepcionista, pero ajá, aquí no me queda nada tiempo, vamos a ver si algún día puedo”.

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