Facetas


Harold Herrera, el soñador de la barriada

GUSTAVO TATIS GUERRA

04 de diciembre de 2016 12:00 AM

Harold Herrera Pérez es el único habitante del barrio Pablo VI, al que le han tirado piedras en su casa por atreverse a soñar.  Tiene más de veinte años de andar sembrando caminos en los laberintos del cerro de la Popa, en las barriadas de Pablo VI donde vive con su mujer, una madre comunitaria y tres hijos, y en Loma Fresca y Petare.

Este año su Fundación Cultural Llamarada que trabaja con niños y jóvenes en sectores vulnerables de la ciudad, ganó uno de los premios de estímulos que otorga el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, por su propuesta “Construyamos juntos” (Espacios constructores de paz en el post conflicto). Tiene 46 años, nació en Lo Amador, pero se ha pasado la vida en Pablo VI.

“Todo lo que hago en el fondo, es mi manera de contrariar la violencia que yo viví en la barriada desde que era un niño”, me confiesa.

Su madre Minerva Pérez Padilla murió en su tercer parto, cuando él tenía 5 años. Su padre, Samuel Herrera Wats, se metió a defender a un amigo en una riña, y murió a tiros. Así que Harold ha sobrevivido de milagro en este mundo, con el pulso obstinado y valiente de los soñadores legítimos. No tiene recuerdos de aquel padre que aparecía fugazmente en su casa. Sólo tiene recuerdos dispersos de su madre en cinco años. Sólo tiene recuerdos sólidos de su abuela materna Gladys Padilla Ledesma, que fue compañera del músico Lucho Pérez. La vida lo sacó de casa temprano en busca de una familia que encontró en el abuelo músico. Pero antes vivió un año durmiendo en el corazón de madera de un barco en el Muelle de los Pegasos, en donde el capitán se condolió del muchacho huérfano y desamparado. La señora solícita de los patacones en el quiosco le daba de comer sus patacones con queso. Y fue allí donde supo del abuelo. La mujer le contó que dos de los quioscos eran de propiedad del músico Lucho Pérez, su abuelo. Cuando el músico llegó de México, Harold tuvo su primer encuentro con el abuelo, quien lo acogió en su casa del barrio Los Caracoles, junto a su mujer Blasina Barrios, otra de sus compañeras sentimentales. Allí vivió cinco años. Blasina lo llevó a estudiar.

Universidad de la vida
Pero todo lo ha aprendido en la universidad de la vida. Se metió en la Escuela de Bellas Artes de Cartagena, y allí encontró a sus verdaderos aliados para su vocación de gestor cultural. Conoció a los directores de teatro Alberto Llerena, de quien hizo el montaje de su obra “Malena de noche”, también al desaparecido Farley Velásquez, al dramaturgo y director de teatro cubano Ricardo Muñoz Caravaca, a Miguelina Izaguirre, a Eparkio Vega, a Carlos Ramírez, a Sofía Camacho, Rogelio Franco, Eliécer Paternina, entre otros. Aprendió a desafiar la gravedad en zancos, a actuar, a hacer títeres, a organizar grupos infantiles de teatro,  a promover la pintura de murales, a fomentar el micro fútbol en las barriadas, a estimular los grupos de comparsas infantiles, entre otros. Creó el grupo Musaraña con niños y niñas. Y en su barrio Pablo VI se gestó la Fundación Cultural Llamarada, que no cesa de crear espacios humanos en cielos baldíos, en predios abandonados por la mirada de Dios. Este año en la Noche de Candela de las Fiestas de la Independencia 2016, salieron los 30 zanqueritos formados por Harold Herrera. Y su barriada participó en los desfiles de las Fiestas de la Independencia. Hace unos años su espíritu comunitario lo llevó a presidir durante cuatro años, la Junta de Acción Comunal de Pablo VI. Fue una experiencia formativa e interesante, pero todo trabajo en la comunidad “tiene riesgos e ingratitudes. Veo a mi mujer Flor Cásseres Pérez, que es madre comunitaria, y cuida a 13 niños entre las m8 de la mañana hasta las tres de la tarde. Es una tarea de una devoción maravillosa”. Su hija Sofía Herrera, de 18 años. Fue la mejor bachiller de 2014 en el Colegio Gonzalo Jiménez de Quesada y estudia Derecho en Unicolombo, y su otra hija Johana Herrera de 17 años, ganó una beca de Unibac en Artes Escénicas.

Esto es lo mío
“Esto que hago es la única forma que tengo de apostarle a la esperanza y no caer en el abismo. La vida me dio la oportunidad del trabajo cultural en la comunidad, y sin eso, no sería el que soy. Estuviera sepultado en el cementerio o perdido en la delincuencia. Pero gracias a Dios, jamás tuve tentación por la droga. Siempre pienso en una sentencia de José Martí, quien dice que cada ser humano vive una historia interesante que hay que conocer”.

Le ha tocado encarar la deserción escolar y la violencia en las barriadas y el conflicto que viven los jóvenes en riesgo que antes peleaban a puño  limpio, luego, utilizaron las piedras para enfrentarse, y finalmente, usaron el machete de la intolerancia. “Lo triste es que las autoridades solo llegan cuando hay un desastre, pero no hay políticas de prevención de la violencia”, dice.
Hace poco presentó filmes en los que participan niños y jóvenes de Caño del Oro y Bocachica, dirigidos por Andrés Lozano. Se trata de “El paseo”, y “La pandillita”. Había que ver la emoción de la multitud de niños viendo esas películas. El domingo 4 de diciembre está organizando un partido de futbolito para recordar a los futbolistas brasileños muertos en el desastre aéreo.

Epílogo
Harold Herrera promueve los Corredores Culturales para la convivencia pacífica en Petare, Pablo VI y Loma Fresca. Sueña con crear una biblioteca en esos barrios. En Petare según sus cálculos hay 1.900 habitantes. En Pablo VI, en el sector II, hay 2.700 habitantes. En Loma Fresca, se aproximan 4 mil habitantes. Cuando en su casa llovieron piedras, él se quedó en silencio. No puso el grito en el cielo. Sabía que era una de las formas implacables de la intolerancia y de las amenazas humanas, por atreverse a soñar. Con esas mismas piedras perfectamente  ha podido crear una pirámide para nuevas alianzas humanas. Eso es lo que hace en su barriada.

Sin muchos recursos y con el más grande de los presupuestos: el de la voluntad, la pasión y la imaginación, Harold se sube en sus enormes zancos a desafiar la gravedad y los espíritus en conflicto. Los amigos del arte solo le dicen: “Estamos contigo, Harold”, pero ha tenido más de mil motivos para fugarse como un barco a la deriva, pero no lo ha hecho. Ha salido con la frente en alto, como cuando se bajó de aquel barco en el que había vivido abandonado.

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